"Hola a todos,
Os propongo ir a una fiesta de fin de año en el Palacio de Congresos de Madrid con 47.000 personas inscritas, 2.560.000 go-gós, 2.000.000.000.0000 watios de sonido, 145 barras, churros, chocolate y bocata de queso a media noche.
El precio es de 80 euros y entre los asistentes van a sortear un jamón.
Una parte de la recaudación irá destinada a la asociación DJ's sin Fronteras.
¿os interesa o ya tenéis plan?" Propuso un amigo esta semana.
Lamentablemente yo ya tenía plan. O algo así, porque aún estábamos por decidir si después de cenar con nuestras familias saldríamos directamente por Huertas a tomar unas copas o pasaríamos primero por casa de alguien para hacer unos brindis.
"A ver, yo prefiero salir directamente porque lo de atufarnos en una casa no me parece el plan y además yo me apalanco a la de una y se que de allí me proyecto a mi casa", había dicho yo. "Además, si votamos los que estamos hoy currando, estamos empate a dos, y si cuento a Berlín, aunque sea pequeña y solo sume medio punto, ganamos por 2,5 vs. 2".
"Con los dedos de la mano, con los dedos de los pies, con la polla y los cojones sumo 23", recibo por contestación de Milio.
"Vale, pues vamos a tu casa. ¿Hora?"
"Et labora".
Y así estoy, a día 31 y sin saber qué voy a hacer esta noche, ni dónde, ni cuándo.
¡Feliz Nochevieja!
Saturday, December 31
Thursday, December 29
Zona de fumadores
Es hora de elegir tabaco sí / tabaco no. Evidentemente mi página no llega a los 100m2 y debo decidir.
A un lado de la balanza están los no fumadores. Gente que lleva un tiempo alborotada reclamando que se respete la libertad de sus pulmones. Que llevan años conviviendo con los fumadores y sus humos en oficinas, transportes y bares, y que han vuelto a casa con la garganta irritada, los ojos rojos y la ropa maloliente.
En el otro lado de la balanza tenemos a los fumadores. Reprimidos adictos a matarse. Dependientes mentalmente del pitillo pero libres físicamente de sus adicciones. Impositores en ambientes cerrados al menos hasta mañana.
No sé, no sé.
Hoy hemos salido a comer un grupo grande del trabajo, y mientras Dwalks y otro compañero se fumaban muy bien un pitillo y comentaban que fumárselo solo les aliviaba la tensión generada por el propio deseo de hacerlo, yo que nunca he fumado, trataba de comprenderles y me paraba a pensar que, análogamente, a mí las ganas de follar me provocan una tensión mental solamente aliviable follando.
Lo he estado pensando un rato y no, no, no. Que no.
Vamos que no. Que a mí eso no me parece justo. Así que a fumar, que yo aquí no quiero tensiones.
Tuesday, December 27
Gafotas
Desde pequeño tengo un ojo vago. Sí, jiji, jaja, pero es una putada que con 8 años casi me reviente un pómulo por disparar con la escopeta de caza de mi tío tratando de apuntar con el ojo “bueno”.
Eso es así y ahora ando combinando 5 dioptrías con no sé qué otra historia en el ojo derecho.
Afortunadamente el izquierdo me funciona con 0,5 dioptrías y salvo ver a Roberto Carlos desde el gallinero del Bernabeu, puedo verlo casi todo.
No sé si la razón de mi ojo vago fue que mis genes ya lo habían escrito así o fue que de enano veía constantemente la tele con el lado derecho de la cara apoyada en el brazo del sofá.
El caso es que yo fui un niño parche acomplejado a pesar de que mis padres nunca me obligaron a llevarlo puesto en el colegio. No siempre he sido un presumido, pero lo pasaba mal a pesar de que mis perras y pataletas eran convenientemente apaciguadas con bromas e historias de piratas.
Era igual. Yo, como cualquier niño, era muy nervioso, y con un ojo con el 100% de la vista, no soportaba ver solo la mitad de mi vida, lo que acababa con el parche pegado a algún culo de vaso o cualquier otro culo.
Durante los primeros años mi padre me obligó a hacer ejercicios de vista en los que tenía que taparme el ojo “bueno” con una mano y leer las etiquetas de las botellas que había sobre la mesa usando el vago. Me animaba contándome las experiencias de hijos de compañeros suyos que habían recuperado casi toda la vista siguiendo con disciplina un programa de ejercicios, y se enfadaba conmigo si no me esforzaba lo suficiente.
A pesar de ser niño y de tener una portentosa cabeza-buque, acepté la presión y los enfados, y no fue por inteligente sino porque a la vuelta de nuestra segunda visita al oculista, mis ojos de niño que busca a su padre a través de la puerta entreabierta del baño para darle un beso y abrazarle las rodillas se lo habían encontrado llorando a escondidas, apoyando la frente en su antebrazo y temblando con una pena que más de 25 años después aún me llega al alma.
Ahí estaba mi padre, el ser más poderoso del planeta, llorando. Culpándose por no haber cuidado bien de su hijo.
[...]
Todo esto lo cuento porque hoy he vuelto al oculista y eso siempre me recuerda esta historia.
Todo esto lo cuento me cuesta muchísimo abrirme a las personas que quiero, tanto que muchas de ellas ni siquiera llegan a imaginar cuánto lo hago o que lo he hecho siquiera, y aunque en todos los casos esto termina doliéndome, sé que también puede dolerles a ellas.
