Friday, July 30

mi coche

Hace poco más de un año me saqué el carné de conducir. A pesar de esto, me considero un conductor experto por mis horas al volante de lujosos Dodge Viper, Ford Mustang, Audi TT e incluso glamourosos Toyota Yaris. Siempre a los mandos de la Play Station y anteriormente de las teclas Q, A, O, P, ESPACIO del teclado de mi Spectrum 48 K, he corrido por las calles de Montecarlo y he derrotado a Michael Schumacher en los mejores circuitos del mundo, aunque he de reconocer que el modo sencillo simplifica mucho las cosas.

El salto de calidad definitivo se produjo cuando hace más de año y medio me regalaron el volante y los pedales para la PS2. Cuando me di cuenta de que conducía con una mano en el volante y haciendo olas con la otra, descubrí que me gusta conducir. Me apunté a la autoescuela, y lo que me cobraban allí por una clase práctica de 40 minutos a mandos de un Citröen Saxo, me motivó lo suficiente como para no salir de casa en un mes, aunque afortunadamente aprobé a la primera y no tuve que recurrir a la privación de alimentos que estaba temiendo.
Una vez aprobado el examen, inicié las negociaciones con mi hermano para que me vendiese su SEAT Córdoba azul, el color de todos los coches que tenía mi familia hasta hace bien poco. Ahora, poco más de un año después, mi SEAT Córdoba es azul con rayas blancas en las puertas. Hay gente que confunde con arañazos con las columnas el tuneado que le he hecho, da igual, cuando ellos lleguen a esta moda ya habrá pasado. En fin, que es un coche bonito y se mueve, así que me da más de lo que necesito.

Sin embargo, ahora más que nunca, veo los coches como un Kinder Sorpresa. Por fuera son atractivos y de líneas sencillas, e incluso algunos de ellos, seguramente todos a los que yo nunca podré acceder, tienen efectos afrodisíacos, como el chocolate. Pero luego les levanto el capó y me lo encuentro llenos de piezas que no sé para qué sirven. Estoy convencido que muchas de ellas están allí para asustar a gente como yo, para que no se nos ocurra meter la mano porque luego no nos caben todas esas piezas dentro (como cuando intentas volver a guardar la sorpresa del Kinder), o cuando das la tarea por terminada y empiezas a recoger, te das cuenta de que te han sobrado 3.

Nada más comprarlo le cambié el filtro del aire, supongo que por aquello de cumplir la ISO 14000, y la correa de distribución. Yo la única correa que había conocido hasta entonces era esa con la que nos amenazaba mi abuelo, y su única función era permitirle reírse de nuestras caras. Igual que hacen los mecánicos de los talleres cuando les llevamos nuestros coches diciendo que hacen ruiditos raros; o como mi hermano, cuando al mes de tener el coche, le llamo a las tres de la mañana porque al ir a cogerlo, el volante no giraba y no cabía la llave en el contacto. Esas cositas de pardillo de las que no me voy a librar nunca.

Como digo, llegan las averías y el mantenimiento, así que tienes que llevarlo al taller. Aquello es la puerta a un mundo mágico que ha sido inspiración para muchas películas que podrían haberse llamado perfectamente "Mi polvo de ayer con el mecánico del taller" o "Limpieza de bajos".

Los nervios empiezan a surgir cuando el amable mecánico que te atiende empieza a preguntarte en otro idioma que si el cárter, el ABS, el ASR, si es TDI, los faros de xenón (del que vagamente recuerdo que iba por delante del radón en la tabla periódica de los elementos) y el climatizador Climatronic 2000, que debe ser como el Pingüino de Longi pero en versión Pentium IV.

Para cuando comienzas a habituarte a su jerga y a entender lo que quiere decirte por el contexto, como cuando lees un libro en inglés, o por los gestos, para lo cual me resultaron muy útiles las partidas de Tabú en la piscina, te das cuenta de que esa simpática persona que viste mono azul te ha sacado tres piezas de debajo del capó y te está amenzando con tirarlas porque dice que ya no sirven. Sonríes, no porque te haga gracia, sino porque por fin has entendido algo, y le preguntas cuánto te va a costar poner las nuevas. Él sonríe más que tú.

