Friday, July 30

mi coche

Hace poco más de un año me saqué el carné de conducir. A pesar de esto, me considero un conductor experto por mis horas al volante de lujosos Dodge Viper, Ford Mustang, Audi TT e incluso glamourosos Toyota Yaris. Siempre a los mandos de la Play Station y anteriormente de las teclas Q, A, O, P, ESPACIO del teclado de mi Spectrum 48 K, he corrido por las calles de Montecarlo y he derrotado a Michael Schumacher en los mejores circuitos del mundo, aunque he de reconocer que el modo sencillo simplifica mucho las cosas.

El salto de calidad definitivo se produjo cuando hace más de año y medio me regalaron el volante y los pedales para la PS2. Cuando me di cuenta de que conducía con una mano en el volante y haciendo olas con la otra, descubrí que me gusta conducir. Me apunté a la autoescuela, y lo que me cobraban allí por una clase práctica de 40 minutos a mandos de un Citröen Saxo, me motivó lo suficiente como para no salir de casa en un mes, aunque afortunadamente aprobé a la primera y no tuve que recurrir a la privación de alimentos que estaba temiendo.
Una vez aprobado el examen, inicié las negociaciones con mi hermano para que me vendiese su SEAT Córdoba azul, el color de todos los coches que tenía mi familia hasta hace bien poco. Ahora, poco más de un año después, mi SEAT Córdoba es azul con rayas blancas en las puertas. Hay gente que confunde con arañazos con las columnas el tuneado que le he hecho, da igual, cuando ellos lleguen a esta moda ya habrá pasado. En fin, que es un coche bonito y se mueve, así que me da más de lo que necesito.

Sin embargo, ahora más que nunca, veo los coches como un Kinder Sorpresa. Por fuera son atractivos y de líneas sencillas, e incluso algunos de ellos, seguramente todos a los que yo nunca podré acceder, tienen efectos afrodisíacos, como el chocolate. Pero luego les levanto el capó y me lo encuentro llenos de piezas que no sé para qué sirven. Estoy convencido que muchas de ellas están allí para asustar a gente como yo, para que no se nos ocurra meter la mano porque luego no nos caben todas esas piezas dentro (como cuando intentas volver a guardar la sorpresa del Kinder), o cuando das la tarea por terminada y empiezas a recoger, te das cuenta de que te han sobrado 3.

Nada más comprarlo le cambié el filtro del aire, supongo que por aquello de cumplir la ISO 14000, y la correa de distribución. Yo la única correa que había conocido hasta entonces era esa con la que nos amenazaba mi abuelo, y su única función era permitirle reírse de nuestras caras. Igual que hacen los mecánicos de los talleres cuando les llevamos nuestros coches diciendo que hacen ruiditos raros; o como mi hermano, cuando al mes de tener el coche, le llamo a las tres de la mañana porque al ir a cogerlo, el volante no giraba y no cabía la llave en el contacto. Esas cositas de pardillo de las que no me voy a librar nunca.

Como digo, llegan las averías y el mantenimiento, así que tienes que llevarlo al taller. Aquello es la puerta a un mundo mágico que ha sido inspiración para muchas películas que podrían haberse llamado perfectamente "Mi polvo de ayer con el mecánico del taller" o "Limpieza de bajos".

Los nervios empiezan a surgir cuando el amable mecánico que te atiende empieza a preguntarte en otro idioma que si el cárter, el ABS, el ASR, si es TDI, los faros de xenón (del que vagamente recuerdo que iba por delante del radón en la tabla periódica de los elementos) y el climatizador Climatronic 2000, que debe ser como el Pingüino de Longi pero en versión Pentium IV.

Para cuando comienzas a habituarte a su jerga y a entender lo que quiere decirte por el contexto, como cuando lees un libro en inglés, o por los gestos, para lo cual me resultaron muy útiles las partidas de Tabú en la piscina, te das cuenta de que esa simpática persona que viste mono azul te ha sacado tres piezas de debajo del capó y te está amenzando con tirarlas porque dice que ya no sirven. Sonríes, no porque te haga gracia, sino porque por fin has entendido algo, y le preguntas cuánto te va a costar poner las nuevas. Él sonríe más que tú.

Además puede que te lo equipe con cosas que no necesitas. Esta semana mi padre bajó el coche para que cargasen de gas el circuito del aire acondicionado porque tenía fugas, así que también le echaron un líquido colorante para detectarlas... al cabo de tres años. Luego le preguntaron si tenía filtro de polen. Y sí tengo, y también cuesta dinero. ¿Para qué quiero yo que me limpien o me cambien el filtro de polen si yo no tengo alergia? Bueno, pues se cambia, se paga y punto, que no va uno al taller a discutir.
 
Con lo que sí que me quedé asombrado fue que me echaron en el ventilador un líquido bactericida y lo pusieron en marcha para que se desinfectase el filtro y de paso los asientos, como si mi padre le hubiese dicho que su hijo (¡hola!) es un piojoso. Confío en él y sé que no es capaz de eso.

En fin, amén de todos los gastos de mantenimiento, de que te agujereen la puerta para intentar robarte el coche, te vomiten unos borrachos el capó, te rompan el retrovisor de una patada (supongo), te manguen los tapacubos y otras desgracias mucho peores, conducir merece la pena. Me gusta conducir.



2 comments:

dwalks said...

Muy buen post. Deberías haber conocido al mi viejo Citröen BX, mi primera herencia... ¡Qué manera de dejarme tirado! ¡Qué clase tenía! Siempre lo hacía en sitios como la Castellana, Cibeles, M-30 o en la carretera de la Coruña. Nunca en carreteras secundarias, Carabanchel o similares.

Para la historia quedará aquella vez que me dejó tirado exactamente a 200 metros del taller de la ITV, donde hacía diez minutos que había pasado sin problemas la revisión anual. Todo un perro viejo. Algo así como cuando el abuelo de turno se apuesta con un nieto que puede hacer el pino. El abuelo, va y hace el pino perfectamente, gana la apuesta y se muere a la media hora. Pues lo mismo.

would said...

Todo un carácter el de tu Citröen. ¿Y cómo acabó ese perro viejo? Espero que no tuvieses que sacrificarle por sus achaques.