Y aprovecho que es Navidad y que hoy no me apetece reír.
Y pongo el ejemplo de mi padre porque quizá aún no sepa que nadie me podría haber cuidado mejor que él, y que no sabe cuánto le admiro por haber sido mi mejor ejemplo porque nadie se lo ha dicho… y porque no sé si algún día encontraré las fuerzas para decírselo.
Eso es así y ahora ando combinando 5 dioptrías con no sé qué otra historia en el ojo derecho.
Afortunadamente el izquierdo me funciona con 0,5 dioptrías y salvo ver a Roberto Carlos desde el gallinero del Bernabeu, puedo verlo casi todo.
No sé si la razón de mi ojo vago fue que mis genes ya lo habían escrito así o fue que de enano veía constantemente la tele con el lado derecho de la cara apoyada en el brazo del sofá.
El caso es que yo fui un niño parche acomplejado a pesar de que mis padres nunca me obligaron a llevarlo puesto en el colegio. No siempre he sido un presumido, pero lo pasaba mal a pesar de que mis perras y pataletas eran convenientemente apaciguadas con bromas e historias de piratas.
Era igual. Yo, como cualquier niño, era muy nervioso, y con un ojo con el 100% de la vista, no soportaba ver solo la mitad de mi vida, lo que acababa con el parche pegado a algún culo de vaso o cualquier otro culo.
Durante los primeros años mi padre me obligó a hacer ejercicios de vista en los que tenía que taparme el ojo “bueno” con una mano y leer las etiquetas de las botellas que había sobre la mesa usando el vago. Me animaba contándome las experiencias de hijos de compañeros suyos que habían recuperado casi toda la vista siguiendo con disciplina un programa de ejercicios, y se enfadaba conmigo si no me esforzaba lo suficiente.
A pesar de ser niño y de tener una portentosa cabeza-buque, acepté la presión y los enfados, y no fue por inteligente sino porque a la vuelta de nuestra segunda visita al oculista, mis ojos de niño que busca a su padre a través de la puerta entreabierta del baño para darle un beso y abrazarle las rodillas se lo habían encontrado llorando a escondidas, apoyando la frente en su antebrazo y temblando con una pena que más de 25 años después aún me llega al alma.
Ahí estaba mi padre, el ser más poderoso del planeta, llorando. Culpándose por no haber cuidado bien de su hijo.
[...]
Todo esto lo cuento porque hoy he vuelto al oculista y eso siempre me recuerda esta historia.
Todo esto lo cuento me cuesta muchísimo abrirme a las personas que quiero, tanto que muchas de ellas ni siquiera llegan a imaginar cuánto lo hago o que lo he hecho siquiera, y aunque en todos los casos esto termina doliéndome, sé que también puede dolerles a ellas.
Y aprovecho que es Navidad y que hoy no me apetece reír.
Y pongo el ejemplo de mi padre porque quizá aún no sepa que nadie me podría haber cuidado mejor que él, y que no sabe cuánto le admiro por haber sido mi mejor ejemplo porque nadie se lo ha dicho… y porque no sé si algún día encontraré las fuerzas para decírselo.
Saturday, December 24
Esta noche es Nochebuena...
Ya está aquí y todos nos hemos dado cuenta. El espíritu navideño cumple su cita anual con nosotros y algunos de nosotros con él. Otros prefieren ir al urólogo.
Es tan fácil recurrir a los tópicos de la Navidad jubilosa como a los del consumismo Beckhaniano, las dietas pantagruélicas y los directos al hígado que sacudimos estas fechas disfrazados de gintonics y cavas al ritmo de lo de "¡Por nosotros, que somos cojonudos!"
Y como a mí lo que me tira es lo facilón, que no veo yo que haya venido a este mundo a sufrir, pues procedo.
Es evidente que tanta felicidad generalizada estresa, y quien diga lo contrario miente y va a ir al infierno.
Lo que más estresa es esa cosa en la que hemos convertido las fiestas: una obligación de reunirse, poner buenas caras en la mesa aunque preferirías estar afeitándote la cabeza con la pala del pescado y repartirse los regalos que todos hemos idos dejando para comprar a última hora.
El nivel de estrés navideño puede medirse con distintos parámetros, pero mi preferido el es del alcoholímetro.
Hartos de que nos digan que estas fechas son geniales para congraciarnos con una humanidad que es capaz de matar a John Lennon y dejar vivo a Georgie Dann; para prestarnos a la humillación pública a base del cante de villancicos en fraternal exaltación de la amistad, con orejillas y cuernos de reno; y para apretujarnos en la sección de electrónica del Corte Inglés junto al hombre con olor a bayeta usada y a la supermujer perfume, nos damos al alcohol con burbujas, sin burbujas y si hace falta, al de curar.
Y al final acabamos matándonos entre nosotros por conseguir un taxi a las 6 de la mañana y no morir congelados y quedar como pompeyanos en plena Gran Vía madrileña.
En fin, que a pesar de todo, a mí estas fechas me gustan. No me vuelven loco como para que me haga pis encima del gusto, pero tampoco como para que aparezca por la oficina cetme en mano a reventar bolitas y demás adornos navideños. Simplemente las disfruto y me obligo a vivir su sentido original, que al final es con el que me gusta quedarme.