Además puede que te lo equipe con cosas que no necesitas. Esta semana mi padre bajó el coche para que cargasen de gas el circuito del aire acondicionado porque tenía fugas, así que también le echaron un líquido colorante para detectarlas... al cabo de tres años. Luego le preguntaron si tenía filtro de polen. Y sí tengo, y también cuesta dinero. ¿Para qué quiero yo que me limpien o me cambien el filtro de polen si yo no tengo alergia? Bueno, pues se cambia, se paga y punto, que no va uno al taller a discutir.
 
Con lo que sí que me quedé asombrado fue que me echaron en el ventilador un líquido bactericida y lo pusieron en marcha para que se desinfectase el filtro y de paso los asientos, como si mi padre le hubiese dicho que su hijo (¡hola!) es un piojoso. Confío en él y sé que no es capaz de eso.

En fin, amén de todos los gastos de mantenimiento, de que te agujereen la puerta para intentar robarte el coche, te vomiten unos borrachos el capó, te rompan el retrovisor de una patada (supongo), te manguen los tapacubos y otras desgracias mucho peores, conducir merece la pena. Me gusta conducir.



Wednesday, July 28

nostalgia


El tiempo pasa inaplazable y nos va haciendo arrugas. Perdemos la juventud y empezamos a comprender alguno de los enigmas que nos parecían indescifrables unos pocos años antes. Comienzan a encajar en nuestras cabezas las piezas de conversaciones secuestradas en las sobremesas de reuniones familiares, o escuchadas furtivamente en grupos de adultos poco precavidos.

Calculo la velocidad con la que han pasado mis años de infancia. Sé, porque lo he visto en todos los encerados de las clases por las que he pasado desde 7º u 8º de EGB, que velocidad es igual a espacio partido por tiempo (v = s/t). Teniendo en cuenta que la variable tiempo es un valor creciente que ahora es igual a 28 años, y que la variable espacio está definida por la ecuación de una onda de longitud máxima de 40 km, que para simplificar los cálculos aproximaré a cero, puesto que sigo, más o menos, en el mismo sitio al que me trajeron mis padres cuando vine al mundo, no hace falta consultar a ningún premio Nobel para saber que la velocidad con la que he crecido tiende a infinito (v = lím s/t cuando s tiende a cero = infinito). Y tanta velocidad asusta, aunque sería más apropiado decir que da vértigo.

Empiezo a darme cuenta de que mi cuerpo ha envejecido porque los músculos empiezan a decir “BASTA” cuando sienten que los hago trabajar demasiado. 2 roturas de fibras, 1 tendinitis y una cita con el traumatólogo dentro de una semana para que me revise la espalda, el tobillo y el hombro, lo atestiguan. Podría decir, con poco margen para el error, que los músculos han desarrollado su carácter a la vez que mi mente o incluso antes. Con una precocidad que acompleja, ya que ellos tienen bastante más claro que yo cuándo hay que decir “Hasta aquí y ni un paso más”,  y también me ponen límites que no soy capaz de reconocer, un símil que me recuerda lo que sucede con los jefes en muchas oficinas.

Sin embargo hay un aspecto de ir haciéndome mayor que he encontrado emocionalmente atractivo: la nostalgia.

Me gusta sentirla. La provoco y ella me da unas punzadas que encuentro extrañamente placenteras. A veces busco disfrutar de algunos momentos de soledad en los que doy la espalda al hoy y abro una puerta al pasado para entrar a perderme en él. Recordar las noches en el prado de Villalba en las que nos tumbábamos en la paja seca bajo la oscuridad y las estrellas mientras discutíamos a quién echábamos de nuestra panda; que nunca les diríamos a las chicas la contraseña para entrar en nuestra cabaña; que E. siempre ganaba al Trivial porque era suyo y se estudiaba los tacos de preguntas en casa; o a qué jugaríamos al día siguiente, si a las olimpiadas, al fútbol-mini, al béisbol, al hockey, al baloncesto o al voley.

