Otro fin de semana que me he quedado solo. Mi
madre, que es muy previsora, me ha dejado la nevera llena de gazpacho y comida precocinada por ella, para que la tarea más difícil que tenga que afrontar a la hora de matar mi hambre sea usar el microondas. Y tampoco es una acción de mucho riesgo porque mi hermano, equipado con el vestuario de
Dustin Hoffman en
Estallido, ya le pasó el medidor geiger detector de fugas y no hay peligro de mutaciones por exposición.
Siguiendo el consejo de
Milio, pionero en la padre-independencia entre mis amigos, habría limpiado inmediatamente los platos que hubiese ensuciado para evitar que se amontonasen en la pila y se convirtiesen en otra fuente de contaminación microbiana del hogar además de la tortuga.
De todas maneras no ha hecho falta, porque después de hacer un desayuno olímpico con
Berlín, que ha incluido más de medio bollazo de la
Tía Mildred, he ido a buscar a
Sebas, que debía haber estar terminando de hacer la mudanza con los demás, subido en una furgoneta de esas en las en el asiento de delante caben el tipo que vende la fruta, su mujer, que vende flores, y los 3 niños de ambos al son de los
Chunguitos versionandos por
Camela.
Afortunadamente tampoco han necesitado que les echase una mano porque cuando he llegado ya habían terminado y nos hemos ido a comer a un irlandés. Sí, a un irlandés tipical Spanish, regentado por un señor de
Murcia de 69 años ayudado por una chica colombiana.
Según entramos, los 35 grados que hay en la calle y que ya están convirtiendo de nuevo a
Madrid en un horno de convección, se vuelven 40 contra nosotros y se me pegan los vaqueros, la camiseta y una servilleta en la frente. Después de bebernos del tirón un litro de cerveza con limón, nos vamos a la barra a pedir la comida y como no queda de nada, acabamos comiéndonos 5 hamburguesas con pan de molde. Salimos de allí casi empapados a buscar alivio en algún sitio más fresco, como por ejemplo, el infierno.
Acabamos en casa de
Neski, que aunque está recién amueblada no tiene aire acondicionado ni lo va a tener. "¿Para qué? Si no te mueves no creas calor, y si tienes que moverte, lo haces muy despacio, como en las películas hiperviolentas japonesas, y casi apañado". "Al menos podrías poner unas persianas en las ventanas, ¿no? Vamos, a menos que quieras que nos disolvamos y seamos charquitos de colores en tu parquet".
Y es que seguro que hoy que va a ser el primer día de muchos seguidos en los que tendré que dormir medio desnudo y con las ventanas abiertas intentando crear un túnel de viento entre la cocina y mi dormitorio, y acabaré levantándome cubierto de polvo de las obras y con los oídos asustados por escuchar las obscenidades de los borrachos que se pasen por la calle.
Madrid es así y su verano tiene estas cosas.