Que cada uno trate de ser feliz con su receta propia y que si le funciona, aproveche y la escriba en un papel para recordarla el resto del año.
¡Feliz Navidad!
Fun, fun, fun y chinchín por nosotros, que somos cojonudos.
Es tan fácil recurrir a los tópicos de la Navidad jubilosa como a los del consumismo Beckhaniano, las dietas pantagruélicas y los directos al hígado que sacudimos estas fechas disfrazados de gintonics y cavas al ritmo de lo de "¡Por nosotros, que somos cojonudos!"
Y como a mí lo que me tira es lo facilón, que no veo yo que haya venido a este mundo a sufrir, pues procedo.
Es evidente que tanta felicidad generalizada estresa, y quien diga lo contrario miente y va a ir al infierno.
Lo que más estresa es esa cosa en la que hemos convertido las fiestas: una obligación de reunirse, poner buenas caras en la mesa aunque preferirías estar afeitándote la cabeza con la pala del pescado y repartirse los regalos que todos hemos idos dejando para comprar a última hora.
El nivel de estrés navideño puede medirse con distintos parámetros, pero mi preferido el es del alcoholímetro.
Hartos de que nos digan que estas fechas son geniales para congraciarnos con una humanidad que es capaz de matar a John Lennon y dejar vivo a Georgie Dann; para prestarnos a la humillación pública a base del cante de villancicos en fraternal exaltación de la amistad, con orejillas y cuernos de reno; y para apretujarnos en la sección de electrónica del Corte Inglés junto al hombre con olor a bayeta usada y a la supermujer perfume, nos damos al alcohol con burbujas, sin burbujas y si hace falta, al de curar.
Y al final acabamos matándonos entre nosotros por conseguir un taxi a las 6 de la mañana y no morir congelados y quedar como pompeyanos en plena Gran Vía madrileña.
En fin, que a pesar de todo, a mí estas fechas me gustan. No me vuelven loco como para que me haga pis encima del gusto, pero tampoco como para que aparezca por la oficina cetme en mano a reventar bolitas y demás adornos navideños. Simplemente las disfruto y me obligo a vivir su sentido original, que al final es con el que me gusta quedarme.
Que cada uno trate de ser feliz con su receta propia y que si le funciona, aproveche y la escriba en un papel para recordarla el resto del año.
¡Feliz Navidad!
Fun, fun, fun y chinchín por nosotros, que somos cojonudos.
Tuesday, December 20
...y otro poco de lo mismo, oiga.
Después de todo un fin de semana enterrado en mierda del curro, con el iPod más cargado de expedientes que de canciones, y después de haber dormido ayer menos de tres horas para preparar la reunión de hoy que resulta he terminado prontito, han dado la una y media, he afilado mis colmillos convenientemente como dispuesto a luchar a tirones con un tigre de bengala por un pedazo de carne, y he ido al cocktail de la comida de la empresa.
Hoy tocaba comer panojaless. Todo el año currando para esto y no iba a dejarlo escapar. Lástima que no me haya acordado esta mañana y haya desayunado, porque al final no me he podido terminar la bandeja de turrón.
Después de que el año pasado tuviésemos que esperar más de media hora para dejar los abrigos en el ropero, el momento este año ha sido un poco como la conquista del Oeste. Tres mujeres detrás de unas mesas de las de jugar al dominó, con delantales y sin cofia, esperaban con los ojos casi fuera de sus órbitas a la horda de abrigueros que se abalanzaban sobre ellas. Triste pero real. Por cierto, yo he conseguido el número 5 de casi 350 que habremos ido a comer.
Después de sacudirle a la cerveza y al vino mezclando un poquito, otra conquista del oeste para conseguir mesa con alguien con quien no tuvieses rollos con su hermana o hija, le debieses pasta, o no supiese hablar de algo distinto de la fusión de átomos de molibdeno.
Al final he acabado sentado con Dwalks, que no tiene las piernas más bonitas de la empresa, pero que como es zurdo me viene muy bien en la mesa. Y allí hemos retomado nuestras conversaciones inteligentísimas:
Dwalks: ¿Qué vas a hacer mañana, tío?
Would: Tengo cena de Navidad con Iki, Sebas, Milio y demás.
D: ¿Y yo?
W: No, tú no. [...] Mmmm, bueno, si quieres venir.
D: No, no puedo. Tengo cena con Kurt, Chs, Agr y demás.
W: ¿Y yo?
D: No, tú no. [...] Mmmm, bueno, si quieres venir.
W: No, no puedo. Tengo cena con Iki, Sebas, Milio y demás.
D: ¿Y yo?
W: No, tú no. Pero bueno, si quieres venir.
[Estribillo] (bis)
Hoy tocaba comer panojaless. Todo el año currando para esto y no iba a dejarlo escapar. Lástima que no me haya acordado esta mañana y haya desayunado, porque al final no me he podido terminar la bandeja de turrón.
Después de que el año pasado tuviésemos que esperar más de media hora para dejar los abrigos en el ropero, el momento este año ha sido un poco como la conquista del Oeste. Tres mujeres detrás de unas mesas de las de jugar al dominó, con delantales y sin cofia, esperaban con los ojos casi fuera de sus órbitas a la horda de abrigueros que se abalanzaban sobre ellas. Triste pero real. Por cierto, yo he conseguido el número 5 de casi 350 que habremos ido a comer.