De vez en cuando hago ejercicios para que mi mente tenga frescos esos recuerdos. Como este pasado fin de semana, cuando llegué de madrugada a casa de mis padres en Villalba y no pude evitar aparcar el coche a un lado del camino, apagar el motor y respirar el aire fresco de la sierra que entraba por las puertas abiertas del coche, mientras contaba estrellas y escuchaba, reclinado sobre el asiento, cantar Sandy a Bruce Springsteen con la E Street Band, como tantas veces habíamos hecho antes con el radiocasete de E.

O reviviendo, jugando al escondite en la casa rural de Quilmas, en Galicia la semana pasada, los rescates y planos que ocupaban nuestras noches de verano en la urbanización.

Sin embargo la magia de esos momentos es pasajera y desaparece, como un sueño al despertar, cuando un vecino enciende la alarma de su coche para asustarte, al verte tumbado e inmóvil en el tuyo (aún le tengo que dar las gracias por no llamar a la policía). O cuando en ese juego del escondite me tuerzo un tobillo saltando por una ventana, rompemos el cristal de una mesa, arañamos las paredes al volcar el somier de una cama, y un amigo se hace una brecha en la barbilla al intentar patinar con el pecho sobre el suelo para salvarnos a todos.

Sé que no volveré a tener 10 años, y aunque en esos momentos me gustaría volver a soplar menos de 10 velas en mi próximo cumpleaños, luego respiro hondo y doy gracias porque se ha cumplido el deseo que pedí entonces: soy mayor y ahora, por fin, puedo a mis hermanos.

Monday, July 26

london III - la noche

viernes 9

Los ingleses tratan de ser siempre la excepción que confirma la regla: la moneda, los coches, los enchufes, el sistema métrico,... Aunque todo es distinto para el resto de los mortales, es de fácil adaptación para un español, excepto un pequeño aunque importante detalle: el horario comercial.

LM. lleva ya unos meses viviendo allí, y anteriormente había estado casi un año, así que además de anfitrión de la casa, ejercía también de guía turístico programándonos las rutas y los horarios nocturnos, aunque también admite que no los tiene muy controlados... a los ingleses menos aún que a los horarios.

Todo empezó cuando el viernes LM nos dijo antes de irse a trabajar: “A las 18.00 vuelvo, cenamos algo, y salimos a tomar unas pintas a las 19.30”. A esta afirmación le siguieron unos segundos de miradas tensas de unos a otros, entre 5 españolitos que a las 19.30 aún no se han levantado de la siesta, y la entonación al unísono de un clarificador: "Noooo joooodaaass". Claro, que por otra parte, podría cumplir mi deseo de estar de vuelta a las 21.00 para ver los Lunis (que en inglés serán los Moonies), tomarme un vaso de leche con Cola Cao, o su sucedáneo inglés (Cola Cao Mint) y galletas de mantequilla o pastas de té, hacer un pis y antes de las 22.00 meterme en la cama.

Sin embargo, con LM. da igual lo que tengas que decir, siempre acaba convenciéndote de sus argumentos, aunque si 5 minutos más tarde te paras a pensar en lo que acabas de aceptar te des cuenta de que es una mierda y que te acaban de vender una moto que no anda o una enciclopedia en mandarín. Él es así. "Proud to be a leader".

Sin embargo y como es de suponer, no lo conseguimos. A las 18.00 estábamos en pleno centro entrando a tomar un té después de habernos comido un sandwich en la calle. A las 20.00 entrábamos al Blind Beggar a tomar unas pintas tirados en los sofás antes de subir a cenar a casa. ¿Por qué no hay más sitios como este en Madrid o dónde están los que ya hay?

T. había quedado con una amiga londinense que supuestamente iba a traer más amigas para que nosotros practicásemos inglés. Cuando tras varias llamadas a lo largo del día descubrimos que era todo un montaje y que la chica venía sola, ya era tarde para decirle que no se preocupase, que se quedase en casa porque ya habíamos comprado los DVD's de Muzzy en HMV. Así que apareció algo más tarde de las nueve y después de tomarnos una copa con ella en la casa, nos fuimos a un pub en la ribera del Támesis desde donde había unas vistas espectaculares del Tower Bridge.

No nos dió tiempo más que a una pinta (a las 23.00 te ponen de patitas en la calle) y nos fuimos a un lugar donde ninguno de nosotros podía esperar encontrar lo que encontramos.

