Comprobado: la depilación es una tortura. Lenta, dolorosa y con grandes momentos de tensión y sudores, se ha convertido en una de las rutinas que más aborrezco.
La naturaleza genética me ha dotado de una capa aislante de temperatura y protectora de insolaciones que cubre gran parte de mi cuerpo. La teoría de que los pelos que se van cayendo de mi cabeza sobre los hombros, enraízan y se acomodan en la parte alta de mi espalda gana fuerza con el paso del tiempo.
Esos pelitos débiles y cansados de ser peinados, engominados, y recortados cada 3,5 semanas exactamente, se sienten cómodos entre mi omoplatos y allí se hacen fuertes, como los niños en el barco de Chanquete, y hace tiempo que comenzaron a formar una colonia ciertamente molesta y altamente antiestética.
Salvo una ocasión en que me depilé los brazos, nunca he dado importancia al resto de pelos que adornan mi anatomía. Piernas (sorprendentemente pocos) y pecho (exagerandamente muchos) son zonas vírgenes a la cera, la espuma depilatoria y la silk-epil. A mis amigos les llama la atención que ellos, casi totalmente lampiños, tengan pelos en el culo y yo no, seguramente porque allí el aire es menos salubre que sobre los hombros, pero aún así se defienden:"Digan lo que digan, los pelos del culo abrigan". Afortunadamente la Naturaleza no ha sido TAN cruel conmigo y prefiero tener que sentarme cerca del radiador.
Volviendo a los rebeldes pelos de la espalda que forman un caparazón en torno a mi chepa, estoy empezando a perder la paciencia con ellos, sobre todo porque, salvo que alguien me saque de mi error, es la única parte del cuerpo que no puedes depilarte sin ayuda, a menos que seas el contorsionista del Circo de los Muchachos.
He probado la cera, pero cuando no me la hace mi hermana, siempre acaban saliendo más granos que al más compulsivo adolescente engullidor de helados de chocolate. Es doloroso y siempre termino dejando las marcas de los dedos sobre la camilla, allí donde me he agarrado para liberar tensión. Tampoco me gusta gritar de dolor delante de desconocidos. La primera vez que me lo hicieron y pedí un palo para morder se reían, la segunda no.
La espuma es cómoda e indolora. En la misma medida que ineficaz. Te los cortas un día y al siguiente ya tienes las cabezas emergiendo sobre los hombros diciendo: "Ya estamos aquíiiii". Cabrones, persistentes.
Hoy he probado la silk epil. Bueno, el invento no está mal. Seguro que los modelos de última generación que incorporan frigorífico y ducha hidromasaje duelen menos que el modelo sinopillopelopillopiel que he usado hoy. Lo peor va a ser ir hoy al gimnasio, porque después de pasarmelo por los hombros y la zona más accesible de la espalda, he pedido ayuda a mi madre, y la pobre tras una primera pasada ha dicho literalmente: "No soporto ver cómo te está dejando esto la espalda", y allí me ha dejado plantado, con la espalda como el cráneo de un tiñoso, la silk epil en la mano y una cara de imbécil reflejada en el espejo del baño que no habría desentonado en la película de Cárdenas.
Así es cómo he decidido hacer una campaña por Internet para recaudar fondos para mi depilación permanente, motivo hasta ahora oculto por el que inicié este blog. Mi número de cuenta es: 0002-23-523-CG3444434. Muchas gracias a todos los que vais a colaborar. Diré en la clínica que me guarden los pelos en una cajita por si alguno quiere un recuerdo.
Monday, August 30
Saturday, August 28
Altea - los protagonistas
Como con toda buena historia, hay que empezar con los créditos de la película. Así que vamos allá, pasando de los iluminadores, productores, y músicos. Únicamente un comentario breve al director del casting que ha permitido reunir a los protagonistas pero que "ya no está entre nosotros". F.N. , descansa en paz y disfruta de la jubilación.
STARRING:
- "Temerario" J, (en adelante Billy Elliot):
"No sé lo que pasa pero cada día estoy más bueno".
"Las croquetas son el termómetro de las cocinas".
El anfitrión que consiguió que desde el primer día nos sintiéramos como en nuestra propia casa a pesar de que claramente yo no tendré jamás una casa cuya terraza está sobre la orilla del mar y con unas vistas tan hipnóticas como el sonido del romper de las olas. Un hombre capaz de hacerse al mar (el mar, la mar... ¿¿??) sólo en su Zodiac, sin chaleco ni móvil, pero que jamás olvidaría echar las cervecitas para esos tiempos muertos durante la pesca. Pero sobre todo, un hombre con un sentido del ritmo prodigioso y unas caderas como no se han visto desde las de "El Rey".
- "Marmota" Dwalks:
"Por Dios Hannibal, te he dicho una y mil veces que no voy a subir a esa barca".
"Os voy a preparar un arroz con champiñones que os váis a chupar los dedos".
Probablemente afectado por los más de 7 días que llevaba acostándose de día, sus ciclos vitales estaban sensiblemente mejor adaptados a la noche que al día. Un compañero y amigo valiente como pocos, capaz de demostrarlo jugándose la vida luchando contra las enfurecidas olas que rompían contra las rocas de las Isleta mientras unos niños podrían haber estado nadando a su lado con manguitos, como de acompañarme a ver a mi abuela a Benidorm. El único de los tres que consiguió hacer mella en las tropas británicas congregadas en el Sinatra's.
- Would, o sea yo.
"A mi lo único que me da mal rollo son las medusas".
"Lo que más me gusta del Sinatra's es su "toque de clase"".
Yo solo tenía un capricho, y al final me fui de allí sin comer paella. Bueno, no importa, aprendí a hacer un arroz con champiñones para chuparse los dedos.
ALSO GUEST STAR:
- A., mujer de B. Elliot; A2. hermana de B. Elliot; y C. marido de A2. Anfitriones tan encantadores como Billy y que hicieron la estancia francamente agradable, aunque para que hubiese sido perfecto deberían habernos dejado ganar al parchís.
DIRECTED BY:
- Nuestras ganas de pasarlo bien y reírnos hasta de nuestra sombra. Buen trabajo.
STARRING:
- "Temerario" J, (en adelante Billy Elliot):
"No sé lo que pasa pero cada día estoy más bueno".
"Las croquetas son el termómetro de las cocinas".
