Esta mañana he pensado que hoy era día de actualizar porque tenía un montón de cosas que contar del trabajo, de viajes, de mi vida... y tenía ganas de recrearme en algunas, pero la verdad es que me han dado las 12 de la noche y lo único que me apetece es que venga una china con las manos como piedras y me de un masaje.
Lo del masaje chino es algo que me apetece siempre, pero últimamente le estoy dando más vueltas porque mi amigo Iki se va a Pekín en cosa de mes y medio y me ha dicho que él estaría encantado de que le acompañara. La verdad es que me imagino el viaje con él y se me hace la boca agua. Más ahora que he descubierto que podría encontrar vuelos por 730 euros, pero me echa un poco para atrás el que mientras él esté trabajando, a mí me puede dar por salir sólo y que un chino bizco vestido con una camiseta blanca de tirantes me secuestre, me haga pedazos con un cuchillo medio oxidado y sin filo, y me utilice para hacer un caldo con pak choi en el restaurante al que seguramente Iki acabaría yendo a comer.
Ayer estuve en Almería... una vez más. Os contaré un secreto de Almería a los que no lo conozcáis bien: aquello está lleno de rusas. Y otro: las rusas están todas tremendas. Bueno, no, todas no. Las rusas que competían en las olimpiadas de los 70 estaban todas hormonadas y les salían bultos raros y mucho pelos en el bigote.
Un compañero de allí me contó que no sabía por qué espantarse más, si porque al entrar a una papelería a comprar unos chismes y unas cosas, se encontrase con un agricultor de unos 70 años pidiendo un diccionario de ruso, o porque la dependienta le contestase que estaban agotados.
De estas tengo más, pero las guardo para otro día.
Esta vez conduje un coche con un montón de caballos más que el mío. Lo mismo eran "solo" 120, pero la verdad es que para mí, que estoy acostumbrado a los 69 CV, es toda una sensación. Le puse incluso en sexta, no digo más. Los pelos de punta. Como conducía yo, les pedí a mis tres acompañantes que tocasen todos los botones para ver qué hacían. No habría hecho falta que se lo pidiese porque antes de que acabase la frase ya estaban como chimpancés toqueteándolo todo y fascinados con el ruidito de los motores eléctricos que ¡¡¡movían las cosas!!! ¿Sabéis esos monitos del espacio, push-a-button/pull-a-lever? Pues igualitos.
Y este fin de semana me voy con Berlín a pasar el fin de semana a la casa rural donde viajamos la primera vez. Soy un romántico, no lo neguéis. No, no. No hay ninguna razón especial. Es que le debía el regalo por su cumpleaños que fue hace 5 meses.
Pasad buen fin de semana, sed buenos, y hoy no me comáis carne, que estamos en cuaresma.
Thursday, March 29
Tuesday, March 27
301
Cuando de un número, sea el 301, elevamos sus dígitos al cuadrado y los sumamos hasta que quede uno solo (3^2 + 0^2 + 1^2 = 9 + 0 + 1 = 10 => 1^2 + 0^2 = 1) y sea este el uno, entonces se trata de un número feliz.
Al abrir Blogger me he dado cuenta de que esta es la entrada número 301 que escribo desde que abrí el blog. La había visto venir pero ni así caí con tiempo suficiente para hacer que la entrada anterior fuese especial.
Tampoco esta lo va a ser, lo que no es ninguna novedad sino la marca de Silent Shouts: una entrada detrás de otra sucediéndose sin orden en el fondo y ninguna trascendencia. Igual se puede leer esto que el bote del laca en el baño cuando se te ha olvidado el periódico.
En alguna de las entradas anteriores ya contaba que la idea de empezar con el blog vino durante una comida en el FrescCo con Dwalks cuando aún era FressCo. Esa misma tarde subimos a la oficina después de comer y en 20 minutos tenía el blog puesto en marcha, con el primer nombre que me vino a la cabeza aún no sé bien por qué, con el nick que usé por primera vez en un chat allá por 1998, y con la entrada más pretenciosa de cuantas he escrito. O casi.
Desde entonces he conocido alguna gente interesante y otra con la que me podía haber ahorrado la molestia. He creado un personaje preferido que tiene algunas de mis virtudes y todos mis defectos. He tenido ocasión de darle la dirección a quien no debía y de arrepentirme. He sido descubierto en dos ocasiones. No he aprendido nada. Y nunca he tenido un troll.
CODA: 301 es también el prefijo de Maryland y el comando que se usa en programación para dar a conocer que una página web se ha movido definitivamente de URL.
Al abrir Blogger me he dado cuenta de que esta es la entrada número 301 que escribo desde que abrí el blog. La había visto venir pero ni así caí con tiempo suficiente para hacer que la entrada anterior fuese especial.
Tampoco esta lo va a ser, lo que no es ninguna novedad sino la marca de Silent Shouts: una entrada detrás de otra sucediéndose sin orden en el fondo y ninguna trascendencia. Igual se puede leer esto que el bote del laca en el baño cuando se te ha olvidado el periódico.
En alguna de las entradas anteriores ya contaba que la idea de empezar con el blog vino durante una comida en el FrescCo con Dwalks cuando aún era FressCo. Esa misma tarde subimos a la oficina después de comer y en 20 minutos tenía el blog puesto en marcha, con el primer nombre que me vino a la cabeza aún no sé bien por qué, con el nick que usé por primera vez en un chat allá por 1998, y con la entrada más pretenciosa de cuantas he escrito. O casi.