Quiero hacer un inciso para explicar por qué no voy a dar el nombre de alguno de los lugares donde estuvimos. Nosotros no somos gente que vaya descubriendo sitios por los que salir, somos más bien gente de costumbres, aunque no me sienta identificado con esa idea, sí reconozco que es lo más cómodo. Así que cuando descubrimos un sitio que realmente nos emociona, queremos que siga siendo tal y como lo hemos conocido, y ya nos ha pasado más de una vez que el boca a boca nos lo ha estropeado, y aunque se que es más una paranoia que una realidad, es algo que debo respetar.

Entrar a la discoteca y el despertar de los sentidos fue todo uno. Nos fuimos a la planta de arriba y nos pedimos allí unas copas. A los 10 minutos ya habíamos hecho dos grupos y a la media hora nos habíamos disuelto. De vez en cuando nos cruzábamos y saludábamos, y la mayoría de las veces nos reuníamos para ver qué tal iba la noche. Otras veces nos hacíamos señas: saludos agitando una mano o levantando una ceja. En este aspecto, como en todos los demás, destacó T., inolvidable su gesto mirándonos a los ojos y, como recién salido del campo de batalla de Apocalypse Now, haciéndonos señas con el brazo en alto y dando vueltas a la mano con el dedo extendido. "Moveos" pudimos leer en sus labios sin poder dar crédito a lo que veíamos. ¡Era la quinta inglesa que se le echaba en los brazos y no habían pasado ni 3 horas! No hace falta decir que en lo que quedó de fin de semana, ninguno de nosotros bebió de la misma botella que él.

Tras despedirnos de J., la amiga inglesa de T., y escuchar de sus labios un "you are all crazy boys" que nos hundió, nos fuimos a dormir.

sábado 10

Desde el comienzo del día, los planes de ir a Oxford fueron cancelados porque no conseguimos levantarnos a tiempo, fuimos arrastrando el retraso y ya por la noche solo conseguimos llegar a un pub en St. Catherine's Dock a las 22.55 para ver cómo echaban el cierre. Fuimos dando un "paseo" de más de una hora hasta el Spanish Boat (que tiene de Spanish lo que yo de conejo orejudo) donde una vez más T. nos hizo una demostración de cómo MC Hammer debería haber bailado su U Can't Touch This para que fuese más popular que la Macarena. 

Más tarde, ya cansados del sitio, decidimos cambiar de aires y caminábamos algo despistados. Yo trataba de que una inglesa que conocí en el barco, me explicase en qué punto de la conversación había entendido que yo trabajaba en el restaurante de mi familia (creo que debo mejorar aún mucho mi inglés), cuando T. se quedó hablando con una sueca del viaje a Estocolmo que iba a hacer una semana después. Hubo un momento de confusión y nos fuimos dándole por perdido.

Llegamos los que quedábamos a un bar, El Pepe’s, que fue una de las experiencias más próximas que he tenido con las películas americanas de los bajos fondos. Tú llegas a la puerta, donde hay un tío esperando debajo de un cartel que reza "REPAIRS", y te dice en un perfecto castellano de Valladolid antes de que tengas tiempo de abrir la boca:
- ¿Cuántos sois?
- 5 
- Vais después de aquél grupo que hay allí. (Y te señala a otros 6 o 7 que esperan sentados en la acera y en un soportal de la calle resistiéndose a terminar la noche a las 3 de la mañana).
- Vale. (Dices y te quedas en la puerta esperando tu turno)
- No, no. No os podéis quedar aquí (dice nervioso). Iros allí.

Y allá nos fuimos, 20 metros alejados de la puerta viendo cómo la calle se llenaba poco a poco de gente.

Cuando llega tu turno, el portero se cruza la calle y te va a buscar: "Os toca", y te coge del brazo para acompañarte a la puerta. Una vez cruzada, con algo de nervios, pasas en fila de a uno por un pasillo estrecho de unos 6 metros donde al final te espera otro tío que TE CACHEA, los temores comienzan a hacerse realidad. "Just checking" decía el pájaro mientras te metía la mano hasta los higadillos.