Después de sacudirle a la cerveza y al vino mezclando un poquito, otra conquista del oeste para conseguir mesa con alguien con quien no tuvieses rollos con su hermana o hija, le debieses pasta, o no supiese hablar de algo distinto de la fusión de átomos de molibdeno.
Al final he acabado sentado con Dwalks, que no tiene las piernas más bonitas de la empresa, pero que como es zurdo me viene muy bien en la mesa. Y allí hemos retomado nuestras conversaciones inteligentísimas:
Dwalks: ¿Qué vas a hacer mañana, tío?
Would: Tengo cena de Navidad con Iki, Sebas, Milio y demás.
D: ¿Y yo?
W: No, tú no. [...] Mmmm, bueno, si quieres venir.
D: No, no puedo. Tengo cena con Kurt, Chs, Agr y demás.
W: ¿Y yo?
D: No, tú no. [...] Mmmm, bueno, si quieres venir.
W: No, no puedo. Tengo cena con Iki, Sebas, Milio y demás.
D: ¿Y yo?
W: No, tú no. Pero bueno, si quieres venir.
[Estribillo] (bis)
Sunday, December 18
Mis neoconversaciones con Dwalks
Desde que nos han capado Blogger en el curro trabajo el doble que antes, y estoy tan contento que el día de la comida de Navidad de la empresa voy a ir a dar besos a todo el departamento de informática. Da igual que sean unos geeks del copón, o que no haya una sola mujer entre ellos. En estas fechas me inspiran tanto cariño como los niños que utiliza Unicef en sus campañas.
Por otra parte, todo el mundo sabe que cuando se pierde un sentido se desarrollan los demás, y claro, no todo el tiempo ahorrado de Blogger iba a ir a parar al curro, también había que diversificar y enviar algún correíto más para distraerse.
Así ha sido cómo Dwalks y yo hemos recuperado una comunicación directa vía mail que nos evita levantarnos de la silla, andar 12 metros y tener outlookconversaciones como, por ejemplo, esta:
Dwalks: Hola caraculo
Would: Hola gordo infame.
D: Pelomoro
W: Mapache
D: Risa torcida
W: Posturitas
D: Hombre-anuncio de Puma
W: Complementos de garrafón. Oye, ¿qué vas a comer hoy? Yo voy a ir a H&M (otra vez).
D: Había pensado en comer filete con patatas, pero no comprendo tu interés.
[...]
O leer sus entradas vía mail, contestarle, por ejemplo, un "Has estao bien" como respuesta ingeniosa de la semana y recibir de su parte un, por ejemplo, "Gracias, gracias. Se lo dedico a mi madre, a los amigos que han estado ahí en los momentos difíciles y a los recogepelotas."
Casi 30 años de estulticia nos alumbran, Señor. Está claro que nosotros seguimos igual de mal independientemente de los medios que dispongamos, ¡y qué poquito remedio tenemos, oiga!
Por otra parte, todo el mundo sabe que cuando se pierde un sentido se desarrollan los demás, y claro, no todo el tiempo ahorrado de Blogger iba a ir a parar al curro, también había que diversificar y enviar algún correíto más para distraerse.
Así ha sido cómo Dwalks y yo hemos recuperado una comunicación directa vía mail que nos evita levantarnos de la silla, andar 12 metros y tener outlookconversaciones como, por ejemplo, esta:
Dwalks: Hola caraculo
Would: Hola gordo infame.
D: Pelomoro
W: Mapache
D: Risa torcida
W: Posturitas
D: Hombre-anuncio de Puma
W: Complementos de garrafón. Oye, ¿qué vas a comer hoy? Yo voy a ir a H&M (otra vez).
D: Había pensado en comer filete con patatas, pero no comprendo tu interés.
[...]
O leer sus entradas vía mail, contestarle, por ejemplo, un "Has estao bien" como respuesta ingeniosa de la semana y recibir de su parte un, por ejemplo, "Gracias, gracias. Se lo dedico a mi madre, a los amigos que han estado ahí en los momentos difíciles y a los recogepelotas."
Casi 30 años de estulticia nos alumbran, Señor. Está claro que nosotros seguimos igual de mal independientemente de los medios que dispongamos, ¡y qué poquito remedio tenemos, oiga!
Wednesday, December 14
La sierra de Francia (y III ¡coñoya!)
¡Extra, Extra! ¡ACTUALIZACIÓN con FOTOS al final del post!
Bueno, como quiero terminar ya de una vez con este pestiño de viaje me salto la “Próxima parada: Candelario”, porque es un pueblo que es muy bonito, muy serrano y donde se come un solomillo de ciervo genial pero que me pilla con ganas de callarme ya un poquito.
Así que paso directamente a las Hints del viaje. La chicha y la miga. Unos consejos del tío Matt el Viajero para que disfrutéis más en vuestros viajes a la tierra charra, y para que os comáis todo lo magro.
¿Cómo se pide un Naproxeno? Con receta.
Would: Quería unos preservativos Durex. ¿Puedo ver los que tienes?
Dependienta que abre el cajón y me muestra.
W: Buf, no están los que quiero. ¿No tiene más?
Dependienta que me mira con cara de “Eres un pervertido, chaval”, pero que dice “Espera que voy adentro a ver si tengo más”.
Efectivamente va adentro y vuelve diciendo “Pues no, esto es lo que hay”.