Desde entonces he conocido alguna gente interesante y otra con la que me podía haber ahorrado la molestia. He creado un personaje preferido que tiene algunas de mis virtudes y todos mis defectos. He tenido ocasión de darle la dirección a quien no debía y de arrepentirme. He sido descubierto en dos ocasiones. No he aprendido nada. Y nunca he tenido un troll.
CODA: 301 es también el prefijo de Maryland y el comando que se usa en programación para dar a conocer que una página web se ha movido definitivamente de URL.
Wednesday, March 21
Elsa Pataky*
El domingo salí a correr al parque que hay detrás de mi casa. Me calcé mis zapatillas de running, me enfundé una camiseta roja básica, un pantalón de deporte azul, me coloqué mis auriculares-que-no-se-caen y salí con el Es Wird Morgen de 2Raumwohnung sonando en el iPod. Normalmente corro con Fatboy Slim o Prodigy, que es lo más machacón que tengo, pero es que este fin de semana he estado enganchadísimo a los ritmos de estos alemanes.
Estuve cerca de una hora dando vueltas al parque antes de aburrirme y subir a ducharme. Luego puse a actualizar el iPod, pero al enchufarlo con el cable USB al ordenador el disco duro se reiniciaba una y otra vez mientras aparecía esta carpeta de avería y yo no podía apartar la vista sin saber si echar la culpa al traqueteo de la carrera, al paso a la última versión de iTunes que había hecho esa misma mañana, o al cambio climático.
A pesar de que por unas prisas tuve que salir de casa dejando al iPod en su bucle de reinicios, al volver 3 horas más tarde me llevé un alegrón al ver que se había arreglado sólo, que es como se me suelen arreglar a mí las cosas.
Sin embargo, el lunes ya estaba otra vez dándome problemas al intentar sincronizarlo, y en esta ocasión, para colmo, en cada intento el ordenador se me quedaba tostado. Sin saber aún cuál era la pega tiré por la solución fácil: desinstalé iTunes y reinstalé la versión anterior. Nada. Reinicié el ordenador dos veces. Nada. Recé a Dios. Nada.
A pesar de que el iPod seguía funcionando, no iba a poder meter música nueva nunca más, y no es que no me guste la que tengo, que me encanta, es que a mí no me dura un disco más de dos semanas. Así que ahí estaba yo, con mi iPod con fecha de caducidad como un gilipo-llasmadre. Con mi iPod con fecha de caducidad como un gilipollas.
Hoy me he puesto vaquero y me he metido en el foro de soporte técnico de Apple para descubrir que es una mierda estupenda. He reiniciado y restaurado el iPod tal y como decían, y lo único que he conseguido ha sido pasar de 14,07 Gb de música a 6,51, de 2854 canciones a 1225 y de 8 días de música a 3,2. He llorado un rato y luego he estado maquinando nuevas maneras de tortura con palillos.
Después he accedido a un foro que me había comentado Dwalks esta mañana y me he puesto a hurgar hasta que he encontrado a otro que había tenido el mismo problema que yo. Qué reconfortante es cuando nos damos cuenta de que no estamos solos con nuestras cositas, ¿eh?
El caso es que las soluciones que le daban al tipo eran de lo más traumáticas. Consistían en abrir el iPod con una navaja y darle unos golpes con el mismo directamente al disco duro. Supuestamente después de hacer esto y cerrarlo con todo en su sitio, el iPod funcionaba como si fuese nuevo. Hay hasta un vídeo que muestra cómo hacerlo.
Al leerlo me ha parecido estúpido y he pensado en lo capullos que son algunos, pero luego me he acordado de que las televisiones siempre se han arreglado pegándoles un hostión en un lateral, y me he ido a la cocina a por un cuchillo.
¡Qué pena no haber hecho fotos! En serio, ha sido mejor que cuando diseccioné un ratón a los 13 años. He abierto el iPod, le he quitado un poquito el polvo, le he dado unos golpes al disco duro con el mango y lo he vuelto a cerrar. Después he visto que me había dejado fuera una pieza y lo he tenido que volver a abrir, pero esa no cuenta.
Luego he enchufado el iPod al ordenador y ¡ha funcionado! Y es que he descubierto que tengo magia en los dedos, señora. ¡Déjeme que le toque para darle suerte! ¡Déjeme que le toque al niño para que sea más listo! ¡Déjeme que le ponga las manos a su marido para que se mejore de lo suyo!
Hoy he recuperado la fe. Y el iPod.
Por si interesa, la canción del video destripero es la versión que José González hizo del Heartbeats de The Knife y que Sony utilizó para su campaña del Vaio. Como a mí me gusta más la de The Knife, es la que aquí os dejo.
*Ah, sí. ¡Qué fuerte lo de la Pataky! ¿No?
Estuve cerca de una hora dando vueltas al parque antes de aburrirme y subir a ducharme. Luego puse a actualizar el iPod, pero al enchufarlo con el cable USB al ordenador el disco duro se reiniciaba una y otra vez mientras aparecía esta carpeta de avería y yo no podía apartar la vista sin saber si echar la culpa al traqueteo de la carrera, al paso a la última versión de iTunes que había hecho esa misma mañana, o al cambio climático.
A pesar de que por unas prisas tuve que salir de casa dejando al iPod en su bucle de reinicios, al volver 3 horas más tarde me llevé un alegrón al ver que se había arreglado sólo, que es como se me suelen arreglar a mí las cosas.
