Thursday, August 12

dignidad en el gimnasio (2)

A los gimnasios hay gente que va a estar en forma, gente que va a lucirse y gente que va para huir de casa, y no les culpo en absoluto, que cualquiera se sienta a ver la tele por las tardes.

A los primeros se les distingue porque van con su ropa cómoda y funcional, sudan, sudan, sudan y se vuelven a casa satisfechos. A los segundos porque se agolpan en grupos delante del espejo para posar y discutir como niños mimados a quién de ellos le queda mejor el modelo comprado en la tienda del gimnasio, ajustado como los sueldos y los finales de mes. Y a los terceros porque van, pegan la hebra con el primero que encuentran, le conozcan o no, y entre que enganchan a una víctima con la siguiente, hacen una serie de abdominales.

El anonimato en el gimnasio es algo que me gusta. Pero está claro que hay gente que no piensa igual, o bien que no sabe pasar desapercibido. Me refiero a que si cuando haces press de banca, te pones a gritar como si te hubieses pillado las pelotas con la cremallera, o que si cuando colocas un disco de 20 kilos en la barra, lo empujas con todas tus fuerzas para que suene como si tuvieses la cabeza metida dentro de una de las campanas de El Escorial, el anonimato no te va a durar mucho.

Llegados a ese punto hay gente que se desmelena y comienza a dar todo de si mismos. A las pruebas me remito: el otro día en el gimnasio, eliminando toxinas de mi cuerpo en el baño turco, a temperaturas cercanas a los 60º C, y sin el vapor habitual que hace que la sala parezca Londres en otoño, un hombre de mediana edad, peso medio-alto y frente despejada, comenzó a hacer estiramientos en bolas.

Empezó por los brazos. Bueno, hasta ahí bien, no pasa nada, todo discreto y práctico, pero cuando puso los brazos en jarras y comenzó a hacer giros a izquierda y derecha con el tronco, parecía que el que estaba allí era el mismísimo Sin Chan diciendo: "Mira que trooooompaaa". Plas, plas, plas. Lamentable.

Pero nos tenía reservada una sorpresa final. El colofón consistió en el estiramiento de piernas, aproximándose mucho al suelo, demasiado para que aquello pareciese natural, y emitiendo gemidos. Uuufffff, aaaahhhhh. Más o menos como en las fotos... pero en bolas.

Este debió pensar, la higiene me la paso yo por el forro, y dicho y hecho. Según se levantaba me di cuenta de que su dignidad se había quedado allí por donde se había restregado.

No será la última vez que me descojono en el gimnasio, lo único que espero es freaks como estos no se queden en casa. ¡Salgan a hacernos sonreír y alegrarnos el día! Gracias.

2 comments:

Anonymous said...

Para mi, que vamos al mismo gimnasio.....

Eso sí, en el grupo inicial te ha faltado especificar a "los globos de silicona con patas" que también suelen pulular alrededor de los espejos.

Buen blog. Me ha hecho más amenas las interminables horas laborales de Agosto.

Meg

would said...

Ciertamente los "globos de silicona con patas" también son parte de la fauna autóctona de los gimnasios, pero son más difíciles de ver porque suelen estar ocultas entre los "músculos prietos en exhibición" que suelen rodearlas, ¿verdad?

Suerte con lo que queda de agosto.