Berlín: Bueno, es igual. ¿Tiene Naproxeno?
Dependienta que mira con cara de “¿Pero de dónde ha sacado el pervertido a la yonki?”, pero que se mete para la trastienda sin decir nada.
Pasan 20 segundos y sale la farmacéutica con un perrillo de faldas –ah no, que es la dependienta- y nos dice “¿No tienes receta? Es que con la nueva ley hace falta receta. Te puedo dar pilindrín, pilindrón, tranquilín y tranquilón pero naproxeno no porque lo prohíbe la ley”, cuando lo que decía su cara era “Coged lo que queráis pero no nos hagáis daño. Y sabed que ya he avisado a la policía, así que será mejor que os volváis pronto para las Barranquillas”.
Berlín añade inocente: Bueno mi médico no me ha dado nunca receta y me ha dicho que es lo mejor para el tipo de dolor de cabeza que tengo.
Farmacéutica: La ley es la ley.
Would piensa: “No hay preservativos, no hay medicinas para el dolor de cabeza…. Se te complica la noche, muchacho”.
¿Cómo se piden los vinos? Por su nombre
Berlín al entrar en un bar: ¿Puedes pedir tú, que tengo que ir al baño?
Would: Claro. ¡Dos vinos, oiga!
Un camarero con pinta de oír voces dentro de su cabeza y de estar recién salido del salón de su casa en el que acabar abandonar a su madre atada a una silla y amordazada con una pelota de papel higiénico dentro de la boca, destapa una botella de tinto y sirve dos chatos.
¡¡¡PUAJJJJJSSS!!! ¡Qué cabrón, este tío ha currado en el 8 y medio!
B: Ya está. ¿Qué tal el vino?
W: Buenísimo.
B: […] ¿Pero esto qué es lo que es, W?
W: Chica, por un euro los dos...
¿Cómo se piden las tapas? Con mucha cara y a la vez que las cañas
Would: ¡Dos cañas, por favor!
Un camarero bastante bien puesto pasa por delante de un calendario de una mujer en tetas, pasa por delante de otro, coge dos vasos, los llena de cerveza y nos los pone a Berlín y a mí.
A nuestro lado, el cabecilla de un grupo de cazadores de los de barro en las botas, camuflaje y machete al cinto dice: “Cuatro cañas, un sandy y de tapa croquetas para 3 y 2 de mejillones”.
El mismo camarero bien puesto pasa por delante del calendario de la mujer en tetas (¡y qué tetas!), pasa por delante del otro calendario (¡Would!), pone las cañas y las tapas y me deja con una cara de panoli como si el tonto del pueblo me hubiese robado el pan de debajo del brazo.
“Échale morro, Would, demuestra que tú también puedes parecer charro”, me digo. Y me lanzo: “Dos cañas, por favor. Y de tapas… uhmmm, mejiqueta. Digoooo, croquillón…. Digoooo, ¿es gratis?”
“Anda queeee…” Dice Berlín meneando la cabeza.
*****************************
Para mi particular Santo Tomás. Aquí tienes, querida Cristina -redoble de tambores, por favor- [...] ¡El 1.800 de la Peña de Francia!
La sierra de Francia (II)
Tras la comilona en Piedrahíta llegamos a San Esteban de la Sierra, donde estuvimos alojados de viernes a domingo en un lugar que en esta ocasión no pienso recomendar porque en la zona hay pueblos mejores que tienen cobertura y en los que la casa rural no está llevada por las hemanas de Cenicienta.
Parada nº2: La Peña de Francia
El sábado salimos pronto y visitamos casi todos los pueblos de la zona. Todos merecen la pena y todos son muy iguales: Miranda del Castañar, Mogarraz, La Alberca, San Martín del Castañar y yo no sé que más porque acabé mareado de tanta curva que tienen las carreteras allí.
Es increíble lo largos que se me hacen los puertos cuando soy yo quien conduce y lo cortitos que se vuelven cuando puedo ir mirando el paisaje y cambiando de una canción de Moby a otra de Coldplay y luego a otra de Tracy Chapman a mi antojo.
En uno de esos pueblos, ya digo que me resulta imposible acordarme de cuál de todos porque tengo un cacao increíble, nos atendió una chica sudamericana que de carrerilla nos enunció todos los pueblos de interés de la zona, qué se podía ver en ellos y el siglo del que databan todas las iglesias, fuentes, y viudas milenarias vestidas de negro que se sientan en la puerta de sus casas a hacer calceta con 3 grados centígrados.
Esta chica me recordó a los mendigos que se encontraban en las catedrales y que por unas monedas te recitaban una lección aprendida de memoria con la previa advertencia de que no les interrumpieses porque tendrían que empezar de nuevo desde el principio: “Mira, ¿te suena eso del Big Bang?”
Hicimos el camino como nos dijo y vimos 384 fuentes del siglo XVI, comimos un bocadillo en La Alberca rodeados de los niños de la peli de Oliver Twist en versión Niños del Maíz y pusimos rumbo a la Peña de Francia (1.800 metros, Sá, que iba a poner fotos pero me las he dejado todas en la oficina).
Allí, además de unos paisajes increíbles, hay un santuario de los dominicos, un hotel rural, una capilla con acceso a la gruta en la que alguien encontró la imagen de la Vírgen de la Peña y un repetidor de televisión.
