Este fin de semana he estado en Soria, pura y cabeza de Extremadura. ¡Qué bonito es y qué frío hace en Soria!
Fui allí con unos amigos a los que conocí a través de un compañero de la universidad hace 5 o 6 años. Son muy buena gente, pero ninguno quiere venir nunca conmigo en el coche porque no les gusta mi música. Dicen que todo lo que les pongo hace ñigu-ñigu-ñí y uauauauaaaa en versión "enchufado", así que cuando se dieron cuenta de que no habían cogido CDs, llamaron a Berlín y no a mí.
Y no es que yo tenga nada en contra de la edad de oro del pop español, no, que es algo que me parece a mí que está aún por venir, pero una cosa es una cosa, y otra es la condena a cadena perpetua con sesión continua de Sabina que me llevó a pedir a gritos la muerte. La de Sabina, claro.
De vuelta al trabajo, esta semana sigo como siempre, salvando al mundo desde el anonimato. Cuánto esfuerzo y qué poco reconocimiento. Hoy al menos me he llevado un alegrón a eso de las 12 cuando Dwalks me ha escrito un mensaje anunciándome que ya estaba en casa. Inmediatamente le he llamado para que me dijese qué me ha traído y si estaba bien después del palizón de los vuelos.
Ha estado contándome cosas del viaje, cosas tan interesantes que en cuanto he colgado el teléfono he anunciado a mis amigos que este año voy a ahorrar para ir a China con Dwalks el que viene, aunque él no quiera. Después se lo he dicho a Berlín durante la comida y ella no ha dicho que no, sino adelante. Le voy a tener que regalar algo grande por su cumpleaños a esta chica.
Después de comer he vuelto al trabajo y he estado charlando del fin de semana con una amiga que había ido a una taberna vasca a comer pinchos y beber Chacolí. Cuando lo he oído ya no he seguido más su conversación porque me ha devuelto un trauma que tengo con esto y que me recuerda a esos asesinos en serie a los que sus padres les pegaban de pequeños si se vestían de mujer.
Mil veces he escuchado eso de "¡Cómo molan las tabernas vascas! Te hinchas a pinchos y como cobran contando los palillos, si los tiras al suelo pagas la mitad!". Ruín, sí, como ese número de miserables que mueren al año atragantados con un mondadientes y con 100 euros en el bolsillo. Económico, también.
El caso es que yo, igual que soy incapaz de mentir, también soy incapaz de tirar los palillos al suelo, aunque de esto no les puedo echar la culpa a los curas sino a la película Rainman, el libro es peor. Porque cada vez que voy a un vasco y tengo el palillo en la mano, veo a Dustin Hoffman saliendo de la barra, golpeándose la cabeza con la mano abierta y gritando "¡Hay 218 palillos en el suelo! ¡Hay 218 palillos en el suelo!"
Tuesday, November 28
Friday, November 24
El "voy"
Ayer quedé con mis amigos crápulas porque era jueves y los jueves es el día para quedar con los amigos crápulas, todo el mundo lo sabe. Los jueves son además el día de la paella, pero esto no tiene nada que ver. También quedamos porque hoy tres de ellos han salido hacia Lisboa en busca de la belleza con mostacho, que aunque ya les he dicho yo que de bigote nada, les sigue haciendo ilusión.
Hacía casi dos semanas que no les veía y teníamos muchas ganas de contarnos cosas: Uno que monta un partido político (ya os diré a quién hay que votar para alcalde), otro que se va a forrar poniendo una casa rural al lado de un campo de golf, otro que vive una vida nocturna de tensión constante rodeado de mujeres con las que sí, pero no…
Elegimos una mesa en un rincón y nos sentamos los 7 a beber unas pintas de Paulaner. Media hora más tarde, empezaron a entrar por la puerta mujeres de catálogo de agencia matrimonial rusa, pero con un aire más sueco, más de H&M. Una, dos, tres, ocho, diez... Y claro, nosotros mudos, con la espalda rígida y el gesto contrito.
Una vez hubieron pasado todas, giramos los cuellos a su posición natural y continuamos con lo nuestro, que era hablar de ellas. Que si la de blanco es muy elegante, que si la de las mallas está mirando... Estas cosas dan mucho de sí.
En esas estábamos cuando cuatro de ellas se levantaron, y vinieron a nuestra mesa.
- "Hola chicos, ¿qué tal? Resulta que nuestra jefa se va y le hemos preparado una fiesta de despedida. Nos gustaría que uno de vosotros fuese a la mesa, preguntase por ella y le hiciese pasar un buen rato haciéndola creer que es un boy. Por favor, por favor, por favor... No tiene que desnudarse, claro, pero"
- "¿La puede besar?” Interrumpe el sueco.
- "¿Cómo?"
- "Que si la puede besar."
- "A ver, sueco”, dice otro, “Aquí el único que se puede quitar la camiseta y mantener la dignidad es Would."
En ese momento todos se volvieron hacia mí, diciendo sísísísí. "Bueno, nos lo pensamos y ahora va uno para allá.”
"Oye, que yo no voy", les digo en cuanto se van las chicas. Que vale que soy enrollado y hago deporte, pero también es verdad que el miedo que le tengo a las mujeres de despedida no es racional. "Que no, que no voy. Ya sé que son guapísimas y divertidísimas, pero lo que hace falta es alguien que las vacile, no que les enseñe a mover las tetas. Sueco, ve tú, que no has conocido la vergüenza".
El sueco, en el tiempo que pasa entre que llamamos a Sebas por teléfono para que vuelva a ver aquello y llega, se pide dos tequilas y dice "Voy".
Entonces LM se levanta para dejarle salir pero no se acuerda de que estamos sobre una tarima, tropieza y empieza a caer como a cámara lenta. Primero un pie que no encuentra el suelo; luego una mano que araña la pared intentando agarrarse desesperadamente a algo; la otra mano que se viene hacia mi hombro para apoyarse y que se cierra en el vacío porque me aparto para que me arrastre con él; primer golpe que se da contra la mesa ¡plas!; segundo golpe contra la silla ¡plas, plas!; y caída final al suelo ¡plum! con todos los demás diciendo “¡Ahí va el voy! ¡Voy!”
Adiós a la sensualidad del momento.
Pero al sueco esto no le importa, él ya tiene la actitud de quien se gana la vida satisfaciendo a las mujeres. Él es un boy y está concentrado en lo que tiene que hacer. Coge los regalos que tiene que entregar a la homenajeada y camina hacia su mesa.