Sin embargo, el lunes ya estaba otra vez dándome problemas al intentar sincronizarlo, y en esta ocasión, para colmo, en cada intento el ordenador se me quedaba tostado. Sin saber aún cuál era la pega tiré por la solución fácil: desinstalé iTunes y reinstalé la versión anterior. Nada. Reinicié el ordenador dos veces. Nada. Recé a Dios. Nada.
A pesar de que el iPod seguía funcionando, no iba a poder meter música nueva nunca más, y no es que no me guste la que tengo, que me encanta, es que a mí no me dura un disco más de dos semanas. Así que ahí estaba yo, con mi iPod con fecha de caducidad como un gilipo-llasmadre. Con mi iPod con fecha de caducidad como un gilipollas.
Hoy me he puesto vaquero y me he metido en el foro de soporte técnico de Apple para descubrir que es una mierda estupenda. He reiniciado y restaurado el iPod tal y como decían, y lo único que he conseguido ha sido pasar de 14,07 Gb de música a 6,51, de 2854 canciones a 1225 y de 8 días de música a 3,2. He llorado un rato y luego he estado maquinando nuevas maneras de tortura con palillos.
Después he accedido a un foro que me había comentado Dwalks esta mañana y me he puesto a hurgar hasta que he encontrado a otro que había tenido el mismo problema que yo. Qué reconfortante es cuando nos damos cuenta de que no estamos solos con nuestras cositas, ¿eh?
El caso es que las soluciones que le daban al tipo eran de lo más traumáticas. Consistían en abrir el iPod con una navaja y darle unos golpes con el mismo directamente al disco duro. Supuestamente después de hacer esto y cerrarlo con todo en su sitio, el iPod funcionaba como si fuese nuevo. Hay hasta un vídeo que muestra cómo hacerlo.
Al leerlo me ha parecido estúpido y he pensado en lo capullos que son algunos, pero luego me he acordado de que las televisiones siempre se han arreglado pegándoles un hostión en un lateral, y me he ido a la cocina a por un cuchillo.
¡Qué pena no haber hecho fotos! En serio, ha sido mejor que cuando diseccioné un ratón a los 13 años. He abierto el iPod, le he quitado un poquito el polvo, le he dado unos golpes al disco duro con el mango y lo he vuelto a cerrar. Después he visto que me había dejado fuera una pieza y lo he tenido que volver a abrir, pero esa no cuenta.
Luego he enchufado el iPod al ordenador y ¡ha funcionado! Y es que he descubierto que tengo magia en los dedos, señora. ¡Déjeme que le toque para darle suerte! ¡Déjeme que le toque al niño para que sea más listo! ¡Déjeme que le ponga las manos a su marido para que se mejore de lo suyo!
Hoy he recuperado la fe. Y el iPod.
Por si interesa, la canción del video destripero es la versión que José González hizo del Heartbeats de The Knife y que Sony utilizó para su campaña del Vaio. Como a mí me gusta más la de The Knife, es la que aquí os dejo.
*Ah, sí. ¡Qué fuerte lo de la Pataky! ¿No?
Tuesday, March 20
Paintball
El sábado quedé con un grupo de amigos para subir a la sierra y echarnos un paintball, que es ese juego que consiste en pegar tiros a los malos lanzando bolas de pintura con escopetas de aire comprimido. Lo que tendrían que ser las guerras, vamos.
Recuerdo una película que vi cuando era pequeño que se llamaba Gotcha (de Got you!) en la que ya aparecía este juego que desde entonces ha ido adquiriendo más y más popularidad incluso como actividad organizada por las empresas para que los compañeros confraternicen y se desestresen.
Y se desestresen, dicen. Lo primero de todo es que para poder jugar te tienes que ir al monte, que no es que el monte no relaje, no, es que si vas un sábado por la mañana y el dichoso monte queda en la carretera de Burgos pasada la salida del Ikea, es más que aconsejable llevar en el coche una foto de los niños diciendo “Papá no corras” y un disco de chill out.
Llegas al monte, rozas los bajos del coche un poquito hasta que quedan lisos, y te enfundas un mono verde y una máscara sudada que te hace parecer un criminal peligrosísimo. Te dan una escopeta que te tienen que enseñar a usar porque no has hecho la mili y te dicen que las recargas de bolas te cuestan a seis euros, así que tú, que con la máscara no ves más allá de dos metros y que piensas que con los 40 euros que cuesta la broma te tenían que dar 20 cargadores completos, decides que lo mejor va a ser el cuerpo a cuerpo y acabar con los contrarios a culatazo limpio.
Pero eso es la teoría, porque en la práctica al primer bolazo que te pegan te metes en el agujero más cercano que encuentras para mirar si la herida sangra mucho o poco. Lo que no dudas es que tiene que sangrar.
Con estas, te lo piensas mejor y decides que en adelante vas a ser francotirador porque has visto en las películas que eso es algo como de mucho prestigio. Lo que no te enseñan en las películas es lo aburrido que es y lo estúpido que pareces ahí escondido. Durante un rato te dedicas a mirar las moscas que pasan cerca y al poco te ves intentando cazar grillos con las manos. Al tercer manotazo al aire piensas que estás haciendo el ridículo y que has ido allí a divertirte, así que sales de tu escondite gritando ¡HIJOSDEPUTA! y arrojándote sobre el primer tío que encuentras, le pegas cuatro tiros. “¡Oye, que lo siento, que con esta máscara no se ve una mierda! ¡Qué voy a saber que eres de los míos! ¿Crees que soy idiota?” … ¿¿?? … Ahí tenéis al primero que piensa que eres idiota.
Idiota, sí, pero él está muerto y tú no. ¿Quién es más idiota aquí, eh?