Bueno, el día que estuvimos nosotros también había un señor paseando a su perro dentro de la iglesia y al que ni siquiera le faltó llevarlo por detrás de la imagen, igual que se pasa en la catedral de Santiago, por si quería morder el manto de la Virgen; y un niño asomado al mirador y tirando piedras a un camino por el que algunos trataban de pasear 4 metros más abajo sin que su padre le dijese ¡Mu!
Lo cuento y me siento reviejo, joder. Ya me veo mañana criticando a las niñas de 13 años que van pintadas y llevan minifaldas.
Parada nº2: La Peña de Francia
El sábado salimos pronto y visitamos casi todos los pueblos de la zona. Todos merecen la pena y todos son muy iguales: Miranda del Castañar, Mogarraz, La Alberca, San Martín del Castañar y yo no sé que más porque acabé mareado de tanta curva que tienen las carreteras allí.
Es increíble lo largos que se me hacen los puertos cuando soy yo quien conduce y lo cortitos que se vuelven cuando puedo ir mirando el paisaje y cambiando de una canción de Moby a otra de Coldplay y luego a otra de Tracy Chapman a mi antojo.
En uno de esos pueblos, ya digo que me resulta imposible acordarme de cuál de todos porque tengo un cacao increíble, nos atendió una chica sudamericana que de carrerilla nos enunció todos los pueblos de interés de la zona, qué se podía ver en ellos y el siglo del que databan todas las iglesias, fuentes, y viudas milenarias vestidas de negro que se sientan en la puerta de sus casas a hacer calceta con 3 grados centígrados.
Esta chica me recordó a los mendigos que se encontraban en las catedrales y que por unas monedas te recitaban una lección aprendida de memoria con la previa advertencia de que no les interrumpieses porque tendrían que empezar de nuevo desde el principio: “Mira, ¿te suena eso del Big Bang?”
Hicimos el camino como nos dijo y vimos 384 fuentes del siglo XVI, comimos un bocadillo en La Alberca rodeados de los niños de la peli de Oliver Twist en versión Niños del Maíz y pusimos rumbo a la Peña de Francia (1.800 metros, Sá, que iba a poner fotos pero me las he dejado todas en la oficina).
Allí, además de unos paisajes increíbles, hay un santuario de los dominicos, un hotel rural, una capilla con acceso a la gruta en la que alguien encontró la imagen de la Vírgen de la Peña y un repetidor de televisión.
Bueno, el día que estuvimos nosotros también había un señor paseando a su perro dentro de la iglesia y al que ni siquiera le faltó llevarlo por detrás de la imagen, igual que se pasa en la catedral de Santiago, por si quería morder el manto de la Virgen; y un niño asomado al mirador y tirando piedras a un camino por el que algunos trataban de pasear 4 metros más abajo sin que su padre le dijese ¡Mu!
Lo cuento y me siento reviejo, joder. Ya me veo mañana criticando a las niñas de 13 años que van pintadas y llevan minifaldas.
Monday, December 12
La sierra de Francia (I)
Esta semana pasada en la que se trabajaba un día sí, un día no, estuvo a punto de volverme loco.
A mis años un desorden en el horario de los sueños no debería afectarme por ser habitual. A ver, que yo no soy el que viaja a China o Argentina y cambia la noche por el día, María, pero como joven que soy -y hay que joderse cómo huele esta expresión a reviejo del blues-, los fines de semana tengo unos ciclos de luz tan antinaturales como los que se ponen a las gallinas ponedoras.
A lo que iba, que se me va y lo pierdo, es que este fin de semana, para relajarme de esas extrañas vacaciones, he ido a conocer la Sierra de Francia, que para quien sea tan genial como yo en geografía, aclararé que está en Salamanca.
¿Cómo se prepara uno para un viaje así? Lo primero es meter mucha ropa en la maleta, y lo segundo sacar la ruta en Vía Michelín y Guía Campsa aunque luego esos papeles no sirvan para nada más que envolver bocadillos.
Claro, claro, igual que se mete en la maleta una camiseta de sobra por si te manchas con la hamburguesa, sacar las rutas por Internet es algo que hay que hacer aunque se sepa seguro que al final se va a llegar a un cartel en el que las carreteras han tenido 3 nombres distintos en 2 años y que significa que donde tu plano dice AV-102, el cartel dice N-104 y dos kilómetros más adelante cambiará por SA-101.
Problema que tiene siempre la misma solución: parar, tirar la ruta por la ventana, sacar el plano de carreteras de toda la vida y mirar cual es el próximo pueblo por el que se debería pasar a admirar jamones, vinos y perros por las calles.
Después hay que bajar de el coche y recoger lo que se ha tirado porque sino se queda el campo que da asco verlo, ¿eh?
Parada Nº1: Piedrahíta
Hay que ir.
Allí se puede ver el palacio de los Duques de Alba, tomar una caña en la plaza del pueblo y comer en el Restaurante Gran Duque . Esto último, impepinable.
Sólo un ejemplo: lo que allí llaman "Virutas de micuit de pato" en Madrid el mismo plato sería "El puto Everest en lonchas de paté", con la posible apostilla “del paté más rico del Universo”.
Pero aún más grande que eso es que en un salón muy bien puesto te comes la familia entera de los patos del estanque de los Duques, su huerta a la parrilla, un chuletón de ternera del que hasta el hueso se deshace en la boca, un lomo de bacalao confitado en vino tinto del tamaño de un antebrazo, postres, vino y cafés; te atienden como si fuesen tus abuelas con un master en servicio de sala, y van y en la factura te cobran 30 euros por persona y te dicen que su mayor agradecimiento es que lo divulgues.
