Después de castigarme con dosis de apatía nada recomendables en mis primeros días de vacaciones, ha llegado el momento de disfrutar de la playa, paraíso de melanomas disfrazados de guiris cangrejiles, voyuers en busca de la pareja de suecas liberales, paellas ad libitum y cañitas salvadoras.
Cuando uno va a la playa de pequeño con sus padres, no se preocupa de otra cosa que no sean la altura de las murallas y la profundidad de los fosos de sus castillos de arena. Cuando se va a una edad aparentemente adulta, el desasosiego acecha detrás de cada hamaca y debajo de cada sombrilla. Miradas incriminatorias te obligan a reconocer que, a pesar del dinero que te has gastado en el gimnasio y en la ficha para el fútbol, este año te has vuelto a pasar con las tapitas.
Afortunadamente puedes esconderte disimuladamente en la manada y pasar desapercibido, porque a estas edades, lo normal es que tus amigos tengan el mismo aspecto degenerativo que el tuyo.
La gente se aburre en la playa, y esto no es discutible en playas como la de Benidorm. Porque, vamos a ver, ¿qué actividades puedes hacer allí que no sean tumbarte boca arriba, bañarte en el orinal de las excursiones del IMSERSO, darte cremita para hacer barrillo con la arena que se te ha pegado al salir mojado del agua, y tumbarte boca abajo? Ojo, no es malo aburrirse en la playa, a mi me encanta hacer prácticas de indolencia al sol, tirado durante horas sin otra misión que orientarme correctamente para captar los rayos en el ángulo correcto, aunque prefiero algo más de actividad.
Yo de pequeño, he ido a Benidorm muchos años, era de los que molestaban jugando con la pelota. Claro, que realmente era a nosotros a quienes molestaban. Bajábamos mis hermanos y colegas a las 9 de la mañana, y según iban pasando los minutos, cada vez resultaba más difícil no sacudirle un pelotazo en las tetas a la alemana de turno que, como un espontáneo de los que saltan a los campos de fútbol, había acampado en medio del área y además rompiendo el fuera de juego.
Es más, la última vez que fui por allí, hace unos 6 años, recuerdo que había parejas de la policía paseando por la orilla para que la gente no jugase ni a las paletas. Las alternativas de ocio son tan limitadas, que la evolución natural de las playas ha sido convertirse en el lugar preferido para echarse la siesta y prepararse para la noche.
Sin embargo en las playas del norte la realidad es muy distinta. Allí puedes volar la cometa, jugar al fútbol con pases de 40 metros e incluso, sin buscar demasiado, encontrar algún rincón donde te puedes bañar desnudito como cuando tenías 3 años.
Esta vez el destino es Altea y la compañía de dos amigos. Voy con Dwalks (lástima no poder hacer hoy enlace con su blog) a casa de J. en un viaje totalmente experimental, puesto que salvando comidas de trabajo y bodas, apenas hemos salido juntos.
Estaré un mínimo de 5 días totally unplugged, espero que aprovechando la ocasión para poner en práctica la mirada del pescador de peces rayo (esos peces enanos que están cerca de la orilla y que se mueven más rápidos que el ojo humano estándar), que me regaló mi amigo M. Esa mirada que detiene las olas y frena las mareas. Esa mirada que congela la sangre hasta del más caliente mirón de top less.
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