Llega allí entre aullidos, palmas y silbidos, y entrega el primer regalo. Está en su salsa. Espera con media sonrisa a que termine de abrirlo, y le tiende el segundo. Cuando la chica lo va a coger, lo retira y con un dedo le dice que vaya hacia él. Ella se ríe con ganas e intenta salir, pero como está en el medio de una mesa de 20 y pegada a la pared, le dice que no puede y extiende las manos.
El sueco se crece ante las dificultades, se apoya en una silla y se pone en pie sobre la mesa. Coge la mano tendida de la chica y le ayuda a subir junto a él -pena que no estuviese James Cameron porque podría haber rodado el final alternativo de Titanic-. Le entrega el regalo, la abraza y le da dos besos. Ese es nuestro sueco.
Una vez cumplido su trabajo, vuelve hacia nosotros poniendo cara del Bond de Roger Moore y acompañado de aplausos y vítores procedentes de la mesa que abandona. Es un tío con clase que está cuando se le necesita. Un profesional.
Cuando llega a nuestra, se sienta en su sitio, bebe un trago de cerveza y dice sin torcer el gesto: “Creo que le he tocado una teta”.
Hacía casi dos semanas que no les veía y teníamos muchas ganas de contarnos cosas: Uno que monta un partido político (ya os diré a quién hay que votar para alcalde), otro que se va a forrar poniendo una casa rural al lado de un campo de golf, otro que vive una vida nocturna de tensión constante rodeado de mujeres con las que sí, pero no…
Elegimos una mesa en un rincón y nos sentamos los 7 a beber unas pintas de Paulaner. Media hora más tarde, empezaron a entrar por la puerta mujeres de catálogo de agencia matrimonial rusa, pero con un aire más sueco, más de H&M. Una, dos, tres, ocho, diez... Y claro, nosotros mudos, con la espalda rígida y el gesto contrito.
Una vez hubieron pasado todas, giramos los cuellos a su posición natural y continuamos con lo nuestro, que era hablar de ellas. Que si la de blanco es muy elegante, que si la de las mallas está mirando... Estas cosas dan mucho de sí.
En esas estábamos cuando cuatro de ellas se levantaron, y vinieron a nuestra mesa.
- "Hola chicos, ¿qué tal? Resulta que nuestra jefa se va y le hemos preparado una fiesta de despedida. Nos gustaría que uno de vosotros fuese a la mesa, preguntase por ella y le hiciese pasar un buen rato haciéndola creer que es un boy. Por favor, por favor, por favor... No tiene que desnudarse, claro, pero"
- "¿La puede besar?” Interrumpe el sueco.
- "¿Cómo?"
- "Que si la puede besar."
- "A ver, sueco”, dice otro, “Aquí el único que se puede quitar la camiseta y mantener la dignidad es Would."
En ese momento todos se volvieron hacia mí, diciendo sísísísí. "Bueno, nos lo pensamos y ahora va uno para allá.”
"Oye, que yo no voy", les digo en cuanto se van las chicas. Que vale que soy enrollado y hago deporte, pero también es verdad que el miedo que le tengo a las mujeres de despedida no es racional. "Que no, que no voy. Ya sé que son guapísimas y divertidísimas, pero lo que hace falta es alguien que las vacile, no que les enseñe a mover las tetas. Sueco, ve tú, que no has conocido la vergüenza".
El sueco, en el tiempo que pasa entre que llamamos a Sebas por teléfono para que vuelva a ver aquello y llega, se pide dos tequilas y dice "Voy".
Entonces LM se levanta para dejarle salir pero no se acuerda de que estamos sobre una tarima, tropieza y empieza a caer como a cámara lenta. Primero un pie que no encuentra el suelo; luego una mano que araña la pared intentando agarrarse desesperadamente a algo; la otra mano que se viene hacia mi hombro para apoyarse y que se cierra en el vacío porque me aparto para que me arrastre con él; primer golpe que se da contra la mesa ¡plas!; segundo golpe contra la silla ¡plas, plas!; y caída final al suelo ¡plum! con todos los demás diciendo “¡Ahí va el voy! ¡Voy!”
Adiós a la sensualidad del momento.
Pero al sueco esto no le importa, él ya tiene la actitud de quien se gana la vida satisfaciendo a las mujeres. Él es un boy y está concentrado en lo que tiene que hacer. Coge los regalos que tiene que entregar a la homenajeada y camina hacia su mesa.
Llega allí entre aullidos, palmas y silbidos, y entrega el primer regalo. Está en su salsa. Espera con media sonrisa a que termine de abrirlo, y le tiende el segundo. Cuando la chica lo va a coger, lo retira y con un dedo le dice que vaya hacia él. Ella se ríe con ganas e intenta salir, pero como está en el medio de una mesa de 20 y pegada a la pared, le dice que no puede y extiende las manos.
El sueco se crece ante las dificultades, se apoya en una silla y se pone en pie sobre la mesa. Coge la mano tendida de la chica y le ayuda a subir junto a él -pena que no estuviese James Cameron porque podría haber rodado el final alternativo de Titanic-. Le entrega el regalo, la abraza y le da dos besos. Ese es nuestro sueco.
Una vez cumplido su trabajo, vuelve hacia nosotros poniendo cara del Bond de Roger Moore y acompañado de aplausos y vítores procedentes de la mesa que abandona. Es un tío con clase que está cuando se le necesita. Un profesional.
Cuando llega a nuestra, se sienta en su sitio, bebe un trago de cerveza y dice sin torcer el gesto: “Creo que le he tocado una teta”.
Thursday, November 23
El satélite de las semillas
Como hace mucho que no saco a pasear mi pasión por las frutas y verduras, mi vocación profesional primera después de dibujar casas y ser trapecista con el circo de los muchachos, ahí voy.
Hoy me he encontrado la noticia de que ya han vuelto a la Tierra los 215 kilos de semillas germinadas que unos chinos pusieron en órbita hace 15 días para conseguir superfrutas y verduras mutantes gracias a su exposición a la radiación cósmica y la gravedad cero. Ole, ole, y ole los chinos, que cansados de construir misiles y hacer imitaciones, se lanzan a la carrera espacial cogiendo el rábano por las hojas.
Pongamos que es cierto que las radiaciones en el espacio provocan mutaciones en las frutas. ¿Qué ocurre entonces con los astronautas? ¿Alguien les cuenta los dedos cuando bajan de la nave?