Y a mí, si se me ponen así después de colmarme de atenciones y llenarme la tripa con comida rica, además de dejarles una buena propina les compongo un copla de pie quebrado y lo escribo con mis llaves junto a su teléfono en las puertas del Metro.
PD: ¿Había dicho que de aperitivo nos pusieron unos chupitos de sopa castellana?
A mis años un desorden en el horario de los sueños no debería afectarme por ser habitual. A ver, que yo no soy el que viaja a China o Argentina y cambia la noche por el día, María, pero como joven que soy -y hay que joderse cómo huele esta expresión a reviejo del blues-, los fines de semana tengo unos ciclos de luz tan antinaturales como los que se ponen a las gallinas ponedoras.
A lo que iba, que se me va y lo pierdo, es que este fin de semana, para relajarme de esas extrañas vacaciones, he ido a conocer la Sierra de Francia, que para quien sea tan genial como yo en geografía, aclararé que está en Salamanca.
¿Cómo se prepara uno para un viaje así? Lo primero es meter mucha ropa en la maleta, y lo segundo sacar la ruta en Vía Michelín y Guía Campsa aunque luego esos papeles no sirvan para nada más que envolver bocadillos.
Claro, claro, igual que se mete en la maleta una camiseta de sobra por si te manchas con la hamburguesa, sacar las rutas por Internet es algo que hay que hacer aunque se sepa seguro que al final se va a llegar a un cartel en el que las carreteras han tenido 3 nombres distintos en 2 años y que significa que donde tu plano dice AV-102, el cartel dice N-104 y dos kilómetros más adelante cambiará por SA-101.
Problema que tiene siempre la misma solución: parar, tirar la ruta por la ventana, sacar el plano de carreteras de toda la vida y mirar cual es el próximo pueblo por el que se debería pasar a admirar jamones, vinos y perros por las calles.
Después hay que bajar de el coche y recoger lo que se ha tirado porque sino se queda el campo que da asco verlo, ¿eh?
Parada Nº1: Piedrahíta
Hay que ir.
Allí se puede ver el palacio de los Duques de Alba, tomar una caña en la plaza del pueblo y comer en el Restaurante Gran Duque . Esto último, impepinable.
Sólo un ejemplo: lo que allí llaman "Virutas de micuit de pato" en Madrid el mismo plato sería "El puto Everest en lonchas de paté", con la posible apostilla “del paté más rico del Universo”.
Pero aún más grande que eso es que en un salón muy bien puesto te comes la familia entera de los patos del estanque de los Duques, su huerta a la parrilla, un chuletón de ternera del que hasta el hueso se deshace en la boca, un lomo de bacalao confitado en vino tinto del tamaño de un antebrazo, postres, vino y cafés; te atienden como si fuesen tus abuelas con un master en servicio de sala, y van y en la factura te cobran 30 euros por persona y te dicen que su mayor agradecimiento es que lo divulgues.
Y a mí, si se me ponen así después de colmarme de atenciones y llenarme la tripa con comida rica, además de dejarles una buena propina les compongo un copla de pie quebrado y lo escribo con mis llaves junto a su teléfono en las puertas del Metro.
PD: ¿Había dicho que de aperitivo nos pusieron unos chupitos de sopa castellana?
Thursday, December 8
El cuadrilátero de San Saturio
¡¡JeloooOooouuu!!
Ya están aquí las Navidades y todo es amor, paz y fraternidad. Hay tan buen rollo los viajeros de metro se abrazan al negro que les reparte la publicidad del Dr. Mendele, el mismo que te dice que si tiras su publicidad a la basura te condena a 20 años de alopecia, sexo malo y dolor de muelas; y se ven colas kilométricas en Doña Manolita, que de tanta suerte que reparte va a conseguir que un día haya un atropello múltiple en la Gran Vía, o que aparezcan los herederos de los hermanos Izquierdo de Puerto Hurraco y monten una carnicería para conseguir el último décimo de la lotería de Navidad y unas castañas asadas.
Yo por si acaso me voy preparando, y para coger fuerzas para lo que se nos viene encima, este fin de semana acepté encantado la invitación del enfermero Saturio para ir con Berlín y unos amigos a Soria, la franquicia del Ártico en la Península Ibérica.
De allí es la familia de Saturio, y en la ciudad tienen una casa la mar de maja en la que destacan el jardín con chupones, la doble puerta de entrada para evitar la fuga de calor, y el Canal Infierno 24 horas.
Se ve que adelantándose a la televisión digital terrestre, los sorianos han desarrollado un sistema de chimenea protegida por una puerta de cristal que hace las veces de televisión panorámica de pantalla plana y que a falta de Gran Hermano es idónea para poner la mente en blanco.
A pesar del frío extraterrenal que hace, un soriano no te reconocerá que en su tierra hace frío, sino que achacará tus temblores y castañeo de los dientes a tu sensación térmica. Se ve que los fundadores de Soria llegaron a aquellas tierras provenientes del mismo Bilbao.