El anfitrión que consiguió que desde el primer día nos sintiéramos como en nuestra propia casa a pesar de que claramente yo no tendré jamás una casa cuya terraza está sobre la orilla del mar y con unas vistas tan hipnóticas como el sonido del romper de las olas. Un hombre capaz de hacerse al mar (el mar, la mar... ¿¿??) sólo en su Zodiac, sin chaleco ni móvil, pero que jamás olvidaría echar las cervecitas para esos tiempos muertos durante la pesca. Pero sobre todo, un hombre con un sentido del ritmo prodigioso y unas caderas como no se han visto desde las de "El Rey".
- "Marmota" Dwalks:
"Por Dios Hannibal, te he dicho una y mil veces que no voy a subir a esa barca".
"Os voy a preparar un arroz con champiñones que os váis a chupar los dedos".
Probablemente afectado por los más de 7 días que llevaba acostándose de día, sus ciclos vitales estaban sensiblemente mejor adaptados a la noche que al día. Un compañero y amigo valiente como pocos, capaz de demostrarlo jugándose la vida luchando contra las enfurecidas olas que rompían contra las rocas de las Isleta mientras unos niños podrían haber estado nadando a su lado con manguitos, como de acompañarme a ver a mi abuela a Benidorm. El único de los tres que consiguió hacer mella en las tropas británicas congregadas en el Sinatra's.
- Would, o sea yo.
"A mi lo único que me da mal rollo son las medusas".
"Lo que más me gusta del Sinatra's es su "toque de clase"".
Yo solo tenía un capricho, y al final me fui de allí sin comer paella. Bueno, no importa, aprendí a hacer un arroz con champiñones para chuparse los dedos.
ALSO GUEST STAR:
- A., mujer de B. Elliot; A2. hermana de B. Elliot; y C. marido de A2. Anfitriones tan encantadores como Billy y que hicieron la estancia francamente agradable, aunque para que hubiese sido perfecto deberían habernos dejado ganar al parchís.
DIRECTED BY:
- Nuestras ganas de pasarlo bien y reírnos hasta de nuestra sombra. Buen trabajo.
Friday, August 20
a la playa
Después de castigarme con dosis de apatía nada recomendables en mis primeros días de vacaciones, ha llegado el momento de disfrutar de la playa, paraíso de melanomas disfrazados de guiris cangrejiles, voyuers en busca de la pareja de suecas liberales, paellas ad libitum y cañitas salvadoras.
Cuando uno va a la playa de pequeño con sus padres, no se preocupa de otra cosa que no sean la altura de las murallas y la profundidad de los fosos de sus castillos de arena. Cuando se va a una edad aparentemente adulta, el desasosiego acecha detrás de cada hamaca y debajo de cada sombrilla. Miradas incriminatorias te obligan a reconocer que, a pesar del dinero que te has gastado en el gimnasio y en la ficha para el fútbol, este año te has vuelto a pasar con las tapitas.
Afortunadamente puedes esconderte disimuladamente en la manada y pasar desapercibido, porque a estas edades, lo normal es que tus amigos tengan el mismo aspecto degenerativo que el tuyo.
La gente se aburre en la playa, y esto no es discutible en playas como la de Benidorm. Porque, vamos a ver, ¿qué actividades puedes hacer allí que no sean tumbarte boca arriba, bañarte en el orinal de las excursiones del IMSERSO, darte cremita para hacer barrillo con la arena que se te ha pegado al salir mojado del agua, y tumbarte boca abajo? Ojo, no es malo aburrirse en la playa, a mi me encanta hacer prácticas de indolencia al sol, tirado durante horas sin otra misión que orientarme correctamente para captar los rayos en el ángulo correcto, aunque prefiero algo más de actividad.
Yo de pequeño, he ido a Benidorm muchos años, era de los que molestaban jugando con la pelota. Claro, que realmente era a nosotros a quienes molestaban. Bajábamos mis hermanos y colegas a las 9 de la mañana, y según iban pasando los minutos, cada vez resultaba más difícil no sacudirle un pelotazo en las tetas a la alemana de turno que, como un espontáneo de los que saltan a los campos de fútbol, había acampado en medio del área y además rompiendo el fuera de juego.
Es más, la última vez que fui por allí, hace unos 6 años, recuerdo que había parejas de la policía paseando por la orilla para que la gente no jugase ni a las paletas. Las alternativas de ocio son tan limitadas, que la evolución natural de las playas ha sido convertirse en el lugar preferido para echarse la siesta y prepararse para la noche.
Sin embargo en las playas del norte la realidad es muy distinta. Allí puedes volar la cometa, jugar al fútbol con pases de 40 metros e incluso, sin buscar demasiado, encontrar algún rincón donde te puedes bañar desnudito como cuando tenías 3 años.
Esta vez el destino es Altea y la compañía de dos amigos. Voy con Dwalks (lástima no poder hacer hoy enlace con su blog) a casa de J. en un viaje totalmente experimental, puesto que salvando comidas de trabajo y bodas, apenas hemos salido juntos.
Estaré un mínimo de 5 días totally unplugged, espero que aprovechando la ocasión para poner en práctica la mirada del pescador de peces rayo (esos peces enanos que están cerca de la orilla y que se mueven más rápidos que el ojo humano estándar), que me regaló mi amigo M. Esa mirada que detiene las olas y frena las mareas. Esa mirada que congela la sangre hasta del más caliente mirón de top less.
Cuando uno va a la playa de pequeño con sus padres, no se preocupa de otra cosa que no sean la altura de las murallas y la profundidad de los fosos de sus castillos de arena. Cuando se va a una edad aparentemente adulta, el desasosiego acecha detrás de cada hamaca y debajo de cada sombrilla. Miradas incriminatorias te obligan a reconocer que, a pesar del dinero que te has gastado en el gimnasio y en la ficha para el fútbol, este año te has vuelto a pasar con las tapitas.
Afortunadamente puedes esconderte disimuladamente en la manada y pasar desapercibido, porque a estas edades, lo normal es que tus amigos tengan el mismo aspecto degenerativo que el tuyo.
La gente se aburre en la playa, y esto no es discutible en playas como la de Benidorm. Porque, vamos a ver, ¿qué actividades puedes hacer allí que no sean tumbarte boca arriba, bañarte en el orinal de las excursiones del IMSERSO, darte cremita para hacer barrillo con la arena que se te ha pegado al salir mojado del agua, y tumbarte boca abajo? Ojo, no es malo aburrirse en la playa, a mi me encanta hacer prácticas de indolencia al sol, tirado durante horas sin otra misión que orientarme correctamente para captar los rayos en el ángulo correcto, aunque prefiero algo más de actividad.