Luego te metes en el papel de estratega y meditas que lo decisivo en la batalla es que mientras todo tu grupo llama la atención sobre un flanco, tú rodeas al enemigo por el otro y acabas con él por sorpresa, que a ti nunca te ha dado reparo eso de disparar por la espalda.
Dicho y hecho. Ellos van por un lado y tú por otro, tal es el plan. Subes por el monte pegado a la valla para tratar de tener un flanco cubierto y empiezas a hacer la maniobra envolvente. Caminas entre los setos, agazapado a veces, arrastrándote sobre la hierba seca otras, y a los 5 minutos te das cuenta que ni ves enemigos, ni amigos, ni oyes tiros, así que empiezas a pensar que quizá hayas envuelto demasiado. Te levantas, empiezas a mirar alrededor sin reconocer lo que ves, y valoras si eres tan ridículo como para se capaz de perderte, dándote cuenta enseguida de que sí, que eres capaz de eso y de mucho más.
Como es algo que no te pilla por sorpresa, sabes que lo más digno es ir cuanto antes donde escuches voces conocidas, que es algo que tus padres te enseñaron a hacer de pequeño cuando te llevaron a veranear a Benidorm por si te perdías en la arena. Cuando llegas al mogollón, la batalla ha terminado y tú no has pegado ni un tiro, que es otra cosa muy divertida, claro. Casi prefieres lo de coger grillos.
Al final del día estás hecho polvo, pero no es hasta el día siguiente cuando te das cuenta de que mientras te arrastrabas por el suelo montones de bichos han aprovechado para acribillarte, y que sus picaduras te van a molestar muchísimo más que todos los bolazos que te hayas podido llevar. Pero así es el monte, y el monte mola, ¿no?
Recuerdo una película que vi cuando era pequeño que se llamaba Gotcha (de Got you!) en la que ya aparecía este juego que desde entonces ha ido adquiriendo más y más popularidad incluso como actividad organizada por las empresas para que los compañeros confraternicen y se desestresen.
Y se desestresen, dicen. Lo primero de todo es que para poder jugar te tienes que ir al monte, que no es que el monte no relaje, no, es que si vas un sábado por la mañana y el dichoso monte queda en la carretera de Burgos pasada la salida del Ikea, es más que aconsejable llevar en el coche una foto de los niños diciendo “Papá no corras” y un disco de chill out.
Llegas al monte, rozas los bajos del coche un poquito hasta que quedan lisos, y te enfundas un mono verde y una máscara sudada que te hace parecer un criminal peligrosísimo. Te dan una escopeta que te tienen que enseñar a usar porque no has hecho la mili y te dicen que las recargas de bolas te cuestan a seis euros, así que tú, que con la máscara no ves más allá de dos metros y que piensas que con los 40 euros que cuesta la broma te tenían que dar 20 cargadores completos, decides que lo mejor va a ser el cuerpo a cuerpo y acabar con los contrarios a culatazo limpio.
Pero eso es la teoría, porque en la práctica al primer bolazo que te pegan te metes en el agujero más cercano que encuentras para mirar si la herida sangra mucho o poco. Lo que no dudas es que tiene que sangrar.
Con estas, te lo piensas mejor y decides que en adelante vas a ser francotirador porque has visto en las películas que eso es algo como de mucho prestigio. Lo que no te enseñan en las películas es lo aburrido que es y lo estúpido que pareces ahí escondido. Durante un rato te dedicas a mirar las moscas que pasan cerca y al poco te ves intentando cazar grillos con las manos. Al tercer manotazo al aire piensas que estás haciendo el ridículo y que has ido allí a divertirte, así que sales de tu escondite gritando ¡HIJOSDEPUTA! y arrojándote sobre el primer tío que encuentras, le pegas cuatro tiros. “¡Oye, que lo siento, que con esta máscara no se ve una mierda! ¡Qué voy a saber que eres de los míos! ¿Crees que soy idiota?” … ¿¿?? … Ahí tenéis al primero que piensa que eres idiota.
Idiota, sí, pero él está muerto y tú no. ¿Quién es más idiota aquí, eh?
Luego te metes en el papel de estratega y meditas que lo decisivo en la batalla es que mientras todo tu grupo llama la atención sobre un flanco, tú rodeas al enemigo por el otro y acabas con él por sorpresa, que a ti nunca te ha dado reparo eso de disparar por la espalda.
Dicho y hecho. Ellos van por un lado y tú por otro, tal es el plan. Subes por el monte pegado a la valla para tratar de tener un flanco cubierto y empiezas a hacer la maniobra envolvente. Caminas entre los setos, agazapado a veces, arrastrándote sobre la hierba seca otras, y a los 5 minutos te das cuenta que ni ves enemigos, ni amigos, ni oyes tiros, así que empiezas a pensar que quizá hayas envuelto demasiado. Te levantas, empiezas a mirar alrededor sin reconocer lo que ves, y valoras si eres tan ridículo como para se capaz de perderte, dándote cuenta enseguida de que sí, que eres capaz de eso y de mucho más.
Como es algo que no te pilla por sorpresa, sabes que lo más digno es ir cuanto antes donde escuches voces conocidas, que es algo que tus padres te enseñaron a hacer de pequeño cuando te llevaron a veranear a Benidorm por si te perdías en la arena. Cuando llegas al mogollón, la batalla ha terminado y tú no has pegado ni un tiro, que es otra cosa muy divertida, claro. Casi prefieres lo de coger grillos.