Pongamos que los granos de arroz que han lanzado al espacio han mutado en genuinas supersemillas superastringentes y con superpoderes. ¿Podrá el campesino cantonés reproducir las condiciones de radiación e ingravidez si el mecanismo más sofisticado con el que cuenta es el mechero con el que enciende sus cigarrillos chinos?
Yo estoy muy a favor de la revolución verde, de los transgénicos y de la investigación en general, pero me muestro un poco escéptico en cuanto a la eficacia del turismo espacial de las semillas. También es verdad que algo debe haber de cierto cuando en la noticia que pone en duda la eficacia de la mutagenicidad, se habla literalmente de los “pimiento trees” de los chinos cósmicos.
Siguiendo un poco más la noticia, también caigo en la diferencia abismal que hay entre los extraños chinos y los cabales norteamericanos, que en alguna ocasión anterior en la que enviaron semillas al espacio, la NASA acabó repartiéndolas entre los niños de los colegios.
Pero no todo son quejas, ¿o acaso hay alguien que pudiera estar en contra de los melones de dos cabezas, de los tomates cherry que explotan con tanta fuerza que pueden reventarte las muelas, o de las manzanas con sabor a pato laqueado, o a pollo teriyaki?
Me fascina la agricultura, pero me vuelven más loco aún los chinos, especialmente los de pies grandes.
Hoy me he encontrado la noticia de que ya han vuelto a la Tierra los 215 kilos de semillas germinadas que unos chinos pusieron en órbita hace 15 días para conseguir superfrutas y verduras mutantes gracias a su exposición a la radiación cósmica y la gravedad cero. Ole, ole, y ole los chinos, que cansados de construir misiles y hacer imitaciones, se lanzan a la carrera espacial cogiendo el rábano por las hojas.
Pongamos que es cierto que las radiaciones en el espacio provocan mutaciones en las frutas. ¿Qué ocurre entonces con los astronautas? ¿Alguien les cuenta los dedos cuando bajan de la nave?
Pongamos que los granos de arroz que han lanzado al espacio han mutado en genuinas supersemillas superastringentes y con superpoderes. ¿Podrá el campesino cantonés reproducir las condiciones de radiación e ingravidez si el mecanismo más sofisticado con el que cuenta es el mechero con el que enciende sus cigarrillos chinos?
Yo estoy muy a favor de la revolución verde, de los transgénicos y de la investigación en general, pero me muestro un poco escéptico en cuanto a la eficacia del turismo espacial de las semillas. También es verdad que algo debe haber de cierto cuando en la noticia que pone en duda la eficacia de la mutagenicidad, se habla literalmente de los “pimiento trees” de los chinos cósmicos.
Siguiendo un poco más la noticia, también caigo en la diferencia abismal que hay entre los extraños chinos y los cabales norteamericanos, que en alguna ocasión anterior en la que enviaron semillas al espacio, la NASA acabó repartiéndolas entre los niños de los colegios.
Pero no todo son quejas, ¿o acaso hay alguien que pudiera estar en contra de los melones de dos cabezas, de los tomates cherry que explotan con tanta fuerza que pueden reventarte las muelas, o de las manzanas con sabor a pato laqueado, o a pollo teriyaki?
Me fascina la agricultura, pero me vuelven más loco aún los chinos, especialmente los de pies grandes.
Saturday, November 18
Camera Obscura
Camera Obscura es el nombre en latín de un invento que permite obtener la proyección de una imagen captada a través de un pequeño orificio que actúa de lente convergente. La Camera Obscura puede tener cualquier tamaño, desde una pequeña caja, hasta una habitación, y es el precursor de la actual cámara fotográfica.
Hoy día no quedan muchas oportunidades de ver una Camera Obscura. Hay una de ellas en Edimburgo, si mal no recuerdo al final de la Royal Mile, y otra ayer, en la sala El Sol.
Porque Camera Obscura es también el nombre de una banda de Glasgow, otra, que hace una música que cuando la escucho me lleva a lugares muy muy lejanos de Escocia, con mucho sol y mucha sonrisa.
Hace un par de semanas, mi amiga Wendy me dijo que marcase en rojo el día de ayer para ir a ver a este grupo. Hasta entonces no los había escuchado, pero como ella tiene buen oído, fui directamente a comprar las entradas para el concierto.
El miércoles entré en Internet por primera vez para tratar de averiguar de qué iba aquello y me encontré con palmas, cascabeles, trompetas y una voz femenina y melancólica que no encajaba con mis gustos. Llamé a Wendy y le advertí de que si no me gustaba el concierto, debería emborracharme y tirar su sujetador al escenario, algo a lo que ella no puso ninguna pega.
Ayer, después de bajar por Montera esquivando prostitutas, meados y vallas de obra, llego donde también habíamos quedado con Cranston y otro amigo suyo, un bar con decoración china que hay en la calle Jardines, y en el que echamos el rato bebiendo tercios de Mahou y hablando del Atleti, conformando un bodegón cañí donde los haya.
Entramos y empezó el concierto. Al micrófono, la cantante, guapa, pero guapa como esas chicas que uno quiere que sean novias suyas para comprarles caprichos y abrazarlas mucho. A la guitarra, un tipo con aspecto de oso y cara de buena persona. Al bajo y en un ricón del escenario, un albino con tupé y camisa de flores que tenía pinta de ir tan sobrado que podría tocar 24 horas esa música tan distante del rock que a él le gusta. Al teclado y los coros, una chica con gafas de pasta y vestido de cajera de Tesco o de dependienta de Foot Locker. A la trompeta, pandereta, y cascabeles, una chica plantada allí como puesta por el ayuntamiento. Y a la batería, el batería.
Comenzó a sonar la música y comprobé que Camera Obscura es de esos grupos que ganan en directo, con una resultona mezcla de naturalidad y tablas evidenciada especialmente cuando la cantante se rió de sí misma después de que se le escapasen unos gallos a mitad de una canción, y se excusase al final por "los nervios del directo". Gestos que hacen que la gente se entregue, bata palmas y grite "guapos".
Entré al concierto con la coraza puesta y salí desarmado, tanto que hoy ando escuchando una y otra vez todos los singles que hay en la página de Elefant.
Quien quiera conocerles, que vea esto (si os recuerda a La Casa Azul es porque el director del vídeo es el mismo que se los hace a él), y que esté atento a los Conciertos de Radio 3/TVE porque el martes 21, graban.
Hoy día no quedan muchas oportunidades de ver una Camera Obscura. Hay una de ellas en Edimburgo, si mal no recuerdo al final de la Royal Mile, y otra ayer, en la sala El Sol.