Yo de pequeño, he ido a Benidorm muchos años, era de los que molestaban jugando con la pelota. Claro, que realmente era a nosotros a quienes molestaban. Bajábamos mis hermanos y colegas a las 9 de la mañana, y según iban pasando los minutos, cada vez resultaba más difícil no sacudirle un pelotazo en las tetas a la alemana de turno que, como un espontáneo de los que saltan a los campos de fútbol, había acampado en medio del área y además rompiendo el fuera de juego.
Es más, la última vez que fui por allí, hace unos 6 años, recuerdo que había parejas de la policía paseando por la orilla para que la gente no jugase ni a las paletas. Las alternativas de ocio son tan limitadas, que la evolución natural de las playas ha sido convertirse en el lugar preferido para echarse la siesta y prepararse para la noche.
Sin embargo en las playas del norte la realidad es muy distinta. Allí puedes volar la cometa, jugar al fútbol con pases de 40 metros e incluso, sin buscar demasiado, encontrar algún rincón donde te puedes bañar desnudito como cuando tenías 3 años.
Esta vez el destino es Altea y la compañía de dos amigos. Voy con Dwalks (lástima no poder hacer hoy enlace con su blog) a casa de J. en un viaje totalmente experimental, puesto que salvando comidas de trabajo y bodas, apenas hemos salido juntos.
Estaré un mínimo de 5 días totally unplugged, espero que aprovechando la ocasión para poner en práctica la mirada del pescador de peces rayo (esos peces enanos que están cerca de la orilla y que se mueven más rápidos que el ojo humano estándar), que me regaló mi amigo M. Esa mirada que detiene las olas y frena las mareas. Esa mirada que congela la sangre hasta del más caliente mirón de top less.
Tuesday, August 17
emociones fuertes
Ayer quemé el primer día de las vacaciones que me he cogido hasta el día 1 de septiembre. Hasta mi vuelta los post van a ser técnicamente más limitados, porque el ordenador desde donde los escribo no tiene las opciones de adjuntar enlaces y porque no tengo los códigos para introducirlos manualmente, lo mismo que me ocurre con las fotos.
Para celebrar que era fiesta, el lunes fui con unos amigos al parque de la Warner en Madrid (http://www.warnerbrospark.com/selIdioma.html), ese enorme recinto en el que tienes desde los típicos puestos en los que disparar con una escopeta, hasta números musicales con los personajes de los dibujos de la infancia.
Para ir de un lugar a otro pasas por decorados del oeste en los que solo falta un doble de Clint Eastwood y un par de caballos; pasas por fascinantes calles de espíritu californiano cuyos paseos me recuerdan a los que salían acompañando a las letras de la serie Sensación de Vivir (creo que era Beverly Hills 90210) que hizo que la mitad de los españoles nos dejásemos crecer las patillas, la otra mitad eran chicas; y por medio de lo que a mi me parecieron barrios Neoyorkinos de cuando Daniel Day-Lewis y Leonardo Dicaprio andaban dándose mamporros en enfrentamientos de bandas, aunque no estoy seguro de estar muy acertado.
Para pasar un día pleno de emociones y no agobiarte con las colas de las atracciones tienes que madrugar un poquito y presentarte allí a las 10.00, que es la hora de apertura. Durante las primeras horas aprovechas para montarte en la montaña rusa de Superman, que probablemente haya sido diseñada por un ingeniero de la Luthor Corporation por conseguir que salgas cagándote en Clark Kent y pensando en volver a montar con un pedazo de kriptonita en el bolsillo. Pasas corriendo a la de Batman en la que tardas más andando por los pasillos que subido a los raíles; y luego, si te quedan ganas, estómago y no se te ha roto el cuello de tanto looping y aceleraciones, te subes a ese altar para el sacrificio humano que tienen pintado de naranja fosforito y morado y al que han querido llamar Stunt Fall para que no se alarmen los que servirán de ofrenda a un dios amarillo y cabezón.
En el Stunt Fall, la sensación de estar suspendido en el aire durante unos segundos, boca abajo, con todo el peso de tu cuerpo apoyado sobre un cierre que te sujeta por los hombros, con los brazos y piernas totalmente encogidos por el miedo cuando deberían estar colgando relajadamente, te conduce inevitablemente a resumir, en menos de tres segundos, qué es lo que has hecho con tu vida para acabar allí subido dispuesto a perderla.
Si tienes suerte solo consigues acordarte de tu familia y amigos, y de lo mucho que los quieres. Si la cosa se alarga, quizás también te acuerdes de la familia y amigos del que maneja los botones más abajo.
La otra posibilidad es que no puedas ni siquiera pensar en eso porque solo hay una idea que arrasa tu cabeza como los fanáticos de los saldos el primer día de las rebajas: en caso de que hubiese alguna avería, ¿cómo te agarrarías para no estamparte desde 50 metros de altura sobre tus amigos que se han quedado abajo rezando por ti? Al final, el mecanismo no falla, pero da igual, tu corazón ya palpita a más de 160 pulsaciones por minuto y tu camiseta está empapada en sudor frío.
Echando un vistazo cuando ya se ha puesto en movimiento, veo a un amigo que es mucho más valiente que yo. El tío baja la montaña rusa agitando los brazos, aunque gritando más o menos como todos. Al final del recorrido, todavía alucinado por su coraje, le pregunto qué le ha parecido y aún pálido, contesta: “acojonado hasta que me han dado calambres en los brazos por agarrarme demasiado fuerte, luego solo he sentido dolor”.
La visita al parque es una experiencia altamente recomendable para hacerla con un grupo más o menos numeroso. Los baños en las atracciones de agua son desternillantes, especialmente en los neumáticos. Los decorados están muy conseguidos; y las atracciones no defraudan, quizás un poco la lanzadera. Los espectáculos son entretenidos y la entrega de los actores es total. Hasta vimos en vivo un esguince de Silvestre mientras bailaba, aunque no fue como en los dibujos, a pesar de lo que le debía doler, no le salieron estrellitas y pajaritos a darle vueltas alrededor de la cabeza.
Si quieres vivir emociones fuertes y lo tuyo no es acabar colgando de una cuerda atada a un puente, o saltar desde un avión, ¡ven al parque!
Para celebrar que era fiesta, el lunes fui con unos amigos al parque de la Warner en Madrid (http://www.warnerbrospark.com/selIdioma.html), ese enorme recinto en el que tienes desde los típicos puestos en los que disparar con una escopeta, hasta números musicales con los personajes de los dibujos de la infancia.