Al final del día estás hecho polvo, pero no es hasta el día siguiente cuando te das cuenta de que mientras te arrastrabas por el suelo montones de bichos han aprovechado para acribillarte, y que sus picaduras te van a molestar muchísimo más que todos los bolazos que te hayas podido llevar. Pero así es el monte, y el monte mola, ¿no?
Thursday, March 15
Veja Volley White – Proyecto Zapatillas Blancas
“Cada día más payaso”. Con esta afirmación recibió mi madre los segundos pantalones a cuadros que compré la semana pasada. Desde entonces he dedicado la mayor parte del tiempo a recomponer mi autoestima y pensar con qué conjuntarlos. Es tan evidente la influencia que sobre mi vestimenta está teniendo el barrio de Malasaña, como que mis padres cuando ven revistas de moda piensan que esas son cosas para la gente de la tele.
Los pantalones en cuestión son una maravilla que combina fenomenal conmigo y con unas zapatillas blancas que hasta hoy no tenía. Y como no las tenía, fui ayer a buscarlas.
A la salida del trabajo pasé por Hernán Cortés y entré en Monkey, donde estuve a punto de comprarlo todo y llevarme a la dependienta envuelta en papel de celofán, pero como lamentablemente aún no soy el millonario que debería, salí de allí mirando de reojo las tres tiras de velcro de las Jack Purcell.
Bajé por Fuencarral y solo vi que gente por todos lados y unas Chuck Taylor que no terminaron de convencerme. Fui entonces a Sportivo, en Conde Duque, y vi unas Duffer que eran demasiado básicas incluso para lo que buscaba, y unas Veja, que no tenía ni idea de lo que eran, pero que tenían pinta de vestir bien.
Esta mañana he compartido con unos cuantos elegidos el collage de playeras que hice al llegar a casa y lo he sometido a votación, porque yo quiero unas zapatillas que vayan bien con los pantalones, pero sobre todo quiero unas zapatillas que gusten a la gente. No digo cuáles han ganado porque yo no publicito nada de gratis, pero sobre todo porque antes de que pase un mes voy a acabar comprándolas.
Ya esta tarde y con la decisión tomada, he salido como un tiro de la oficina hacia Duke para comprar las Veja. Para que no penséis que leer esto es una pérdida de tiempo, os cuento que Veja es una marca brasileña de zapatillas que se fabrican con algodón ecológico (nada de pesticidas) cultivado en dos pequeñas cooperativas de agricultores a los que paga una prima de comercio justo; con caucho natural para las suelas, renovable y biodegradable, lo contrario que el plástico y la goma sintética; y con cuero ecológico curtido con productos de origen vegetal.
Sin embargo, esto que sin duda me hace sentir mejor conmigo mismo y con el planeta, no ha tenido nada que ver con la compra. Sí ha sido más decisivo lo mucho que me han ido gustando según pasaba el tiempo, su éxito en el último Bread & Butter y su imposición en las calles de Francia.
Id acostumbrándoos a verlas porque han venido para quedarse, aunque sea un rato.
Los pantalones en cuestión son una maravilla que combina fenomenal conmigo y con unas zapatillas blancas que hasta hoy no tenía. Y como no las tenía, fui ayer a buscarlas.
A la salida del trabajo pasé por Hernán Cortés y entré en Monkey, donde estuve a punto de comprarlo todo y llevarme a la dependienta envuelta en papel de celofán, pero como lamentablemente aún no soy el millonario que debería, salí de allí mirando de reojo las tres tiras de velcro de las Jack Purcell.
Bajé por Fuencarral y solo vi que gente por todos lados y unas Chuck Taylor que no terminaron de convencerme. Fui entonces a Sportivo, en Conde Duque, y vi unas Duffer que eran demasiado básicas incluso para lo que buscaba, y unas Veja, que no tenía ni idea de lo que eran, pero que tenían pinta de vestir bien.
Esta mañana he compartido con unos cuantos elegidos el collage de playeras que hice al llegar a casa y lo he sometido a votación, porque yo quiero unas zapatillas que vayan bien con los pantalones, pero sobre todo quiero unas zapatillas que gusten a la gente. No digo cuáles han ganado porque yo no publicito nada de gratis, pero sobre todo porque antes de que pase un mes voy a acabar comprándolas.
Ya esta tarde y con la decisión tomada, he salido como un tiro de la oficina hacia Duke para comprar las Veja. Para que no penséis que leer esto es una pérdida de tiempo, os cuento que Veja es una marca brasileña de zapatillas que se fabrican con algodón ecológico (nada de pesticidas) cultivado en dos pequeñas cooperativas de agricultores a los que paga una prima de comercio justo; con caucho natural para las suelas, renovable y biodegradable, lo contrario que el plástico y la goma sintética; y con cuero ecológico curtido con productos de origen vegetal.
Sin embargo, esto que sin duda me hace sentir mejor conmigo mismo y con el planeta, no ha tenido nada que ver con la compra. Sí ha sido más decisivo lo mucho que me han ido gustando según pasaba el tiempo, su éxito en el último Bread & Butter y su imposición en las calles de Francia.
Id acostumbrándoos a verlas porque han venido para quedarse, aunque sea un rato.
Wednesday, March 14
Sugus von Suchard
Hace tiempo que la dicotomía entre el deseo de ser un adulto maduro y el de ser un niño con cosas de mayor la venció el segundo, así que ahora me entrego con fruición a las pequeñas cosas que me recuerdan mis años de enano con rizos rubios.
Ese mismo sentido romántico que me hace echar de menos pegarme con mi primo y los juegos del Spectrum, mantiene intacto un cariño infinito por los Sugus a pesar de que ya no soy nada goloso.
