
Los recuerdos que nos traen estas canciones suelen ser confusos, como las noches en las que la bailamos, pero casi siempre, al oírlas de nuevo, provocan simultáneamente una sonrisa y una sensación de hastío. Siempre hay alguna experiencia que podemos asociar a estas canciones porque las hemos escuchado y bailado durante los 90 días que duraban las vacaciones de verano (¡uau!). Ahora duran bastante menos, pero también nuestra paciencia es menor y la tarea de los pinchadiscos continúa consistiendo en que al día siguiente, al levantarte con dolor de cabeza y el estómago revuelto, camines hacia el baño diciendo que eres de Barcelona y pidiendo que no te llamen Dolores, que te gusta más que te llamen Lola.
Las canciones del verano se introducen en la cabeza y se van extendiendo a la región del cerebro que domina el subconsciente, de manera que en cualquier momento en el que estás distraído, toman el control y no puedes evitar tamborilearlas sobre la mesa, silbarlas, o cantar el estribillo. La sensación de que mi corazón hacía boom, boom, boom me ha despertado de la siesta con una taquicardia en más de una ocasión.
La cosa ha empeorado mucho desde que en la televisión aparecen anuncios invitándote a bajarte las melodías más pegadizas a tu móvil por un módico precio.

En fin, solo pido un poco de compasión a los fanáticos de las melodías de los móviles. Ya tenemos bastante en las terrazas y en los bares como para tener que aguantar también el machaqueo en el autobús, el restaurante, o la oficina. Lo que ellos sienten por la canción del momento no es amor, lo suyo se llama obsesión.
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