Para ir de un lugar a otro pasas por decorados del oeste en los que solo falta un doble de Clint Eastwood y un par de caballos; pasas por fascinantes calles de espíritu californiano cuyos paseos me recuerdan a los que salían acompañando a las letras de la serie Sensación de Vivir (creo que era Beverly Hills 90210) que hizo que la mitad de los españoles nos dejásemos crecer las patillas, la otra mitad eran chicas; y por medio de lo que a mi me parecieron barrios Neoyorkinos de cuando Daniel Day-Lewis y Leonardo Dicaprio andaban dándose mamporros en enfrentamientos de bandas, aunque no estoy seguro de estar muy acertado.
Para pasar un día pleno de emociones y no agobiarte con las colas de las atracciones tienes que madrugar un poquito y presentarte allí a las 10.00, que es la hora de apertura. Durante las primeras horas aprovechas para montarte en la montaña rusa de Superman, que probablemente haya sido diseñada por un ingeniero de la Luthor Corporation por conseguir que salgas cagándote en Clark Kent y pensando en volver a montar con un pedazo de kriptonita en el bolsillo. Pasas corriendo a la de Batman en la que tardas más andando por los pasillos que subido a los raíles; y luego, si te quedan ganas, estómago y no se te ha roto el cuello de tanto looping y aceleraciones, te subes a ese altar para el sacrificio humano que tienen pintado de naranja fosforito y morado y al que han querido llamar Stunt Fall para que no se alarmen los que servirán de ofrenda a un dios amarillo y cabezón.
En el Stunt Fall, la sensación de estar suspendido en el aire durante unos segundos, boca abajo, con todo el peso de tu cuerpo apoyado sobre un cierre que te sujeta por los hombros, con los brazos y piernas totalmente encogidos por el miedo cuando deberían estar colgando relajadamente, te conduce inevitablemente a resumir, en menos de tres segundos, qué es lo que has hecho con tu vida para acabar allí subido dispuesto a perderla.
Si tienes suerte solo consigues acordarte de tu familia y amigos, y de lo mucho que los quieres. Si la cosa se alarga, quizás también te acuerdes de la familia y amigos del que maneja los botones más abajo.
La otra posibilidad es que no puedas ni siquiera pensar en eso porque solo hay una idea que arrasa tu cabeza como los fanáticos de los saldos el primer día de las rebajas: en caso de que hubiese alguna avería, ¿cómo te agarrarías para no estamparte desde 50 metros de altura sobre tus amigos que se han quedado abajo rezando por ti? Al final, el mecanismo no falla, pero da igual, tu corazón ya palpita a más de 160 pulsaciones por minuto y tu camiseta está empapada en sudor frío.
Echando un vistazo cuando ya se ha puesto en movimiento, veo a un amigo que es mucho más valiente que yo. El tío baja la montaña rusa agitando los brazos, aunque gritando más o menos como todos. Al final del recorrido, todavía alucinado por su coraje, le pregunto qué le ha parecido y aún pálido, contesta: “acojonado hasta que me han dado calambres en los brazos por agarrarme demasiado fuerte, luego solo he sentido dolor”.
La visita al parque es una experiencia altamente recomendable para hacerla con un grupo más o menos numeroso. Los baños en las atracciones de agua son desternillantes, especialmente en los neumáticos. Los decorados están muy conseguidos; y las atracciones no defraudan, quizás un poco la lanzadera. Los espectáculos son entretenidos y la entrega de los actores es total. Hasta vimos en vivo un esguince de Silvestre mientras bailaba, aunque no fue como en los dibujos, a pesar de lo que le debía doler, no le salieron estrellitas y pajaritos a darle vueltas alrededor de la cabeza.
Si quieres vivir emociones fuertes y lo tuyo no es acabar colgando de una cuerda atada a un puente, o saltar desde un avión, ¡ven al parque!
Thursday, August 12
dignidad en el gimnasio (2)
A los primeros se les distingue porque van con su ropa cómoda y funcional, sudan, sudan, sudan y se vuelven a casa satisfechos. A los segundos porque se agolpan en grupos delante del espejo para posar y discutir como niños mimados a quién de ellos le queda mejor el modelo comprado en la tienda del gimnasio, ajustado como los sueldos y los finales de mes. Y a los terceros porque van, pegan la hebra con el primero que encuentran, le conozcan o no, y entre que enganchan a una víctima con la siguiente, hacen una serie de abdominales.
El anonimato en el gimnasio es algo que me gusta. Pero está claro que hay gente que no piensa igual, o bien que no sabe pasar desapercibido. Me refiero a que si cuando haces press de banca, te pones a gritar como si te hubieses pillado las pelotas con la cremallera, o que si cuando colocas un disco de 20 kilos en la barra, lo empujas con todas tus fuerzas para que suene como si tuvieses la cabeza metida dentro de una de las campanas de El Escorial, el anonimato no te va a durar mucho.
Llegados a ese punto hay gente que se desmelena y comienza a dar todo de si mismos. A las pruebas me remito: el otro día en el gimnasio, eliminando toxinas de mi cuerpo en el baño turco, a temperaturas cercanas a los 60º C, y sin el vapor habitual que hace que la sala parezca Londres en otoño, un hombre de mediana edad, peso medio-alto y frente despejada, comenzó a hacer estiramientos en bolas.
Empezó por los brazos. Bueno, hasta ahí bien, no pasa nada, todo discreto y práctico, pero cuando puso los brazos en jarras y comenzó a hacer giros a izquierda y derecha con el tronco, parecía que el que estaba allí era el mismísimo Sin Chan diciendo: "Mira que trooooompaaa". Plas, plas, plas. Lamentable.
Pero nos tenía reservada una sorpresa final. El colofón consistió en el estiramiento de piernas, aproximándose mucho al suelo, demasiado para que aquello pareciese natural, y emitiendo gemidos. Uuufffff, aaaahhhhh. Más o menos como en las fotos... pero en bolas.
Este debió pensar, la higiene me la paso yo por el forro, y dicho y hecho. Según se levantaba me di cuenta de que su dignidad se había quedado allí por donde se había restregado.
No será la última vez que me descojono en el gimnasio, lo único que espero es freaks como estos no se queden en casa. ¡Salgan a hacernos sonreír y alegrarnos el día! Gracias.
Wednesday, August 11
marvillas cotidianas
Cambio de planes. Hoy iba a contar lo que me ocurrió el otro día en el gimnasio, pero me he levantado pensando en disfrutar de un espectáculo que no veía en mucho tiempo: el amanecer.
Normalmente cojo el autobús de las 7 de la mañana para venir a trabajar a Madrid desde Villalba, pero siempre leo o duermo durante el camino. Recordaba del año pasado que había visto bonitos amaneceres en ese mismo trayecto y hoy he decidido colocarme en la ventana adecuada pensando en que iba a tener suerte.