Porque Camera Obscura es también el nombre de una banda de Glasgow, otra, que hace una música que cuando la escucho me lleva a lugares muy muy lejanos de Escocia, con mucho sol y mucha sonrisa.
Hace un par de semanas, mi amiga Wendy me dijo que marcase en rojo el día de ayer para ir a ver a este grupo. Hasta entonces no los había escuchado, pero como ella tiene buen oído, fui directamente a comprar las entradas para el concierto.
El miércoles entré en Internet por primera vez para tratar de averiguar de qué iba aquello y me encontré con palmas, cascabeles, trompetas y una voz femenina y melancólica que no encajaba con mis gustos. Llamé a Wendy y le advertí de que si no me gustaba el concierto, debería emborracharme y tirar su sujetador al escenario, algo a lo que ella no puso ninguna pega.
Ayer, después de bajar por Montera esquivando prostitutas, meados y vallas de obra, llego donde también habíamos quedado con Cranston y otro amigo suyo, un bar con decoración china que hay en la calle Jardines, y en el que echamos el rato bebiendo tercios de Mahou y hablando del Atleti, conformando un bodegón cañí donde los haya.
Entramos y empezó el concierto. Al micrófono, la cantante, guapa, pero guapa como esas chicas que uno quiere que sean novias suyas para comprarles caprichos y abrazarlas mucho. A la guitarra, un tipo con aspecto de oso y cara de buena persona. Al bajo y en un ricón del escenario, un albino con tupé y camisa de flores que tenía pinta de ir tan sobrado que podría tocar 24 horas esa música tan distante del rock que a él le gusta. Al teclado y los coros, una chica con gafas de pasta y vestido de cajera de Tesco o de dependienta de Foot Locker. A la trompeta, pandereta, y cascabeles, una chica plantada allí como puesta por el ayuntamiento. Y a la batería, el batería.
Comenzó a sonar la música y comprobé que Camera Obscura es de esos grupos que ganan en directo, con una resultona mezcla de naturalidad y tablas evidenciada especialmente cuando la cantante se rió de sí misma después de que se le escapasen unos gallos a mitad de una canción, y se excusase al final por "los nervios del directo". Gestos que hacen que la gente se entregue, bata palmas y grite "guapos".
Entré al concierto con la coraza puesta y salí desarmado, tanto que hoy ando escuchando una y otra vez todos los singles que hay en la página de Elefant.
Quien quiera conocerles, que vea esto (si os recuerda a La Casa Azul es porque el director del vídeo es el mismo que se los hace a él), y que esté atento a los Conciertos de Radio 3/TVE porque el martes 21, graban.
Thursday, November 16
Buenas noticias
Gracias a todos por preocuparos por mí. No he parado de recibir cartas de ánimo, flores, e incluso sujetadores.
El caso es que al final las fracturas no eran tales fracturas sino meros esguinces, así que por esta vez os voy a ahorrar la visión warholiana de mi rótula y mis ligamentos. (Olvidaos de pedirme que os devuelva la ropa interior, que os veo venir).
El diagnóstico me lo dio mi traumatólogo, que como ya he dicho, es lo mejor que he visto en medicina deportiva. Me cogió la rótula, la hizo girar y desplazarse con varios grados de libertad que ignoraba, metió los dedos en los ligamentos, me torció la pierna, me pidió que dijese "A", y concluyó que tengo un esguince lateral leve que se produjo porque mi rótula absorbió el movimiento que iba a hacer mi muslo. Esto lo pongo un poco en cuarentena porque aunque mi médico es el mejor, este diagnóstico contradice la segunda ley de Newton, y Newton para mí es un tío con dos manzanas.
Si tenemos en cuenta el volumen de mi muslo y el de mi rodilla, y la velocidad a la que se produjo el choque, me extraña que la cantidad de movimiento (p = masa x velocidad) se transmitiera íntegramente del muslo a la rodilla sin que esta se hiciese añicos. Supongo que gran parte de la cantidad de movimiento fue absorbida por la deformación del balón, pero como de esas fórmulas ya no me acuerdo, paso a mi dedo gordo.
En el dedo gordo del pie tengo otra especie de esguince por un movimiento mixto de contracción y torsión que se produce con cierta frecuencia cuando se calzan botas de tacos y hay choques o golpes con el dedo. La cápsula del dedo no puede absorber ambos movimientos a la vez y se colapsa, como la M-30 en las variantes tráfico+obras y tráfico+lluvia, o como ese hombre que murió por intentar estornudar con los ojos abiertos.
Para tratar ambas lesiones me manda hacer rehabilitación. Y hasta aquí puedo leer.
El caso es que al final las fracturas no eran tales fracturas sino meros esguinces, así que por esta vez os voy a ahorrar la visión warholiana de mi rótula y mis ligamentos. (Olvidaos de pedirme que os devuelva la ropa interior, que os veo venir).
El diagnóstico me lo dio mi traumatólogo, que como ya he dicho, es lo mejor que he visto en medicina deportiva. Me cogió la rótula, la hizo girar y desplazarse con varios grados de libertad que ignoraba, metió los dedos en los ligamentos, me torció la pierna, me pidió que dijese "A", y concluyó que tengo un esguince lateral leve que se produjo porque mi rótula absorbió el movimiento que iba a hacer mi muslo. Esto lo pongo un poco en cuarentena porque aunque mi médico es el mejor, este diagnóstico contradice la segunda ley de Newton, y Newton para mí es un tío con dos manzanas.
Si tenemos en cuenta el volumen de mi muslo y el de mi rodilla, y la velocidad a la que se produjo el choque, me extraña que la cantidad de movimiento (p = masa x velocidad) se transmitiera íntegramente del muslo a la rodilla sin que esta se hiciese añicos. Supongo que gran parte de la cantidad de movimiento fue absorbida por la deformación del balón, pero como de esas fórmulas ya no me acuerdo, paso a mi dedo gordo.
En el dedo gordo del pie tengo otra especie de esguince por un movimiento mixto de contracción y torsión que se produce con cierta frecuencia cuando se calzan botas de tacos y hay choques o golpes con el dedo. La cápsula del dedo no puede absorber ambos movimientos a la vez y se colapsa, como la M-30 en las variantes tráfico+obras y tráfico+lluvia, o como ese hombre que murió por intentar estornudar con los ojos abiertos.
Para tratar ambas lesiones me manda hacer rehabilitación. Y hasta aquí puedo leer.
