Uno no sabe lo integrado que está en una gran ciudad hasta que sale a una pequeña o a un pueblo. Estas dos últimas cosas son complementos bastante necesarios para mantener el equilibrio y no convertirse en un personaje desvirtuado, en un snob hiperinfluenciado por las revistas de moda y los programas de la tele.
Uno se da cuenta de que es un diente más en el engranaje de la ciudad cuando se le escapa una sonrisa si alguien dice que vive lejos del trabajo y tarda 20 minutos en llegar; cuando se tira de los pelos al escuchar que alguien se ha comprado una casa de 100 m2 por menos de 180.000 EUR; cuando se extraña de que en el cine no pongan la última película de Woody Allen en versión original; cuando se sorprende porque va a comer a las 5 de la tarde y no le sirven más que un trozo de empanada fría; cuando quiere comprarse una camiseta barata y le fastidia tener que hacerlo en la boutique de la Ramona y no en el H&M.
Si uno consigue darse cuenta de esto, tiene dos opciones: disfrutar de su integración e incluso tratar de llevarla al límite, véanse los creadores de moda metrosexual, o los ruteros de pubs sonrojantes; o tratar de buscar el equilibrio desconectando en lugares menos estresantes.
Yo me siento más identificado con la segunda, creo que se nota. Pienso que es muy refrescante ir a pasar un fin de semana al campo, o unas vacaciones al pueblo de los abuelos. Eso sí, siempre con la duración justa para no sufrir un ataque de pánico por perderte una semana de gimnasio, dos partidos seguidos de fútbol, o las cañas con unos amigos.
1 comment:
yo, cuando paso más de una semana fuera de madrid soy víctima de un flash recurrente en mi cerebro: plaza de callao.
me viene...
Post a Comment