Las mejores vistas se tienen a partir de Torrelodones, en la cuesta del Casino. Allí he visto, sobrecogido, un cielo que iba del turquesa en el horizonte, hasta un azul claro salpicado con nubes no algodonosas, sino como pintadas con ceras blancas y grises a las que se les hubiese pasado el dedo por los contornos para difuminarlos y fundirlos con los distintos tonos de azul del cielo.
Las nubes, a su vez, adquirían distintos colores según su altura en el dibujo. Las más altas eran blancas y grises, las de la mitad amarillas, y las más cercanas al sol, que lo ocultaban, casi negras, rodeadas de un halo naranja brillante como el filamento de tungsteno de una bombilla al apagarse.
He pasado por una zona urbanizada y he vuelto la mirada al libro, pero no he conseguido centrar la atención en la lectura porque lo que realmente hacía era esperar el momento en que volviese a tener las vistas despejadas.
Ha sido camino de Las Rozas cuando me he dado cuenta que las estelas de dos aviones, dos líneas blancas e irregulares como las vetas en el mármol, partían de los lados del ventanal para cruzarse justo sobre un sol que ahora sí se dejaba ver por encima de las nubes.
Las farolas aún encendidas de la iluminación nocturna de la autopista, formaban una interminable cadena de estrellas fugaces que surcaban el cielo sin dar tiempo a pedir deseos.
Cuando ya estábamos cerca de Madrid y empezaba a distinguir las torres Kio, he decidido cerrar los ojos y disfrutar del regalo.
Normalmente cojo el autobús de las 7 de la mañana para venir a trabajar a Madrid desde Villalba, pero siempre leo o duermo durante el camino. Recordaba del año pasado que había visto bonitos amaneceres en ese mismo trayecto y hoy he decidido colocarme en la ventana adecuada pensando en que iba a tener suerte.
Las mejores vistas se tienen a partir de Torrelodones, en la cuesta del Casino. Allí he visto, sobrecogido, un cielo que iba del turquesa en el horizonte, hasta un azul claro salpicado con nubes no algodonosas, sino como pintadas con ceras blancas y grises a las que se les hubiese pasado el dedo por los contornos para difuminarlos y fundirlos con los distintos tonos de azul del cielo.
Las nubes, a su vez, adquirían distintos colores según su altura en el dibujo. Las más altas eran blancas y grises, las de la mitad amarillas, y las más cercanas al sol, que lo ocultaban, casi negras, rodeadas de un halo naranja brillante como el filamento de tungsteno de una bombilla al apagarse.
He pasado por una zona urbanizada y he vuelto la mirada al libro, pero no he conseguido centrar la atención en la lectura porque lo que realmente hacía era esperar el momento en que volviese a tener las vistas despejadas.
Ha sido camino de Las Rozas cuando me he dado cuenta que las estelas de dos aviones, dos líneas blancas e irregulares como las vetas en el mármol, partían de los lados del ventanal para cruzarse justo sobre un sol que ahora sí se dejaba ver por encima de las nubes.
Las farolas aún encendidas de la iluminación nocturna de la autopista, formaban una interminable cadena de estrellas fugaces que surcaban el cielo sin dar tiempo a pedir deseos.
Cuando ya estábamos cerca de Madrid y empezaba a distinguir las torres Kio, he decidido cerrar los ojos y disfrutar del regalo.
dignidad en el gimnasio (1)
Ayer me ocurrió algo en el gimnasio que superó con creces la situación más ridícula que recuerde haber vivido en esos centros, grandes y pequeños, de tortura y sadomasoquismo.
Llevo ya nueve años entrenando y todavía no sé muy bien por qué también yo llamo así a esa actividad, cuando debería decir: "me bajo al gimansio a ver qué me duele mañana". Sin embargo, como es más corto y más cómodo para mi conciencia, seguiré "bajando a entrenar" aunque no me esté preparando para alcanzar 40 cm de perímetro de mi biceps braquial, ni para descubrir el diámetro máximo que puede alcanzar la vena de mi cuello.
Como es de imaginar, tras nueve años (creo que incluso llevo más, pero siempre diré que llevo nueve porque me sonroja que se note tan poco), he vivido un montón de situaciones extrañas y avergonzantes, en mis propias carnes y en las ajenas.
Las experiencias propias más comunes tienen que ver con la longitud de mis calzoncillos de colores y su impúdica incompatibilidad con la anchura de las perneras de mis pantalones de deporte. Como solo me siento cómodo con shorts, he decidido retirar de mi tabla de abdominales los ejercicios en los que tenga que levantar las piernas por encima de la cadera para evitar miradas indiscretas a las rayas, cuadros y colores de mis calzoncillos.
Pero esto no es nada dentro de lo que puede vivirse en un gimnasio, y más en uno de barrio que es el que me ocupa la mayor parte del año.
Allí he visto gente pidiendo auxilio porque una barra llena de discos negros y cabrones les estaba aplastando el pecho; he sentido gente que recién salida de su trabajo cotidiano, la pescadería, se acerca para compartir contigo sus perjúmenes, sin que les hayas pedido una ración de calamares; gente que te demuestra lo deportista que es porque puedes olerle el sudor de cuando salió a correr dos días antes; y por supuesto, gente que pierde el control de sus esfínteres cuando la presión abdominal supera 2 atmósferas.
He visto gente romper un espejo de un mancuernazo y por su culpa sufrir todos la maldición y no poder hacer ese ingenioso juego de espejos que te permite mirar, aparentemente de forma discreta, a la barra guiada donde se hacen las sentadillas. Gente que ha estado a punto de perder los dientes por descargar 30 kilos de un lado de la barra antes de quitar uno solo del otro lado; gente que se ha caído rodando del banco de abdominales y se ha levantado sacudiéndose los pantalones con una mirada nerviosa entre el aquí no ha pasado nada y el y tú qué miras.
Pero como digo, lo de ayer, que dejaré para mañana como en las mejores series de suspense, supera los límites.
PD: Jamás pensé que encontraría una imagen con los aparatos de mi gimnasio de invierno que no fuese un bajo-relieve o un dibujo en un papiro. (Ver primera foto).
Llevo ya nueve años entrenando y todavía no sé muy bien por qué también yo llamo así a esa actividad, cuando debería decir: "me bajo al gimansio a ver qué me duele mañana". Sin embargo, como es más corto y más cómodo para mi conciencia, seguiré "bajando a entrenar" aunque no me esté preparando para alcanzar 40 cm de perímetro de mi biceps braquial, ni para descubrir el diámetro máximo que puede alcanzar la vena de mi cuello.
