El sábado quedé con un grupo de amigos para subir a la sierra y echarnos un paintball, que es ese juego que consiste en pegar tiros a los malos lanzando bolas de pintura con escopetas de aire comprimido. Lo que tendrían que ser las guerras, vamos.
Recuerdo una película que vi cuando era pequeño que se llamaba Gotcha (de Got you!) en la que ya aparecía este juego que desde entonces ha ido adquiriendo más y más popularidad incluso como actividad organizada por las empresas para que los compañeros confraternicen y se desestresen.
Y se desestresen, dicen. Lo primero de todo es que para poder jugar te tienes que ir al monte, que no es que el monte no relaje, no, es que si vas un sábado por la mañana y el dichoso monte queda en la carretera de Burgos pasada la salida del Ikea, es más que aconsejable llevar en el coche una foto de los niños diciendo “Papá no corras” y un disco de chill out.
Llegas al monte, rozas los bajos del coche un poquito hasta que quedan lisos, y te enfundas un mono verde y una máscara sudada que te hace parecer un criminal peligrosísimo. Te dan una escopeta que te tienen que enseñar a usar porque no has hecho la mili y te dicen que las recargas de bolas te cuestan a seis euros, así que tú, que con la máscara no ves más allá de dos metros y que piensas que con los 40 euros que cuesta la broma te tenían que dar 20 cargadores completos, decides que lo mejor va a ser el cuerpo a cuerpo y acabar con los contrarios a culatazo limpio.
Pero eso es la teoría, porque en la práctica al primer bolazo que te pegan te metes en el agujero más cercano que encuentras para mirar si la herida sangra mucho o poco. Lo que no dudas es que tiene que sangrar.
Con estas, te lo piensas mejor y decides que en adelante vas a ser francotirador porque has visto en las películas que eso es algo como de mucho prestigio. Lo que no te enseñan en las películas es lo aburrido que es y lo estúpido que pareces ahí escondido. Durante un rato te dedicas a mirar las moscas que pasan cerca y al poco te ves intentando cazar grillos con las manos. Al tercer manotazo al aire piensas que estás haciendo el ridículo y que has ido allí a divertirte, así que sales de tu escondite gritando ¡HIJOSDEPUTA! y arrojándote sobre el primer tío que encuentras, le pegas cuatro tiros. “¡Oye, que lo siento, que con esta máscara no se ve una mierda! ¡Qué voy a saber que eres de los míos! ¿Crees que soy idiota?” … ¿¿?? … Ahí tenéis al primero que piensa que eres idiota.
Idiota, sí, pero él está muerto y tú no. ¿Quién es más idiota aquí, eh?
Luego te metes en el papel de estratega y meditas que lo decisivo en la batalla es que mientras todo tu grupo llama la atención sobre un flanco, tú rodeas al enemigo por el otro y acabas con él por sorpresa, que a ti nunca te ha dado reparo eso de disparar por la espalda.
Dicho y hecho. Ellos van por un lado y tú por otro, tal es el plan. Subes por el monte pegado a la valla para tratar de tener un flanco cubierto y empiezas a hacer la maniobra envolvente. Caminas entre los setos, agazapado a veces, arrastrándote sobre la hierba seca otras, y a los 5 minutos te das cuenta que ni ves enemigos, ni amigos, ni oyes tiros, así que empiezas a pensar que quizá hayas envuelto demasiado. Te levantas, empiezas a mirar alrededor sin reconocer lo que ves, y valoras si eres tan ridículo como para se capaz de perderte, dándote cuenta enseguida de que sí, que eres capaz de eso y de mucho más.
Como es algo que no te pilla por sorpresa, sabes que lo más digno es ir cuanto antes donde escuches voces conocidas, que es algo que tus padres te enseñaron a hacer de pequeño cuando te llevaron a veranear a Benidorm por si te perdías en la arena. Cuando llegas al mogollón, la batalla ha terminado y tú no has pegado ni un tiro, que es otra cosa muy divertida, claro. Casi prefieres lo de coger grillos.
Al final del día estás hecho polvo, pero no es hasta el día siguiente cuando te das cuenta de que mientras te arrastrabas por el suelo montones de bichos han aprovechado para acribillarte, y que sus picaduras te van a molestar muchísimo más que todos los bolazos que te hayas podido llevar. Pero así es el monte, y el monte mola, ¿no?
8 comments:
No he ido nunco, pero me has motivado mucho
would, es que lo entendiste mal. al nombre del juego le sobra la t: pain-ball.
Me acabo de cargar el comentario de Carlos, el pesao de los manuales de autoayuda, y me ha entrado muchísimo miedo a alguna maldición que me borre el disco duro o me deje más de media hora sin servidor.
Voy a dar tres vueltas a la pata coja alrededor de la silla y a degollar una gallina. Enseguida vuelvo.
la verdad es que las bolas esas hacen daño. la marca que te han dejado a ti en el cuello esta semana tuvo que doler
En mayo pasado lo hice yo por primera vez (lo del paint-ball, lo otro ya fue hace un par de años). Me encantó. Además, todos los moratones que me salieron al día siguiente, lejos de hacerme maldecir el jueguecito, me hacían sentir orgulloso, como contento de estar ligeramente lisiado. Debería hacérmelo mirar, por si hay ahí algún principio de masoquismo.
Abrazorrr.
Ay, que hasta he llorado de la risa floja que me ha entrado y se me ha corrido todo el rimmel, redios!
¿A desestresarse dices? Sólo de pensarlo el plan ese me produce un estrés del quince... El mismo efecto pero en versión "low cost" lo consigues con una batalla campal con cojines en tu casa (mis hermanos y yo lo practicábamos a menudo, junto con otra versión consistente en repartirnos el contenido de dos cajas de construcciones de madera o de rompecabezas de esos formados por cubos de plástico rígido, meternos en una habitación a oscuras y lanzarlas a diestro y siniestro hasta que alguno pedía a gritos clemencia).
Yo borré los comments del tal Carlos... y bueno...
Ahora tengo un bonito ordenador nuevo...
¿cuándo eras pequeño? Ni que tuvieras 23 años...
'Amosloquemefaltabaporoír...
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