Una vez comprobada la firmeza de nuestras carnes, pudimos bajar unas escalerillas y unirnos a la fiesta. Jamás hubiese pensado que el infierno estuviese tan solo a 15 peldaños de la superficie. Allí hacía más calor que en la sauna, lo juro. Estaba lleno de españoles para los que el encanto reside en que te juntas en un bar con otros 150 paisanos a escuchar La Negra Flor de Radio Futura, algo que habría encontrado atractivo si no hubiese hecho lo mismo los 250 fines de semana anteriores a ese, pero que reconozco que incluiría en mi top 5 si pasase más de dos meses en Londres.

Todo acababa esa noche con nosotros ya rendidos y de vuelta a casa cuando nos encontramos a T. dando vueltas frente al portal como un tigre enjaulado, con un cabreo que ni Fernando Fernán Gómez en Tómbola:

E.: ¿Qué haces aquí?
T.: Me cago en todo, joder. Que me habéis dejado solo, no tenía ni una libra, no sabía dónde estaba la casa y casi me follan tres tíos en el metro.
N.: ¿Pero que has venido en metro?
T.: No, joder, he tenido que parar a un policía y le he dicho que mis amigos me habían dejado tirado y que me trajese.
E.: ¿Que te trajese a dónde, si no sabes dónde está esto?
T.: Aquí, al bar de la esquina, que sí sabía cómo se llama. (T. siempre cogiendo buenas referencias para no perderse).
S.: ¡Qué cabrón, te has ahorrado el taxi!
E.: ¿Y por qué no has llamado al telefonillo, si ya hay gente durmiendo?
T.: Pues porque no me sé el piso. He estado tirando piedrecitas a la ventana y le he dado a la de tres vecinos. Y luego he intentado trepar al primer piso. Tengo un cabreo de la hostia.
N.: ¿Qué has intentado trepar? Pero si te podías haber matado. (Una imagen me recorría el pensamiento y dificilmente podía contener la risa).
S.: ¡Cabrón, que te has ahorrado el taxi!
T.: Sí, y me he hecho daño en las manos intentado subir al primer piso.
E.: ¿Pero tú estás loco? ¿No sabes que, si te ve un vecino tirando piedras a las ventanas o intentando trepar, o llama al policía tan amable que te trajo para que te sacuda y te lleve de vuelta, o te pega un tiro directamente?
S.: Me cago en la puta, ¿pero no se ha ahorrado este tío el taxi?

Y es que ya lo hemos hablado mil veces, ¿cómo no iba a ser un éxito en prime time un programa de la vida de T.y sus colegas? Si ya solo nos falta darnos cucharazos en la cabeza como los Dirty Sanchez.

Friday, July 16

time out

Hoy me vuelvo a marchar de vacaciones. Esta tarde tengo otra boda (nº5 de este año), mañana otra más (6), y creo que ya termino.
 
Como la boda de mañana es en Ferrol, me quedo en Galicia unos cuantos días a disfrutar de ocio tranquilo.
 
A la vuelta publicaré el episodio definitivo de la saga de las vacaciones en Londres.

Thursday, July 15

london II - en la ciudad

Había estado antes en Londres, pero fue por motivos de trabajo y no tuve tiempo de ver la ciudad. En esta ocasión tenía intención de conocerla mejor, pero cuando se hace un viaje con tantos amigos resulta complicado, sobre todo si se quieren hacer planes conjuntos y las personalidades son tan dispares.

Muchas veces hemos hablado del éxito que tendría un programa de “real tv”, del estilo de Gran Hermano, con todos nosotros, y también quién sería el primero que expulsaría el público. El resultado televisivo sería un cocktail agitado, no revuelto, de una parte de “Doctor en Alaska”, una de “Seinfeld” y tres de “Sin Chan”.

El caso es que a mi no me gusta la comida rápida y grasienta de los restaurantes típicos americanos, y busco siempre algún sitio de ensaladas o comida ligera, tipo Fresco (Fress Co). Por otra parte S. no ha comido verdura desde que le conozco (8 años) y por lo que se, le viene desde que era enano. No puede ver ningún tipo de verdura, ni siquiera tomate, lechuga o cebolla. Él piensa que está en un escalón evolutivo superior a los demás, porque “no come flores”. También afirma que, como Coque Malla, si alguna vez se suicida, lo hará con pisto.