De los Sugus conozco poco más que son unos caramelos blandos que se envuelven en papeles de colores y que fabrica Suchard. También recuerdo que cuando iba al cole y era mi cumpleaños, llevaba una bolsa para repartir desigualmente entre los compañeros de clase según me cayesen mejor o peor.
Como quiera que esto no es suficiente conocimiento, me documento en la Wikipedia y descubro que:
“Sugus es una marca de caramelos suaves masticables de la empresa Wrigley. Su origen hay que buscarlo dentro de la empresa chocolatera suiza Suchard, que los creó en 1931. Son de forma cuadrada, y sus medidas son de 2 cm de lado y 7 mm de espesor, incluyendo el envoltorio. El nombre viene de la lenguas escandinava "suge", que significa lo mismo que chupar. Los hay de diversos sabores: limón, naranja, piña, frambuesa y cereza, indicados según el color del envoltorio (amarillo, naranja, azul, lila y rojo, respectivamente), que es característico del caramelo. El envoltorio clásico (que mide 6,3 por 4,5 cm) envuelve al caramelo respetando la forma paralelepípeda del mismo, […]”
Ahora que ya soy un poco más listo puedo comentar con fundamento que su forma paralelepípeda da mucho juego para hacer construcciones verticales, y que sus colores permiten hacer fastuosos mosaicos pop, pero que su secreto está en que son caramelos blandos que puedes masticar y que no se pegan eternamente a los dientes, y pienso esto porque cuando hablo de caramelos blandos masticables inmediatamente vienen a mi mente los caramelos de toffee, que estoy seguro que son algo que alguien inventó como cola de contacto o masilla tapa-agujeros hazlo-tú-mismo.
En mi familia todos tenemos nuestros sabores favoritos, y el hecho de que casi siempre coincidan es motivo de pelea entre hermanos, de hecho si echáis un vistazo en la foto que he hecho al bote en el que metí el kilo de Sugus que me regalaron por mi cumpleaños, se puede ver cuál es el favorito de pequeños y mayores.
He de decir que esto de identificar los colores con sabores nos creó mucha frustración cuando empezamos a consumir los M&M’s, que como todo el mundo conoce, son un timo porque saben todos igual.
Por otra parte, soy incapaz de disociar el recuerdo de los Sugus del de los Clicks de Famobil. Es acordarme de unos y pensar en los otros. De hecho, en mi mente la Bola de Cristal, los Clicks de Famobil, los Sugus, y Samantha Fox son un único recuerdo de la infancia, y muy agradable, por cierto. Digamos que es mi recuerdo súper pop. Opino incluso que los Sugus son algo a destacar como referente dentro de la cultura pop por delante de Roy Lichtenstein, Andy Warhol y Madonna.
Friday, March 9
8 de marzo, día de la mujer trabajadora
Esta mañana me he levantado escuchando en la radio que se celebraba el día de la mujer trabajadora, y he pensado que eso es algo muy de celebrar, pero que yo lo veo un poco ya fuera de su tiempo, como vestir con sombrero y gabardina.
Es cierto que las mujeres han tenido que luchar mucho para incorporarse al mercado laboral, pero no las que tienen mi edad. Esas han tenido que luchar lo mismo que tú, que no llegas a los 50, que yo, y que el hijo feo de la vecina. Al menos eso es lo que yo creo.
Recuerdo que los últimos años mis compañeras de trabajo (no todas) se encerraban los días 8 de marzo en el cuartito del café para montarse su ágape particular y celebrar sus logros. A los hombres no era ya que no nos invitasen, es que ni siquiera nos dejaban pasar a hacer una fotocopia, algo que nos hacía sentir muy iguales, por supuesto.
Supongo, no lo afirmo por que nunca pude comprobarlo, que se reunían alrededor de una mesa cubierta con tortillas de patatas hechas por ellas mismas para, con voz de pito y hablando todas a la vez, intercambiar recetas, explicarse lo mal que comen sus niños, y quemar sus sujetadores y bragas.
Me interesa leer lo que se dice en el periódico un día como hoy y descubro que se han publicado varios estudios con distintos resultados:
Al parecer el 41% de los afiliados a la Seguridad Social son mujeres; 6 de los 8 millones de puestos de trabajo creados en la UE desde 2000 han sido ocupados por mujeres, y que aún así, la tasa de empleo femenino es un 15% inferior a la de los hombres.
En los últimos 10 años hay un 5% más de jefas en Europa, pero aún siguen siendo solo cerca del 30% del total. Además, y no solo en puestos directivos, las mujeres cobran un 15% menos que los hombres por hacer el mismo trabajo.
Así que aún hay discriminación en el trabajo (no será en el mío), y como la velocidad con la que se está corrigiendo no nos despeina, nos planteamos la igualdad forzada. Y mi pregunta es: “¿Qué opináis las mujeres sobre las cuotas?”
Leo en El Cultural de El Mundo las opiniones de 20 escritoras sobre la paridad en la literatura y concluyo que:
Algunas pensáis que los hombres somos unos hijos de puta que elegimos a otros hombres para darles los trabajos porque así podemos hablar de fútbol los lunes, y que habría que colgarnos a todos de las pelotas, empezando por vuestros maridos. (Paloma Pedrero, dramaturga).
Otras pensáis que es necesario legislar para que en los altos cargos de las empresas haya igual número de mujeres que de hombres, y lo mismo a nivel político, porque esto ayudaría a sensibilizar a la sociedad del problema, a la vez que impulsaría la corrección de desigualdades. (Luisa Castro, poeta y novelista).