Como es de imaginar, tras nueve años (creo que incluso llevo más, pero siempre diré que llevo nueve porque me sonroja que se note tan poco), he vivido un montón de situaciones extrañas y avergonzantes, en mis propias carnes y en las ajenas.
Las experiencias propias más comunes tienen que ver con la longitud de mis calzoncillos de colores y su impúdica incompatibilidad con la anchura de las perneras de mis pantalones de deporte. Como solo me siento cómodo con shorts, he decidido retirar de mi tabla de abdominales los ejercicios en los que tenga que levantar las piernas por encima de la cadera para evitar miradas indiscretas a las rayas, cuadros y colores de mis calzoncillos.
Pero esto no es nada dentro de lo que puede vivirse en un gimnasio, y más en uno de barrio que es el que me ocupa la mayor parte del año.
Allí he visto gente pidiendo auxilio porque una barra llena de discos negros y cabrones les estaba aplastando el pecho; he sentido gente que recién salida de su trabajo cotidiano, la pescadería, se acerca para compartir contigo sus perjúmenes, sin que les hayas pedido una ración de calamares; gente que te demuestra lo deportista que es porque puedes olerle el sudor de cuando salió a correr dos días antes; y por supuesto, gente que pierde el control de sus esfínteres cuando la presión abdominal supera 2 atmósferas.
He visto gente romper un espejo de un mancuernazo y por su culpa sufrir todos la maldición y no poder hacer ese ingenioso juego de espejos que te permite mirar, aparentemente de forma discreta, a la barra guiada donde se hacen las sentadillas. Gente que ha estado a punto de perder los dientes por descargar 30 kilos de un lado de la barra antes de quitar uno solo del otro lado; gente que se ha caído rodando del banco de abdominales y se ha levantado sacudiéndose los pantalones con una mirada nerviosa entre el aquí no ha pasado nada y el y tú qué miras.
Pero como digo, lo de ayer, que dejaré para mañana como en las mejores series de suspense, supera los límites.
PD: Jamás pensé que encontraría una imagen con los aparatos de mi gimnasio de invierno que no fuese un bajo-relieve o un dibujo en un papiro. (Ver primera foto).
Sunday, August 8
momentos musicales
De nuevo ponen a Bruce Springsteen en la radio. Esta vez es Lonesome Day, del último disco de canciones nuevas, The Rising, que escribió como homenaje a las víctimas del atentado del 11-S.
Al principio no conseguía reconocer de qué canción se trataba. Me sucede con frecuencia que de canciones que tengo grabadas en la cabeza, no consigo identificar su título ni el disco donde aparecieron, pero esto no me preocupa: solo pongo la mente en blanco y disfruto de las sensaciones.
Este disco es especialmente bueno dentro de los últimos de Bruce porque retoma la energía de los primeros. El fondo del disco, la historia que fluye de una canción a la siguiente, se refleja perfectamente en la unión momentos de rabia y desahogo con otros melancólicos y de dolorosa presencia de los ausentes. Al final del disco queda un regusto de motivación para seguir adelante, para impulsarse por encima de los escombros, asomar la cabeza y tomar aire.
Mis gustos musicales abarcan todos los estilos, pero cada uno de ellos tiene su momento para ser escuchado. No puedo escuchar Garbage leyendo un libro de Delibes, ni puedo escuchar Tom Waits conduciendo el coche para bajar al gimnasio.
Para aquellos que tengan también sus momentos musicales, junto a The Rising, tengo catalogados Lover's Rock de Sade, y Collection de Tracy Chapman.
Friday, August 6
sexualidad española
El título del post puede ser algo confuso. No, no se trata de mastubarse con fotos de Lolita o de Carmen Sevilla. Es un tema serio que trae de cabeza a los estudiosos de este país.
Constantemente se hacen encuestas que nos dicen qué franja de edad practica más el sexo, qué número de relaciones sexuales tienes a la semana, con qué años tuviste la primera relación sexual y cuántas has tenido desde entonces, qué cosas nos gusta hacer en la cama, e incluso si los posters que adornan la habitación en la que lo haces son del Real Madrid o de Alejandro Sanz.
Por lo que a mi se refiere los resultados son desoladores. Todavía estoy buscando al cabrón que se folla mi porcentaje semanal para pasarle factura. Bueno, así dicho no suena muy bien, así que digamos que le estoy buscando para dejar las cosas en su sitio. Bueno, eso tampoco, porque mi porcentaje es mío y no quiero que nadie le ponga la mano encima. Tampoco le puedo decir que me de lo que es mío porque puedo toparme con un vicioso que me de mi porcentaje a base de bien... Creo que dejaré las cosas como están.
El último estudio dice que la mujer más deseada por los españoles es Angelina Jolie. Yo habría dudado entre la Jolie y Mónica Bellucci, pero el resultado me parece bueno, las dos son MUJERES.
Por otra parte enfrentar en una misma encuesta a ellas dos con Penélope Cruz o Elsa Pataki me parece tan injusto como hacer a día de hoy una prueba de velocidad entre Valentino Rossi y Rubén Xaus. Como pedir a la gente que decida si quiere acompañar su carpaccio de solomillo con un Vega Sicilia Único de 1989 (+95 puntos en la Guía Peñín de los vinos) o con un cartón de Don Simón recién comprado en Simago.
Sin embargo creo que, como siempre, los resultados de la encuesta están mal analizados. Si lo que los españoles quieren es una mujer independiente, aventurera, trabajadora, culta, divertida e imprevisible, lo que buscan es Lara Croft, no a Angelina Jolie. Bueno, a ella o a Anita Obregón.
Constantemente se hacen encuestas que nos dicen qué franja de edad practica más el sexo, qué número de relaciones sexuales tienes a la semana, con qué años tuviste la primera relación sexual y cuántas has tenido desde entonces, qué cosas nos gusta hacer en la cama, e incluso si los posters que adornan la habitación en la que lo haces son del Real Madrid o de Alejandro Sanz.
Por lo que a mi se refiere los resultados son desoladores. Todavía estoy buscando al cabrón que se folla mi porcentaje semanal para pasarle factura. Bueno, así dicho no suena muy bien, así que digamos que le estoy buscando para dejar las cosas en su sitio. Bueno, eso tampoco, porque mi porcentaje es mío y no quiero que nadie le ponga la mano encima. Tampoco le puedo decir que me de lo que es mío porque puedo toparme con un vicioso que me de mi porcentaje a base de bien... Creo que dejaré las cosas como están.