Sunday, November 12
El deporte mata
No sé en qué momento este blog se convirtió en un diario de conciertos, pero la verdad es que echando una mirada a las entradas más recientes, podría parecer que he adoptado una ajetreada vida nocturna inspirada en unos desordenados gustos musicales. Lo cierto es que en parte es verdad, y lo es porque no me ha quedado más remedio aunque ahora lo disfrute.
Me parecería que fue hace un año cuando renuncié a ir al concierto de Peaches por jugar un partido de fútbol si no fuese porque por una patada mal dada ese día, desde hace mes y medio mi dedo gordo del pie derecho no ha parado de crecer.
A pesar del dolor, ligero cuando el dedo se dobla hacia arriba, como sufrir de nuevo la muerte de Chanquete cuando el dedo se dobla hacia abajo, seguí jugando mis tres partidos a la semana y negándole a mi madre el sueldo de utillera. En un choque que se produjo en uno de esos partidos, hace tres semanas, me hice daño en la misma rodilla que venía dándome problemas el año pasado y que me llevó a hacer rehabilitación.
Nota: Me gusta la rehabilitación porque puedo salir media hora antes de la oficina y porque me da la oportunidad de conocer chicas nuevas que saben dar masajes.
Estuve una semana y media sin jugar partidos hasta que la rodilla dejó de dolerme al andar. En ese tiempo aproveché para afilar los colmillos, ponerme ropas oscuras y quedar con los amigos de siempre para cultivar su amistad y la citolisis hepática.
En el primer partido de mi vuelta a los terrenos de juego me dieron un patadón por detrás en plena carrera y caí dando volteretas como si fuese un coche de una película de Vin Diesel, solo que yo lo hice rotando sobre mi dedo meñique que ahora, de lo negro e hinchado que se ve, no sé si parece más una berenjena o Magic Johnson.
Mañana tengo cita con el traumatólogo, que ya es colega y tiene la consulta decorada con mis radiografías y mis resonancias rodeando una foto del rey, otra del Dr. Cabezas y un diploma falso de doctor. A pesar de todo me sentiré ridículo diciéndole hola-que-tal-pudiera-ser-que-tuviese-dos-dedos-rotos-y-solo-una-rodilla y me mandará descanso y más pruebas. Yo no le haré ningún caso en lo primero, tendré que ver cómo pasan tres meses de espera para poder hacérselo en lo segundo, y maldeciré mis maltrechos treinta años con la esperanza puesta en seguir pudiendo caminar cuando llegue a los 50.
Me parecería que fue hace un año cuando renuncié a ir al concierto de Peaches por jugar un partido de fútbol si no fuese porque por una patada mal dada ese día, desde hace mes y medio mi dedo gordo del pie derecho no ha parado de crecer.
A pesar del dolor, ligero cuando el dedo se dobla hacia arriba, como sufrir de nuevo la muerte de Chanquete cuando el dedo se dobla hacia abajo, seguí jugando mis tres partidos a la semana y negándole a mi madre el sueldo de utillera. En un choque que se produjo en uno de esos partidos, hace tres semanas, me hice daño en la misma rodilla que venía dándome problemas el año pasado y que me llevó a hacer rehabilitación.
Nota: Me gusta la rehabilitación porque puedo salir media hora antes de la oficina y porque me da la oportunidad de conocer chicas nuevas que saben dar masajes.
Estuve una semana y media sin jugar partidos hasta que la rodilla dejó de dolerme al andar. En ese tiempo aproveché para afilar los colmillos, ponerme ropas oscuras y quedar con los amigos de siempre para cultivar su amistad y la citolisis hepática.
En el primer partido de mi vuelta a los terrenos de juego me dieron un patadón por detrás en plena carrera y caí dando volteretas como si fuese un coche de una película de Vin Diesel, solo que yo lo hice rotando sobre mi dedo meñique que ahora, de lo negro e hinchado que se ve, no sé si parece más una berenjena o Magic Johnson.
Mañana tengo cita con el traumatólogo, que ya es colega y tiene la consulta decorada con mis radiografías y mis resonancias rodeando una foto del rey, otra del Dr. Cabezas y un diploma falso de doctor. A pesar de todo me sentiré ridículo diciéndole hola-que-tal-pudiera-ser-que-tuviese-dos-dedos-rotos-y-solo-una-rodilla y me mandará descanso y más pruebas. Yo no le haré ningún caso en lo primero, tendré que ver cómo pasan tres meses de espera para poder hacérselo en lo segundo, y maldeciré mis maltrechos treinta años con la esperanza puesta en seguir pudiendo caminar cuando llegue a los 50.
Friday, November 10
Antony(a) and the Johnsons
Es miércoles por la noche, víspera de festivo, y me encuentro con mi padre en las afueras de Madrid, cada vez menos afueras, junto a un busto gigante del padre del Borbón. Estamos allí para ver en directo a Antony, perdón, a Antony & The Johnsons.
El concierto se celebra en el Palacio Municipal de Congresos, un lugar que no acostumbra a acoger eventos musicales pero que me sorprende con una buena acústica, al menos adecuada para el fastuoso equipo de sonido que se monta.
Llegamos con tiempo de recoger las entradas sin prisas y de ver la gente tan variopinta que congrega Antony. A ojo, hay un 5% de góticas fans de la novia cadáver; un 10% de adolescentes pijos con flequillos sobre los ojos, collares de conchas, y polos de rayas a más de 45 euros cada una; otro 50% procedente del sector moderno gafapasta, manifestable contra las guerras y con varias cuentas corrientes, alguna de ellas en un banco extranjero; y un 35% de gazpacho multicultural en intersocial.
Durante la media hora larga que tarda la gente en acomodarse en sus asientos, escuchamos la grabación de un político americano que enardece a las masas con un discurso acerca de la integración de los negros y en contra de la segregación, algo que teniendo en cuenta quién actúa esa noche, transpongo a una reivindicación de la homosexualidad.
Porque Antony es una adolescente encerrada en el cuerpo de un jugador de rugby. Antony... Antony...
Would: Esta noche voy a ver cantar a una señora encerrada en un cuerpo de señor.
Kurt: Hoy Raphael no actúa
Dwalks: Va a ver a Antony, con su padre, que cuando vea el tipo de señoras que le gustan a su hijo va a cambiar algo en la familia.
K: Ojo, que yo del look de Antony estoy muy a favor. Es un tipo de transexualidad de-camionero-a-señora-de-la-limpieza-chunga muy poco estudiada, muy poco valorada y muy total.