Otras lamentáis que el victimismo feminista haya llevado a que después de tantos años de lucha por la igualdad, ahora se os discrimine nuevamente por el género, porque se desconfía tanto de vuestras capacidades como de las de los que eligen a los jefes, o sea los superjefes, o a los políticos, o sea ellos mismos. (En este último punto coincido bastante).
(Carmen Posadas, novelista)
Si yo fuese mujer me molestaría que mis compañeros pensasen que he conseguido el puesto de trabajo que tengo por mi género más que por mis aptitudes. No me molestaría, por ejemplo, la campaña que he visto hoy en televisión promoviendo la igualdad fuera de la vida laboral, como tampoco me molestaría que se hiciese otra para fomentarla dentro.
Lo que no soportaría, lo hago como hombre y pienso que lo haría igual como mujer, sería la privación de mi libertad de elección. Que me obligasen a comprar cosas hechas por mujeres. O por hombres. O la mitad por cada uno, es lo mismo. Creo más en la educación que en la prohibición.
Es cierto que las mujeres han tenido que luchar mucho para incorporarse al mercado laboral, pero no las que tienen mi edad. Esas han tenido que luchar lo mismo que tú, que no llegas a los 50, que yo, y que el hijo feo de la vecina. Al menos eso es lo que yo creo.
Recuerdo que los últimos años mis compañeras de trabajo (no todas) se encerraban los días 8 de marzo en el cuartito del café para montarse su ágape particular y celebrar sus logros. A los hombres no era ya que no nos invitasen, es que ni siquiera nos dejaban pasar a hacer una fotocopia, algo que nos hacía sentir muy iguales, por supuesto.
Supongo, no lo afirmo por que nunca pude comprobarlo, que se reunían alrededor de una mesa cubierta con tortillas de patatas hechas por ellas mismas para, con voz de pito y hablando todas a la vez, intercambiar recetas, explicarse lo mal que comen sus niños, y quemar sus sujetadores y bragas.
Me interesa leer lo que se dice en el periódico un día como hoy y descubro que se han publicado varios estudios con distintos resultados:
Al parecer el 41% de los afiliados a la Seguridad Social son mujeres; 6 de los 8 millones de puestos de trabajo creados en la UE desde 2000 han sido ocupados por mujeres, y que aún así, la tasa de empleo femenino es un 15% inferior a la de los hombres.
En los últimos 10 años hay un 5% más de jefas en Europa, pero aún siguen siendo solo cerca del 30% del total. Además, y no solo en puestos directivos, las mujeres cobran un 15% menos que los hombres por hacer el mismo trabajo.
Así que aún hay discriminación en el trabajo (no será en el mío), y como la velocidad con la que se está corrigiendo no nos despeina, nos planteamos la igualdad forzada. Y mi pregunta es: “¿Qué opináis las mujeres sobre las cuotas?”
Leo en El Cultural de El Mundo las opiniones de 20 escritoras sobre la paridad en la literatura y concluyo que:
Algunas pensáis que los hombres somos unos hijos de puta que elegimos a otros hombres para darles los trabajos porque así podemos hablar de fútbol los lunes, y que habría que colgarnos a todos de las pelotas, empezando por vuestros maridos. (Paloma Pedrero, dramaturga).
Otras pensáis que es necesario legislar para que en los altos cargos de las empresas haya igual número de mujeres que de hombres, y lo mismo a nivel político, porque esto ayudaría a sensibilizar a la sociedad del problema, a la vez que impulsaría la corrección de desigualdades. (Luisa Castro, poeta y novelista).
Otras lamentáis que el victimismo feminista haya llevado a que después de tantos años de lucha por la igualdad, ahora se os discrimine nuevamente por el género, porque se desconfía tanto de vuestras capacidades como de las de los que eligen a los jefes, o sea los superjefes, o a los políticos, o sea ellos mismos. (En este último punto coincido bastante).
(Carmen Posadas, novelista)
Si yo fuese mujer me molestaría que mis compañeros pensasen que he conseguido el puesto de trabajo que tengo por mi género más que por mis aptitudes. No me molestaría, por ejemplo, la campaña que he visto hoy en televisión promoviendo la igualdad fuera de la vida laboral, como tampoco me molestaría que se hiciese otra para fomentarla dentro.
Lo que no soportaría, lo hago como hombre y pienso que lo haría igual como mujer, sería la privación de mi libertad de elección. Que me obligasen a comprar cosas hechas por mujeres. O por hombres. O la mitad por cada uno, es lo mismo. Creo más en la educación que en la prohibición.
Wednesday, March 7
Días que no
Ayer dormí fatal. Me desperté a las 2, a las 3, a las 5 y a las 6, y cada vez que me sucedía esto entre sudores nerviosos, no conseguía pegar ojo hasta pasado un buen rato. Era como uno de esos días en los que tienes fiebre y las peores pesadillas invaden tus sueños. No sé, lo mismo tengo que empezar a cuidar un poquito más las cenas.
Lo curioso es que para volverme a dormir tenía que concentrarme en algo que alejase de mi mente el tema que me preocupaba, así que me ponía a pensar cosas que me hiciesen ejercitar la memoria, que es algo que me da mucha pereza.
El tema estrella ha sido recordar cuándo conocí a Iván y qué hemos hecho las ocasiones en que nos hemos visto. No me preguntéis porqué, los caminos de la mente son inescrutables, pero cómo me deja este chico de relajado, oye. Ninguna vez de las que me he despertado y he tenido que pensar en esto, he pasado del primer día. Era pensar en él y oírme roncar muy fuerte. Al final me he levantado a las 7, justo cuando ha sonado el despertador, y lo he hecho de una mala hostia estupenda.