Mis amigos E. y T. son amantes de la cerveza. Les encanta salir a tomar pintas cuando viajamos y cuando no lo hacemos. Y el bueno de I. les tiene cierta intolerancia, las pintas no le sientan muy bien, le provocan retortijones y le sueltan la tripa, son algo así como su sustituto del Evacuol.

Sin embargo, decidió adaptarse a los planes del viaje y ponerse a prueba... y perdió. Se pasó un día entero sudando y con la vena de la frente hinchada para encontrar unos baños donde aliviar su agonía... cada hora. El ranking de sus acciones de reforestación está encabezado por la casa de LM (n acciones), la librería Borders (su lugar preferido con 2), y el Burger King (1). Terminó el día haciendo conmigo la compra en Sainsbury’s buscando para echar al carro, productos que le pudiesen hacer tapón.

Finalmente está LM., el anfitrión, que no soporta nuestro lado salvaje que sale a relucir cuando nos reunimos más de tres días, ese wild side asilvestrado. En nuestro particular Gran Hermano, las conversaciones estarían constantemente punteadas por pitiditos de censura ocultando toda clase de ruidos y sonidos estremecedores que cualquier persona podría adivinar viendo cómo nos ladeamos en el asiento o la cara de horror de los que rodean al protagonista. Lo de LM es una batalla perdida.


A pesar de todo conseguimos pasar un día en el mercadillo de Portobello, ver la Torre de Londres, el Tower Bridge (tomando unas pintas en un pub en la ribera), la exposición de Edward Hopper en la Tate Modern Gallery, el palacio de Bukingham, el palacio de Kensington,... comprar películas y discos en HMV, libros en Borders, ir al cine a ver Kill Bill vo.2. en los cines Odeon, alucinar con las tiendas de culto de Charing Cross y sobre todo, acumular experiencias que nos diferencien y unan aún más.

london I - el hogar


Al margen de lo poco que me ha durado la tranquilidad ganada durante mis cinco días en Londres a golpe de Libra, sí guardo unos cuantos recuerdos de los que duran bastante más de lo que tarda un jefe en endosarte un marrón o en meterte el dedo en el ojo ("¿Qué te has pensado mejor lo de Brasil?")

Mi amigo LM. vive en Whitechapel, barrio famoso no por tener una tradicional capilla blanca, sino porque allí fue donde Jack el Destripador hizo sus prácticas de cirugía para el MIR. Ahora ese barrio parece más Bombay o Nueva Delhi, incluso tiene su mercadillo con fruta importada de los países de la Commonwealth y que, a pesar de mis años de estudio de los verdes, no conseguí clasificar.

Había mucho movimiento de gente, y al igual que algunos turistas se llevan una decepción cuando vienen a España y ven que no vamos a comprar al Corte Inglés vestidos de toreros y sevillanas, también intuía entre la multitud alguna cara compungida porque no salía ningún vecino a la ventana con un radiocasete para que la gente de la calle bailase alegremente como sucede en los musicales indios.

Tras una pequeña confusión en el trasbordo en el metro, llegamos a la casa en la que vive LM. Ésta tiene dos dormitorios con grandes ventanales, una cocina que me recordaba a aquella con la que jugaba mi hermana de pequeña y un salón con capacidad para dos personas tiradas en el suelo durmiendo, otra sobre el sofá y dos mesas. El trono y su revistero bilingüe improvisado están en una habitación separada de la ducha y el lavabo, en esa costumbre que tienen.

Por supuesto, todo el piso excepto los baños y la cocina, estaba acolchado con 3 o 4 capas de moqueta. No creo que sea lo más higiénico, pero resulta mullidito y nuestras espaldas lo agradecieron cuando nos tocó dormir en el suelo. Además el sistema de drenaje que han diseñado con los años de práctica de acumular una moqueta sobre otra, es asombrosamente eficiente a la hora de hacer desaparecer cualquier vertido. Creo que el secreto está en que debajo de las dos primeras capas de moqueta hay un solado de baldosas de agujero negro antimateria.