D: A mi me gusta cuando toca el piano y deja el bolso en el suelo junto a una pata, con el movil silenciado y sus cosas.
K: Sí, con las juanolas y los kleenex y la estampita de la virgen. Yo me imagino tan perfectamente a Antonya probándose cosas en el Corte Inglés, sección señoras, sección rebequitas, sección punto de ochos, cajón de ofertas.
Se apagan las luces y empieza el desfile. Al ver salir una figura femenina, la gente se rompe las manos a aplaudir, pero no, no es Antony, es la primera de 13 modelos neoyorkinas de todas las edades y pelajes que entran por una puerta lateral y se ponen de pie delante de la primera fila, con la consiguiente caída de mandíbula inferior de los que se las daba tan felices en sus butacas reservadas desde hacía 6 meses. Se sientan al tiempo que salen los músicos sin Joan, que continúa ejerciendo de mujer policía, y se colocan junto al piano, guitarra acústica, bajo, batería, violín, contrabajo y algún otro. Por fin sale Antony y se lleva una ovación que deberá que ganarse más tarde.
Detrás de los mandos de lo que parece la estación de control del Discovery está Charles Atlas, el otro componente artístico de la gira "Turning", y que se encarga de mezclar imágenes tomadas en directo con dos cámaras sobre las caras de las modelos que giran sobre una plataforma, igual que lo hacen los vestidos de novia en los escaparates, con otras imágenes grabadas anteriormente de nieve, flores, muñecos, etc. Este multipremiado videoartista consigue proyectar sobre una pantalla de muchos metros unas sensibles imágenes de videoclip que sin embargo saturan porque se mueven a saltos como si al procesador de vídeo le faltase capacidad, y sobre todo porque durante todo el concierto es lo mismo una y otra vez. Mismas poses, mismos efectos, distintos colores, distintas modelos. Ellas, por supuesto, guapísimas.
En lo que toca a la actuación de Antony, decir que este hombre tiene una voz que me hace contener la respiración, y que por compartir esa experiencia con mi padre me gasté el dinero de las dos entradas. Voy con ganas de sentir cómo los pelos se me ponen de punta, e incluso de llorar, pero salvo un momento de la canción "For Today I am Boy" en el que siento cómo la espalda se me pone rígida, la sucesión de temas adaptados al directo hasta hacerse apenas reconocibles, me va dejando la sensación de no saber si aquello está bien o me he equivocado.
Cuando canción tras canción veo que mis favoritas van siendo olvidadas, me voy fijando más en los gestos que hace Antony al interpretar y que en ocasiones me recuerdan a los que haría una quinceañera que le roba un beso a Beckham o un pellizco en la nalga a David Bisbal.
Antony se sienta al piano para cantar "Hope there's someone" y termina el concierto con todas las modelos reunidas en torno a él, de pie unas, sentadas otras, mirándole embelesadas todas mientras cierra la última canción en una imagen muy de MTV unplugged. Se va entre las ovaciones de un público que ya llegó entregado y vuelve para regalar "My Lady Story". Mientras se sienta al piano y espera que llegue el bajo, se hace el silencio que alguien aprovecha para gritar: "I LOOOVE YOOOUUU!!" Pasan cinco segundos en los que parece que el tiempo se detiene hasta que la inconfundible voz de falsete y un gesto de inocencia interrumpida rompen la magia diciendo: "Really?". Carcajadas.
Abandono el Palacio de Congresos con extrañeza y sin atreverme a preguntarle a mi padre directamente si le ha gustado.
El concierto se celebra en el Palacio Municipal de Congresos, un lugar que no acostumbra a acoger eventos musicales pero que me sorprende con una buena acústica, al menos adecuada para el fastuoso equipo de sonido que se monta.
Llegamos con tiempo de recoger las entradas sin prisas y de ver la gente tan variopinta que congrega Antony. A ojo, hay un 5% de góticas fans de la novia cadáver; un 10% de adolescentes pijos con flequillos sobre los ojos, collares de conchas, y polos de rayas a más de 45 euros cada una; otro 50% procedente del sector moderno gafapasta, manifestable contra las guerras y con varias cuentas corrientes, alguna de ellas en un banco extranjero; y un 35% de gazpacho multicultural en intersocial.
Durante la media hora larga que tarda la gente en acomodarse en sus asientos, escuchamos la grabación de un político americano que enardece a las masas con un discurso acerca de la integración de los negros y en contra de la segregación, algo que teniendo en cuenta quién actúa esa noche, transpongo a una reivindicación de la homosexualidad.
Porque Antony es una adolescente encerrada en el cuerpo de un jugador de rugby. Antony... Antony...
Would: Esta noche voy a ver cantar a una señora encerrada en un cuerpo de señor.
Kurt: Hoy Raphael no actúa
Dwalks: Va a ver a Antony, con su padre, que cuando vea el tipo de señoras que le gustan a su hijo va a cambiar algo en la familia.
K: Ojo, que yo del look de Antony estoy muy a favor. Es un tipo de transexualidad de-camionero-a-señora-de-la-limpieza-chunga muy poco estudiada, muy poco valorada y muy total.
D: A mi me gusta cuando toca el piano y deja el bolso en el suelo junto a una pata, con el movil silenciado y sus cosas.
K: Sí, con las juanolas y los kleenex y la estampita de la virgen. Yo me imagino tan perfectamente a Antonya probándose cosas en el Corte Inglés, sección señoras, sección rebequitas, sección punto de ochos, cajón de ofertas.
Se apagan las luces y empieza el desfile. Al ver salir una figura femenina, la gente se rompe las manos a aplaudir, pero no, no es Antony, es la primera de 13 modelos neoyorkinas de todas las edades y pelajes que entran por una puerta lateral y se ponen de pie delante de la primera fila, con la consiguiente caída de mandíbula inferior de los que se las daba tan felices en sus butacas reservadas desde hacía 6 meses. Se sientan al tiempo que salen los músicos sin Joan, que continúa ejerciendo de mujer policía, y se colocan junto al piano, guitarra acústica, bajo, batería, violín, contrabajo y algún otro. Por fin sale Antony y se lleva una ovación que deberá que ganarse más tarde.