He llegado a trabajar, he llorado un poco sobre el hombro de Dwalks, que ha aprovechado, como siempre, para hacer escarnio, y he llorado otro poco sobre el de una compañera que se ha apartado de un salto en cuanto he empezado a bajar las manos.
A la hora de la comida he cogido la mochila para ir a rehabilitación, he bajado a la clínica, y cuando me he dado cuenta de que no había llevado pantalones de deporte me he vuelto a quitar la camiseta y la sudadera, y he salido a comprar unos sandwiches al Rodilla.
Estos dos últimos días he comido sandwiches del Rodilla con estos resultados*:
4.- Pavo con manzana: es una basura. Mucha mayonesa, un fiambre que sabe a hormonas de crecimiento y de manzana no hay nada de nada. Compararlo con el que tienen en el Viena con el mismo nombre es indigno para este último.
3.- Queso con tomate: este es bastante malo pero le tengo cariño. O le tenía. Él me descubrió Rodilla y su característico color naranja va con todo. Sin embargo, el de hoy ha sido decepcionante. Ha sido como encontrarme 10 años después con esa monada rubia que tuve por novia a los 20, y descubrir que ha engordado 30 kilos y que se le ha caído el pelo.
2.- Salami: otro clásico. Este, sin embargo, ha envejecido mejor. Su color rosa también combina con todo, y tiene una textura perfecta cuando no encuentras ternillas. Seguiré apostando por él.
1. Queso azul con rúcula: un campeón. Combinar el amargor de la rúcula, con el fuerte sabor del queso azul, y el dulzor de los higos que lleva bien picaditos, es de mente preclara. Para ella la medalla de oro aunque la rúcula sea algo que no existe en España, al menos en su diccionario.
A las 18:30, hora de salida del trabajo, he tenido que entrar en una reunión que no ha terminado hasta las 21:00, hora en que empezaba el primero de los dos partidos de fútbol que tenía que haber jugado hoy.
Para calmar mi mala conciencia por comer fatal y no hacer ejercicio he llamado a Berlín y hemos ido a cenar.
*Aquí iba algún sandwich más, pero entre que no me acuerdo de cuál, y que creo recordar que Dwalks ya hizo algo parecido con los sandwiches del Viena, pues no me ha apetecido seguir. Y digo esto antes de que él mismo venga por aquí acusándome de plagio.
Lo curioso es que para volverme a dormir tenía que concentrarme en algo que alejase de mi mente el tema que me preocupaba, así que me ponía a pensar cosas que me hiciesen ejercitar la memoria, que es algo que me da mucha pereza.
El tema estrella ha sido recordar cuándo conocí a Iván y qué hemos hecho las ocasiones en que nos hemos visto. No me preguntéis porqué, los caminos de la mente son inescrutables, pero cómo me deja este chico de relajado, oye. Ninguna vez de las que me he despertado y he tenido que pensar en esto, he pasado del primer día. Era pensar en él y oírme roncar muy fuerte. Al final me he levantado a las 7, justo cuando ha sonado el despertador, y lo he hecho de una mala hostia estupenda.
He llegado a trabajar, he llorado un poco sobre el hombro de Dwalks, que ha aprovechado, como siempre, para hacer escarnio, y he llorado otro poco sobre el de una compañera que se ha apartado de un salto en cuanto he empezado a bajar las manos.
A la hora de la comida he cogido la mochila para ir a rehabilitación, he bajado a la clínica, y cuando me he dado cuenta de que no había llevado pantalones de deporte me he vuelto a quitar la camiseta y la sudadera, y he salido a comprar unos sandwiches al Rodilla.
Estos dos últimos días he comido sandwiches del Rodilla con estos resultados*:
4.- Pavo con manzana: es una basura. Mucha mayonesa, un fiambre que sabe a hormonas de crecimiento y de manzana no hay nada de nada. Compararlo con el que tienen en el Viena con el mismo nombre es indigno para este último.
3.- Queso con tomate: este es bastante malo pero le tengo cariño. O le tenía. Él me descubrió Rodilla y su característico color naranja va con todo. Sin embargo, el de hoy ha sido decepcionante. Ha sido como encontrarme 10 años después con esa monada rubia que tuve por novia a los 20, y descubrir que ha engordado 30 kilos y que se le ha caído el pelo.
2.- Salami: otro clásico. Este, sin embargo, ha envejecido mejor. Su color rosa también combina con todo, y tiene una textura perfecta cuando no encuentras ternillas. Seguiré apostando por él.
1. Queso azul con rúcula: un campeón. Combinar el amargor de la rúcula, con el fuerte sabor del queso azul, y el dulzor de los higos que lleva bien picaditos, es de mente preclara. Para ella la medalla de oro aunque la rúcula sea algo que no existe en España, al menos en su diccionario.
A las 18:30, hora de salida del trabajo, he tenido que entrar en una reunión que no ha terminado hasta las 21:00, hora en que empezaba el primero de los dos partidos de fútbol que tenía que haber jugado hoy.
Para calmar mi mala conciencia por comer fatal y no hacer ejercicio he llamado a Berlín y hemos ido a cenar.
*Aquí iba algún sandwich más, pero entre que no me acuerdo de cuál, y que creo recordar que Dwalks ya hizo algo parecido con los sandwiches del Viena, pues no me ha apetecido seguir. Y digo esto antes de que él mismo venga por aquí acusándome de plagio.
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