El último estudio dice que la mujer más deseada por los españoles es Angelina Jolie. Yo habría dudado entre la Jolie y Mónica Bellucci, pero el resultado me parece bueno, las dos son MUJERES.
Por otra parte enfrentar en una misma encuesta a ellas dos con Penélope Cruz o Elsa Pataki me parece tan injusto como hacer a día de hoy una prueba de velocidad entre Valentino Rossi y Rubén Xaus. Como pedir a la gente que decida si quiere acompañar su carpaccio de solomillo con un Vega Sicilia Único de 1989 (+95 puntos en la Guía Peñín de los vinos) o con un cartón de Don Simón recién comprado en Simago.
Sin embargo creo que, como siempre, los resultados de la encuesta están mal analizados. Si lo que los españoles quieren es una mujer independiente, aventurera, trabajadora, culta, divertida e imprevisible, lo que buscan es Lara Croft, no a Angelina Jolie. Bueno, a ella o a Anita Obregón.
resonancia
Por primera vez en mi vida me han hecho una resonancia magnética. Se trataba de ver qué es lo que le pasa a mi tobillo para que chasquee como si andase con tacones sobre el parqué. Los resultados no los tengo hasta el lunes, y hasta el martes que los interprete el médico no sabré lo que significan. Supongo que cuando los vea sentiré lo mismo que cuando me enseñan una radiografía, que nunca me entero si está del derecho, del revés, boca arriba o boca abajo. "Mira, esta es mi costilla rota" y ahí estoy yo, desenfocando la vista para ver si aparece una fisura en 3D, como en esos estereogramas de los dibujos del Ojo Mágico con los que lo único que conseguía era que me llorasen los ojos.
La experiencia ha sido interesante. Tenía la consulta a las 08.30 am, así que me he levantado temprano para estar allí antes que los churros y las porras. Después de perderme por el laberinto de pasillos de la clínica, sorprendentemente desierto, llego hasta radiología donde me dicen que tengo que rellenar un test. Para quien no lo sepa, no llevo marcapasos, clips arteriales, implantes cocleares, audífonos, prótesis metálicas (ni ninguna otra), ni sufro alergias.
Obtenido el visto bueno, me hacen pasar a otra sala con un ordenador y un probador como los de Springfield. Allí una señorita me pide que me desnude entero excepto calzoncillos y calcetines, puro glamour. Me pongo una bata probablemente diseñada por un ingeniero de caminos aficionado al ajedrez y los trenes eléctricos, y marido de la directora de la Clínica. Tras no conseguir atármela, salgo enseñando lo mejor de anatomía posterior y la chica que me ha acompañado se sonríe por mi incapacidad y me dice que me tumbe en una cama que me ha preparado con sábanas y almohada incluida. Procedo.
Después de advertirme de que no me iba a doler y que lo único molesto es el ruido que hace, me da los mismos tapones que usaba yo para estudiar en la biblioteca de la Escuela. Me los pongo y echo de menos mis apuntes de Cálculo.
El aparato, que es igual que una cama de rayos UVA pero sin fluorescentes, empieza a zumbar con distintos tonos que parecen componer una melodía de 4 notas que me resulta familiar. A los tres minutos ya estoy esperando paciente e ilusionado, que vengan los extraterrestres a encontrarse conmigo en la Tercera Fase.
Tras esos momentos de incierta espera, los zumbidos se hacen más cortos y a ráfagas, como en los antiguos juegos de guerra de los ordenadores. Rarararararara, rararararara. Mi mente se relaja y comienza a viajar. No puedo recordar qué más ruiditos ha hecho.
A los 15 minutos me despierta la enfermera. Bromeo con ella, pero debe estar al final de su turno y nada le hace gracia. Me dice que ya hemos terminado y que se ve que me ha gustado. Ya veremos si también me gustan los resultados.
La experiencia ha sido interesante. Tenía la consulta a las 08.30 am, así que me he levantado temprano para estar allí antes que los churros y las porras. Después de perderme por el laberinto de pasillos de la clínica, sorprendentemente desierto, llego hasta radiología donde me dicen que tengo que rellenar un test. Para quien no lo sepa, no llevo marcapasos, clips arteriales, implantes cocleares, audífonos, prótesis metálicas (ni ninguna otra), ni sufro alergias.
Obtenido el visto bueno, me hacen pasar a otra sala con un ordenador y un probador como los de Springfield. Allí una señorita me pide que me desnude entero excepto calzoncillos y calcetines, puro glamour. Me pongo una bata probablemente diseñada por un ingeniero de caminos aficionado al ajedrez y los trenes eléctricos, y marido de la directora de la Clínica. Tras no conseguir atármela, salgo enseñando lo mejor de anatomía posterior y la chica que me ha acompañado se sonríe por mi incapacidad y me dice que me tumbe en una cama que me ha preparado con sábanas y almohada incluida. Procedo.
Después de advertirme de que no me iba a doler y que lo único molesto es el ruido que hace, me da los mismos tapones que usaba yo para estudiar en la biblioteca de la Escuela. Me los pongo y echo de menos mis apuntes de Cálculo.
El aparato, que es igual que una cama de rayos UVA pero sin fluorescentes, empieza a zumbar con distintos tonos que parecen componer una melodía de 4 notas que me resulta familiar. A los tres minutos ya estoy esperando paciente e ilusionado, que vengan los extraterrestres a encontrarse conmigo en la Tercera Fase.
Tras esos momentos de incierta espera, los zumbidos se hacen más cortos y a ráfagas, como en los antiguos juegos de guerra de los ordenadores. Rarararararara, rararararara. Mi mente se relaja y comienza a viajar. No puedo recordar qué más ruiditos ha hecho.
A los 15 minutos me despierta la enfermera. Bromeo con ella, pero debe estar al final de su turno y nada le hace gracia. Me dice que ya hemos terminado y que se ve que me ha gustado. Ya veremos si también me gustan los resultados.
Tuesday, August 3
traumatólogo
Ayer por fin tuve la cita con el traumatólogo.
Supongo que a todo el mundo le da pereza concertar una cita con el médico, pero probablemente sea peor para la gente que hacemos bastante deporte, porque estamos seguros de que lo primero que nos va a recetar es la temida inactividad. ¿Y cómo dejo yo de jugar al fútbol, al pádel, al tenis o de ir al gimnasio? No, eso no cabe dentro de mis posibilidades lógicas.