Detrás de los mandos de lo que parece la estación de control del Discovery está Charles Atlas, el otro componente artístico de la gira "Turning", y que se encarga de mezclar imágenes tomadas en directo con dos cámaras sobre las caras de las modelos que giran sobre una plataforma, igual que lo hacen los vestidos de novia en los escaparates, con otras imágenes grabadas anteriormente de nieve, flores, muñecos, etc. Este multipremiado videoartista consigue proyectar sobre una pantalla de muchos metros unas sensibles imágenes de videoclip que sin embargo saturan porque se mueven a saltos como si al procesador de vídeo le faltase capacidad, y sobre todo porque durante todo el concierto es lo mismo una y otra vez. Mismas poses, mismos efectos, distintos colores, distintas modelos. Ellas, por supuesto, guapísimas.
En lo que toca a la actuación de Antony, decir que este hombre tiene una voz que me hace contener la respiración, y que por compartir esa experiencia con mi padre me gasté el dinero de las dos entradas. Voy con ganas de sentir cómo los pelos se me ponen de punta, e incluso de llorar, pero salvo un momento de la canción "For Today I am Boy" en el que siento cómo la espalda se me pone rígida, la sucesión de temas adaptados al directo hasta hacerse apenas reconocibles, me va dejando la sensación de no saber si aquello está bien o me he equivocado.
Cuando canción tras canción veo que mis favoritas van siendo olvidadas, me voy fijando más en los gestos que hace Antony al interpretar y que en ocasiones me recuerdan a los que haría una quinceañera que le roba un beso a Beckham o un pellizco en la nalga a David Bisbal.
Antony se sienta al piano para cantar "Hope there's someone" y termina el concierto con todas las modelos reunidas en torno a él, de pie unas, sentadas otras, mirándole embelesadas todas mientras cierra la última canción en una imagen muy de MTV unplugged. Se va entre las ovaciones de un público que ya llegó entregado y vuelve para regalar "My Lady Story". Mientras se sienta al piano y espera que llegue el bajo, se hace el silencio que alguien aprovecha para gritar: "I LOOOVE YOOOUUU!!" Pasan cinco segundos en los que parece que el tiempo se detiene hasta que la inconfundible voz de falsete y un gesto de inocencia interrumpida rompen la magia diciendo: "Really?". Carcajadas.
Abandono el Palacio de Congresos con extrañeza y sin atreverme a preguntarle a mi padre directamente si le ha gustado.
Monday, November 6
Recogiendo el pasaporte de Dwalks
Exceptuando las caídas de culo delante de un auditorio repleto, no hay cosas mucho más humillantes que querer pasar por gracioso y fracasar.
La semana pasada, con Dwalks en Munich, tenía que ir a su casa a recoger su pasaporte y la solicitud de visado para su próximo viaje a China. No me importaba nada hacerlo porque vivimos cerca y porque me ha traído un estupendo regalo americano, algo por lo que yo, que llevo dentro una mujer fácil que se va a la cama con el primero que le regala flores, le estaba muy agradecido. Ahora estamos empate, Dwalks. Si quieres más favores, tráeme joyas.
Mi amigo había dejado aviso a sus padres de que en algún momento del día yo pasaría a recoger las cosas, supongo que enseñándoles antes alguna foto mía, no le fuesen a dar los papeles a un nigeriano que se acercase por allí.
Antes de salir de casa hice un repaso mental de mi vestimenta. Conocer a los padres de Dwalks era para mí como conocer a los padres de la novia: quería causarles buena impresión, aparentar ser alguien con un comportamiento correcto en las formas y agradable en el fondo, con la simpatía justa y sin responsabilidad ninguna sobre la vida ochentamovidista que lleva su hijo.
Al final me pareció correcto salir con unos pantalones piratas, las zapatillas de correr, una camiseta de publicidad de una marca de ginebra y una chaqueta de chándal de Puma.
Cuando llegué a casa de Dwalks aparqué cerca del portal y me quedé sentado en el coche con la cabeza apoyada sobre el volante y pensando alguna gracia con la que parecer simpático, pero como llevaba todo el día con mis sobrinos, todo lo que se me ocurría era "Te voy a comer la tripilla", o "Como te agarre los tobillos te cuelgo boca abajo hasta que pidas clemencia", algo que no terminaba de encajarme que le fuese a hacer mucha gracia a la madre de Dwalks.
Salí del coche sin creerme demasiado la idea que llevaba preconcebida, llamé al timbre y subí a casa de Dwalks. Abrió la puerta su madre, nos presentamos y sentí cierto alivio al ver a Jwalks junto a ella porque ya habíamos coincidido otras veces.
Recogí la documentación y justo antes de concederme a mí mismo hacer una salida honrosa, crecido por una interpretación más que correcta, decidí soltar la gracia pensando que con ella triunfaría como la Mirinda. Empezó a salir de manera fluida, pero a mitad de camino perdió el sentido y se atascó, me trabé, tartamudeé, y evidencié que había estado 10 minutos preparando el chiste y que además no me lo había aprendido, lo que daba a entender dos cosas, que soy un triste y que soy idiota.
La puntilla a mi autoestima entró dolorosa cuando espoleado por un orgullo desconocedor del miedo al ridículo terminé la broma para ver su efecto y los dos me preguntaron a la vez, "Perdón, ¿cómo dices?"
La semana pasada, con Dwalks en Munich, tenía que ir a su casa a recoger su pasaporte y la solicitud de visado para su próximo viaje a China. No me importaba nada hacerlo porque vivimos cerca y porque me ha traído un estupendo regalo americano, algo por lo que yo, que llevo dentro una mujer fácil que se va a la cama con el primero que le regala flores, le estaba muy agradecido. Ahora estamos empate, Dwalks. Si quieres más favores, tráeme joyas.
Mi amigo había dejado aviso a sus padres de que en algún momento del día yo pasaría a recoger las cosas, supongo que enseñándoles antes alguna foto mía, no le fuesen a dar los papeles a un nigeriano que se acercase por allí.
Antes de salir de casa hice un repaso mental de mi vestimenta. Conocer a los padres de Dwalks era para mí como conocer a los padres de la novia: quería causarles buena impresión, aparentar ser alguien con un comportamiento correcto en las formas y agradable en el fondo, con la simpatía justa y sin responsabilidad ninguna sobre la vida ochentamovidista que lleva su hijo.
Al final me pareció correcto salir con unos pantalones piratas, las zapatillas de correr, una camiseta de publicidad de una marca de ginebra y una chaqueta de chándal de Puma.
Cuando llegué a casa de Dwalks aparqué cerca del portal y me quedé sentado en el coche con la cabeza apoyada sobre el volante y pensando alguna gracia con la que parecer simpático, pero como llevaba todo el día con mis sobrinos, todo lo que se me ocurría era "Te voy a comer la tripilla", o "Como te agarre los tobillos te cuelgo boca abajo hasta que pidas clemencia", algo que no terminaba de encajarme que le fuese a hacer mucha gracia a la madre de Dwalks.
