Me siento vencido y humillado.
Y sobre todo, no paro de acordarme de Mentiras Arriesgadas y del tío que se había hecho pasar por otro tipo para tirarse a Jamie Lee Curtis y que, recién descubierto, decía entre lágrimas y pis en los pantalones: "Soy un mierda. Miento para follar y encima no follo mucho".
Todo empezó hace más de dos semanas cuando uno de los planes que tenía para estas vacaciones se quedó colgado porque mi amigo-dueñodelacasa se quedaba sin vacaciones y por ende yo sin casa.
Fue alimentándose a principio de esta semana cuando tuve que confirmarle a mi hermana que no iría a verla a Alemania (la veré aquí estas dos semanas) porque así ahorraría dinero para cuando en septiembre tenga que rendir cuentas al banco.
Y continuó engordando ayer, cuando al bajar a tomar el desayuno pasé por un kiosco de los que tienen ocupada media acera entre películas, libros, y chochonas de regalo, y vi una revista de fotografía.
Entonces me acordé de que con el nuevo Windows el editor de fotos sirve para poco más que para ocupar memoria y que necesitaba algo que me resultase útil a la hora de personalizar fotos y arreglar las chapuzas que mis dedos muñón hacen con mi vieja cámara digital.
Me compré la revista, que traía un DVD de regalo con algunos programas demo, freeware, shareware y tupperware, y ya de paso aprovechaba el camino a casa para echarle un ojo a la revista, porque la fotografía es algo que de toda la vida me ha gustado y para lo que me hubiese gustado tener alguna dote más que las que tengo para criar tristes caballitos pony.
Pasé de las crines de los caballos a libélulas gigantes. De niñas llorando en las favelas de Buraco Quente a niños negros en los tejados de Nueva York. De tutorial de Photoshop a comparativa de cámaras para profesionales. De cámara Nikon a… nada. Ahí me quedé.
Click, click, click. Soy una modelo en una pasarela y mi cerebro ya no funciona.
Click, click, click. Soy Carol Anne y camino hacia la luz de los flashes.
El comprómata psicópata que llevo dentro (versión 1.0 y versión 2.0) se había activado y ya no había manera de pararle. Estaba buscando una excusa para convencer a mi yo racional, que había menguado al tamaño de un guisante, de que aquello era lo que me haría feliz el resto de mis días.
A los 2 minutos todo era lógico y encajaba, porque ya que no me iba a ir de vacaciones y no me iba a gastar el dinero; ya que mi vieja cámara hacía las fotos como poquita más calidad que la de mi abuelo; ya que tenía el software necesario para que mis fotos pudiesen disimular las zarpas del dueño; y ya que estaba con Internet encendido, ¿por qué no meterme en la primera página que Dwalks me dijese para buscarla y comprarme una?
Bien, pues ahora ya soy el nuevo propietario del combo Nikon 5900 + Funda + Tarjeta de Memoria, y me encuentro terriblemente excitado hasta que llegue el lunes y pueda ir a recogerla a Gran Vía. Pero me siento igualmente dolido por mi debilidad.
El caso es que sé que estoy haciendo algo mal porque el consumismo es el gozo del alma, y Kurt lo sabe.
Comprar libera, gastar sublima. Necesito de su guía espiritual.

PD: La primera foto que haga con la nueva cámara será expuesta en Silent Shouts para escarnio público.
Hoy: a pesar de todo, me siento Flex.











Yo, que me jactaba de ser el decano de las bodas; de saber cuándo tocaba decir “Viva los novios”, cuándo “Que se besen”, cuándo “Los padrinos” y cuándo “Con lengua”; de saber cuándo podía uno levantarse a brindar por los novios, cuándo iba a sonar Paquito Chocolatero y cuándo el Follow the Leader.
¿Y qué tipo de música suena en una boda civil? Pues no lo sé, pero empezar la boda sintiendo un escalofrío por la raspa y cómo una gota de sudor helado caía por mi espalda porque pensaba que en lugar de la Marcha Nupcial estaba sonando la música de la boda de Kill Bill no parecía buen presagio. ¡Rediós!, pensé, ¡Aquí va a haber un baño de sangre!