Todavía no se nada, pero para que me haga un diagnóstico ya ha encargado que me hagan una resonancia magnética en el tobillo por una posible rotura del ligamento externo ocurrida hace dos años jugando al fútbol y que no cuidé en su momento; una radiografía de la columna en la zona lumbar para ver por qué no puedo correr sin que me den pinchazos; y una ecografía en el hombro por una más que probable tendinopatía en el supraespinoso (¿¿??).
Y me quejaba yo de las averías de los coches.
Supongo que a todo el mundo le da pereza concertar una cita con el médico, pero probablemente sea peor para la gente que hacemos bastante deporte, porque estamos seguros de que lo primero que nos va a recetar es la temida inactividad. ¿Y cómo dejo yo de jugar al fútbol, al pádel, al tenis o de ir al gimnasio? No, eso no cabe dentro de mis posibilidades lógicas.
Todavía no se nada, pero para que me haga un diagnóstico ya ha encargado que me hagan una resonancia magnética en el tobillo por una posible rotura del ligamento externo ocurrida hace dos años jugando al fútbol y que no cuidé en su momento; una radiografía de la columna en la zona lumbar para ver por qué no puedo correr sin que me den pinchazos; y una ecografía en el hombro por una más que probable tendinopatía en el supraespinoso (¿¿??).
Y me quejaba yo de las averías de los coches.
Monday, August 2
envía tono, politono, sonitono
Con el verano siempre llegan las melodías pegadizas dispuestas a que nuestros cuerpos se muevan al ritmo de la música, desobedeciendo cualquier instinto de supervivencia basado en el movimiento cero para no generar más calor del que ya hay en la ciudad y evitar así combustiones espontáneas, deshidrataciones o incendios.
A lo largo de los años hemos juntado cachete con cachete y pechito con pechito; hemos dado muchos pasitos p'alante y p’atrás, María; nos hemos puesto ciegos a chorizos en la barbacoa; hemos huido de los tiburones; hemos hecho el amor en el balcón de los Rodríguez; hemos conocido a la muchacha Macarena que dio la vuelta al mundo; hemos rezado Ave María tomando cañas; y les hemos echado Ketchup a nuestros combinados de ron. Pero lo que más hemos hecho ha sido saltar, saltar sin paraaaarrrr.
Los recuerdos que nos traen estas canciones suelen ser confusos, como las noches en las que la bailamos, pero casi siempre, al oírlas de nuevo, provocan simultáneamente una sonrisa y una sensación de hastío. Siempre hay alguna experiencia que podemos asociar a estas canciones porque las hemos escuchado y bailado durante los 90 días que duraban las vacaciones de verano (¡uau!). Ahora duran bastante menos, pero también nuestra paciencia es menor y la tarea de los pinchadiscos continúa consistiendo en que al día siguiente, al levantarte con dolor de cabeza y el estómago revuelto, camines hacia el baño diciendo que eres de Barcelona y pidiendo que no te llamen Dolores, que te gusta más que te llamen Lola.
Las canciones del verano se introducen en la cabeza y se van extendiendo a la región del cerebro que domina el subconsciente, de manera que en cualquier momento en el que estás distraído, toman el control y no puedes evitar tamborilearlas sobre la mesa, silbarlas, o cantar el estribillo. La sensación de que mi corazón hacía boom, boom, boom me ha despertado de la siesta con una taquicardia en más de una ocasión.
La cosa ha empeorado mucho desde que en la televisión aparecen anuncios invitándote a bajarte las melodías más pegadizas a tu móvil por un módico precio. De esta manera no tendrás un segundo de paz porque en cualquier momento puede llamarte tu madre en versión Dragostea "Vrei sa pleci dar nu ma, nu ma iei, Nu ma, nu ma iei, nu ma, nu ma, nu ma iei" y no sabes si cogerlo para ver qué quiere o dejarlo sonando para no estropear el baile sincronizado de tus compañeros de oficina.
En fin, solo pido un poco de compasión a los fanáticos de las melodías de los móviles. Ya tenemos bastante en las terrazas y en los bares como para tener que aguantar también el machaqueo en el autobús, el restaurante, o la oficina. Lo que ellos sienten por la canción del momento no es amor, lo suyo se llama obsesión.
A lo largo de los años hemos juntado cachete con cachete y pechito con pechito; hemos dado muchos pasitos p'alante y p’atrás, María; nos hemos puesto ciegos a chorizos en la barbacoa; hemos huido de los tiburones; hemos hecho el amor en el balcón de los Rodríguez; hemos conocido a la muchacha Macarena que dio la vuelta al mundo; hemos rezado Ave María tomando cañas; y les hemos echado Ketchup a nuestros combinados de ron. Pero lo que más hemos hecho ha sido saltar, saltar sin paraaaarrrr.
Los recuerdos que nos traen estas canciones suelen ser confusos, como las noches en las que la bailamos, pero casi siempre, al oírlas de nuevo, provocan simultáneamente una sonrisa y una sensación de hastío. Siempre hay alguna experiencia que podemos asociar a estas canciones porque las hemos escuchado y bailado durante los 90 días que duraban las vacaciones de verano (¡uau!). Ahora duran bastante menos, pero también nuestra paciencia es menor y la tarea de los pinchadiscos continúa consistiendo en que al día siguiente, al levantarte con dolor de cabeza y el estómago revuelto, camines hacia el baño diciendo que eres de Barcelona y pidiendo que no te llamen Dolores, que te gusta más que te llamen Lola.
Las canciones del verano se introducen en la cabeza y se van extendiendo a la región del cerebro que domina el subconsciente, de manera que en cualquier momento en el que estás distraído, toman el control y no puedes evitar tamborilearlas sobre la mesa, silbarlas, o cantar el estribillo. La sensación de que mi corazón hacía boom, boom, boom me ha despertado de la siesta con una taquicardia en más de una ocasión.
La cosa ha empeorado mucho desde que en la televisión aparecen anuncios invitándote a bajarte las melodías más pegadizas a tu móvil por un módico precio. De esta manera no tendrás un segundo de paz porque en cualquier momento puede llamarte tu madre en versión Dragostea "Vrei sa pleci dar nu ma, nu ma iei, Nu ma, nu ma iei, nu ma, nu ma, nu ma iei" y no sabes si cogerlo para ver qué quiere o dejarlo sonando para no estropear el baile sincronizado de tus compañeros de oficina.
En fin, solo pido un poco de compasión a los fanáticos de las melodías de los móviles. Ya tenemos bastante en las terrazas y en los bares como para tener que aguantar también el machaqueo en el autobús, el restaurante, o la oficina. Lo que ellos sienten por la canción del momento no es amor, lo suyo se llama obsesión.
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