Salí del coche sin creerme demasiado la idea que llevaba preconcebida, llamé al timbre y subí a casa de Dwalks. Abrió la puerta su madre, nos presentamos y sentí cierto alivio al ver a Jwalks junto a ella porque ya habíamos coincidido otras veces.
Recogí la documentación y justo antes de concederme a mí mismo hacer una salida honrosa, crecido por una interpretación más que correcta, decidí soltar la gracia pensando que con ella triunfaría como la Mirinda. Empezó a salir de manera fluida, pero a mitad de camino perdió el sentido y se atascó, me trabé, tartamudeé, y evidencié que había estado 10 minutos preparando el chiste y que además no me lo había aprendido, lo que daba a entender dos cosas, que soy un triste y que soy idiota.
La puntilla a mi autoestima entró dolorosa cuando espoleado por un orgullo desconocedor del miedo al ridículo terminé la broma para ver su efecto y los dos me preguntaron a la vez, "Perdón, ¿cómo dices?"
Wednesday, November 1
Esto es Halloween
Es noche de calabazas y la gente sonríe. El mundo al revés.
¡Qué tiempos aquellos en los que si un estudiante cosechaba calabazas no volvía a casa hasta que había falsificado las notas; en los que si a un enamorado se las daban, cometía el más becqueriano de los suicidios a la luz de la luna; en los que si Mayra Gómez Kemp te daba la más verrugosa de las cucurbitáceas, te tirabas de los pelos y hacías repaso mental y duodenal de sus antepasados, de los de Chicho y de los de Bigote Arrocet!
En cambio, si hoy llega un imitador cosmético de Kiss y te enseña una calabaza, te partes de la risa y le das unas chucherías.
Empecé la noche regular, llegando tarde a todos sitios. Se ve que el disfraz de Agente de Movilidad no triunfó y la gente no les daba caramelos, por lo que ellos, despechados, nos dieron susto a todos colapsando el interior de Madrid.
Después de tomar unas cervezas con unos amigos del fútbol fui al Wild Thing, que es un bar que hay en la zona de Clara del Rey y que a base de pinchar buena música desde hace 15 años se ha hecho con una clientela fiel que acudimos impepinablemente a que nos escuezan un poquito los ojos y a no vernos las caras por el ambiente excesivamente oscuro que se filtra entre tanto humo. Pero un bar con esa música y en el que te reciben los Blues Brothers desde la puerta de la calle, se merece un aplauso.
Un par de copas más tarde nuestras mentes ordenaron a nuestros cuerpos encaminarse al Pop&Roll, que es otro bar mítico y el destino final previsto para esta noche desde hace exactamente un año. El motivo es que en la noche de Halloween acude gente disfrazada y es muy divertido, aunque lo más divertido es ver a la gente que se cree que no va disfrazada. Estos también dan más miedo.
Iba con otros tres amigos partidarios de las relaciones interpersonales, y a fomentarlas nos pusimos, pero yo sufrí una pequeña castración casi nada más entrar porque me encontré con una amiga de Berlín. Que no iba a hacer nada malo, no, pero es que lo suyo es ser como la mujer del César.
Así, mientras Kurt bailaba mal en el concierto de Chico y Chica al que yo finalmente renuncié a ir, hablábamos con unas mujeres con peluca, gorro de bruja y las caras pintadas de verde y azul. Bueno, las caras, los brazos desde las manos hasta los codos, las uñas y no sé qué más porque tampoco es que diesen muchas ganas de investigar. A una de ellas, cuando dijo que era muy callado, le tuve que contestar que si no le gustaba mi disfraz de sordomudo me podía poner uno de mimo.
Pero oye, que estoy super a favor de la importación de cualquier tradición de otras culturas que implique fiesta. ¡Qué miedo!
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¡Qué tiempos aquellos en los que si un estudiante cosechaba calabazas no volvía a casa hasta que había falsificado las notas; en los que si a un enamorado se las daban, cometía el más becqueriano de los suicidios a la luz de la luna; en los que si Mayra Gómez Kemp te daba la más verrugosa de las cucurbitáceas, te tirabas de los pelos y hacías repaso mental y duodenal de sus antepasados, de los de Chicho y de los de Bigote Arrocet!
En cambio, si hoy llega un imitador cosmético de Kiss y te enseña una calabaza, te partes de la risa y le das unas chucherías.
Empecé la noche regular, llegando tarde a todos sitios. Se ve que el disfraz de Agente de Movilidad no triunfó y la gente no les daba caramelos, por lo que ellos, despechados, nos dieron susto a todos colapsando el interior de Madrid.
Después de tomar unas cervezas con unos amigos del fútbol fui al Wild Thing, que es un bar que hay en la zona de Clara del Rey y que a base de pinchar buena música desde hace 15 años se ha hecho con una clientela fiel que acudimos impepinablemente a que nos escuezan un poquito los ojos y a no vernos las caras por el ambiente excesivamente oscuro que se filtra entre tanto humo. Pero un bar con esa música y en el que te reciben los Blues Brothers desde la puerta de la calle, se merece un aplauso.
Un par de copas más tarde nuestras mentes ordenaron a nuestros cuerpos encaminarse al Pop&Roll, que es otro bar mítico y el destino final previsto para esta noche desde hace exactamente un año. El motivo es que en la noche de Halloween acude gente disfrazada y es muy divertido, aunque lo más divertido es ver a la gente que se cree que no va disfrazada. Estos también dan más miedo.
Iba con otros tres amigos partidarios de las relaciones interpersonales, y a fomentarlas nos pusimos, pero yo sufrí una pequeña castración casi nada más entrar porque me encontré con una amiga de Berlín. Que no iba a hacer nada malo, no, pero es que lo suyo es ser como la mujer del César.
Así, mientras Kurt bailaba mal en el concierto de Chico y Chica al que yo finalmente renuncié a ir, hablábamos con unas mujeres con peluca, gorro de bruja y las caras pintadas de verde y azul. Bueno, las caras, los brazos desde las manos hasta los codos, las uñas y no sé qué más porque tampoco es que diesen muchas ganas de investigar. A una de ellas, cuando dijo que era muy callado, le tuve que contestar que si no le gustaba mi disfraz de sordomudo me podía poner uno de mimo.
Pero oye, que estoy super a favor de la importación de cualquier tradición de otras culturas que implique fiesta. ¡Qué miedo!
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