Nosotros no habíamos ido allí para estar todo el día encerrados en la casa, así que salimos a dar una vuelta por el centro, visitamos a San Saturio en su ermita y nos acercamos a la caseta del guarda en Valonsadero. Allí, en pleno campo y con una sensación térmica de tener los dedillos de los pies a punto de morir por congelación, con mi gorro de punto, mi bufanda puesta por encima de las orejas como una Doña Rogelia de colorín, y con la capucha echada sobre todo esto, vi cómo empezaron los Yayos (una pareja de 32 vs. 24) a buscar alguna manera de entrar en calor.
Supongo que por todo el mal que en la juventud ha provocado ver los episodios de Bola de Dragón, empezaron a hacer de boxeadores hasta que Fris, la yaya, golpeó con un directo limpio el cráneo del yayo. De nada sirvieron los "Pero cari, ¿por qué no lo has esquivado?" porque debió ser antes cuando pensase que el juego de pies se pierde con la edad y bajase la velocidad de sus golpes.
Acabado el boxeo, empezaron un corre que te pillo que duró 6 segundos de reloj hasta que Fris tropezó, cayó al suelo y los demás acudimos a... darle patadas.
¡Bola de Dragón malo, malo y malo!
Lástima que ver la cara de dolor de Fris, y oir sus gritos de "¡No, por favor!", nos detuviese. Claro, que no somos tan malas personas y acabamos perdonándole que nos estropease la diversión porque la pobre se había roto los ligamentos del tobillo.
Por la noche, sorpresa a Berlín por su cumpleaños, regalos, enrojecimiento, vinos, cervezas y copas.
Y así acabamos el fin de semana: Fris bajo inyecciones de Eparina y con una férula, el yayo con un chichón y la moral baja, Berlín un año mayor y yo conduciendo su coche de vuelta a Madrid para ahorrarle la noche, la lluvia, los camiones y el dolor de espalda que le provoca la tensión por conducir en esas condiciones.
Ya están aquí las Navidades y todo es amor, paz y fraternidad. Hay tan buen rollo los viajeros de metro se abrazan al negro que les reparte la publicidad del Dr. Mendele, el mismo que te dice que si tiras su publicidad a la basura te condena a 20 años de alopecia, sexo malo y dolor de muelas; y se ven colas kilométricas en Doña Manolita, que de tanta suerte que reparte va a conseguir que un día haya un atropello múltiple en la Gran Vía, o que aparezcan los herederos de los hermanos Izquierdo de Puerto Hurraco y monten una carnicería para conseguir el último décimo de la lotería de Navidad y unas castañas asadas.
Yo por si acaso me voy preparando, y para coger fuerzas para lo que se nos viene encima, este fin de semana acepté encantado la invitación del enfermero Saturio para ir con Berlín y unos amigos a Soria, la franquicia del Ártico en la Península Ibérica.
De allí es la familia de Saturio, y en la ciudad tienen una casa la mar de maja en la que destacan el jardín con chupones, la doble puerta de entrada para evitar la fuga de calor, y el Canal Infierno 24 horas.
Se ve que adelantándose a la televisión digital terrestre, los sorianos han desarrollado un sistema de chimenea protegida por una puerta de cristal que hace las veces de televisión panorámica de pantalla plana y que a falta de Gran Hermano es idónea para poner la mente en blanco.
A pesar del frío extraterrenal que hace, un soriano no te reconocerá que en su tierra hace frío, sino que achacará tus temblores y castañeo de los dientes a tu sensación térmica. Se ve que los fundadores de Soria llegaron a aquellas tierras provenientes del mismo Bilbao.
Nosotros no habíamos ido allí para estar todo el día encerrados en la casa, así que salimos a dar una vuelta por el centro, visitamos a San Saturio en su ermita y nos acercamos a la caseta del guarda en Valonsadero. Allí, en pleno campo y con una sensación térmica de tener los dedillos de los pies a punto de morir por congelación, con mi gorro de punto, mi bufanda puesta por encima de las orejas como una Doña Rogelia de colorín, y con la capucha echada sobre todo esto, vi cómo empezaron los Yayos (una pareja de 32 vs. 24) a buscar alguna manera de entrar en calor.
Supongo que por todo el mal que en la juventud ha provocado ver los episodios de Bola de Dragón, empezaron a hacer de boxeadores hasta que Fris, la yaya, golpeó con un directo limpio el cráneo del yayo. De nada sirvieron los "Pero cari, ¿por qué no lo has esquivado?" porque debió ser antes cuando pensase que el juego de pies se pierde con la edad y bajase la velocidad de sus golpes.
Acabado el boxeo, empezaron un corre que te pillo que duró 6 segundos de reloj hasta que Fris tropezó, cayó al suelo y los demás acudimos a... darle patadas.
¡Bola de Dragón malo, malo y malo!
Lástima que ver la cara de dolor de Fris, y oir sus gritos de "¡No, por favor!", nos detuviese. Claro, que no somos tan malas personas y acabamos perdonándole que nos estropease la diversión porque la pobre se había roto los ligamentos del tobillo.
Por la noche, sorpresa a Berlín por su cumpleaños, regalos, enrojecimiento, vinos, cervezas y copas.
Y así acabamos el fin de semana: Fris bajo inyecciones de Eparina y con una férula, el yayo con un chichón y la moral baja, Berlín un año mayor y yo conduciendo su coche de vuelta a Madrid para ahorrarle la noche, la lluvia, los camiones y el dolor de espalda que le provoca la tensión por conducir en esas condiciones.
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