Está tan perfeccionado que hasta han encontrado un sistema para evitar que el drenaje se colapse como sucede en los desagües de las duchas: con los pelos. Cualquier prenda de ropa que tuviese contacto con el suelo, y especialmente mis calcetines, son la evidencia de que en ese piso han convivido al menos tres especies animales, aunque una de ellas aún sin identificar.

Voy a empezar a recortar los cupones del periódico El Mundo para hacer la colección de CSI y ver si con la ayuda de Grissom resuelvo el caso.

Tuesday, July 13

restablecido

¡Saludos de nuevo!

Después de unos días duros en el trabajo y que me resultaron bastante tensos, me tomé unas vacaciones en Londres, visitando a un amigo que sí que se lanzó a la aventura extranjera (Hi, LM).

Estoy totalmente recuperado, aunque sin ganas de ir a trabajar mañana... mejor no pensarlo.

Una cosa más. Gracias D. por descubrirme a Douglas Coupland. He empezado a leer Life after God y es sencillamente genial.

Wednesday, July 7

calma


La calma es algo que no se valora porque lo normal es disfrutar de ella sin que nos demos cuenta. Desde hace tiempo estoy maravillado por la filosofía de vida china, la milenaria, no la de Mao o la de Tiananmen. Trato de ver todas las películas de Zhang Yimou porque suelen estar impregnadas de esa filosofía y porque su estética, estructura y diálogos, la transmiten. Me gustaron especialmente las dos realizadas en 1999: Ni uno menos (Yige dou bu neng shao) y El camino a casa (Wode fuqin muqin). Dos bonitas historias de lucha personal y de amor a la tierra y a la familia.

Sin embargo, la última que he visto, Hero (Yingxiong) de 2002, aunque es estéticamente muy vistosa, no termina de llenarme como las dos anteriores.

Otra película recomendable, con una banda sonora que te llega al alma, es In the mood for love (de Wong Kar-wai). Una tensa historia de un amor verdadero, aunque imposible.

Sin embargo, esta calma que trato de buscar y que suele costarme tanto conseguir, hay ocasiones en las que se volatiliza y me abandona en el mayor de los desasosiegos.

Y es que, digo yo, si los Derechos Humanos se crearon para evitar torturas, ¿por qué no ajusticiar a los que te pegan patadas en la butaca del cine?

Creo que la mayoría compartimos unos resortes que, convenientemente accionados, nos hacen saltar por los aires.

Mis casillas son enormemente grandes, pero siempre encuentro alguien que es tan habilidoso y tenaz que consigue sacarme de ellas.

Me vienen a la memoria dos episodios de los que me arrepiento por no haber sabido mantener la calma. El primero de ellos sucedió cuando, estando tomando el sol, un niño me dió un pelotazo... por tercera vez.

Ya me había calentado con los dos primeros, así que decidí que había llegado el momento de guardarme el balón y esperar que el Iván Campo de 10 años se acercase a pedírmelo. Entonces, educadamente, le dije:
- Señor, señor, ¿me echa la pelota?
- Sí, pero ven un momento... ¿Qué, te gusta jugar al fútbol, verdad?
- Sí señor.
- ¿Y eres bueno?
- Un poco, señor. Aunque soy reserva en mi equipo....
- ¿Y te gustaría jugar mejor, verdad?
- Claro, señor...
- Pues como me pegues otro pelotazo te voy a arrancar una pierna y te voy a dar en la cabeza con ella, y así no vas a mejorar tu juego, ¿entiendes? Toma, tu pelota.

También hay quien me ha sometido a divertidas pruebas psicológicas que básicamente consisten en inventarse una discusión y llevarla al extremo(las novias son especialistas en esto). Da igual sobre qué, únicamente se trata de buscar mi límite, así que cuando la cosa comienza a ponerse tensa, me sueltan: "Tssss, Tsss, chiquitín, no te pongas nervioso, ¿vale?" ¡Es automático! Inmediatamente después de decirlo, pueden observar cómo comienzan a dilatarse mis pupilas y a hincharse la vena del cuello. Y si son capaces de contener la risa durante más de 15 segundos, disfrutan viendo cómo comienzo a gritar palabras sin ningún sentido y a ponerme azul.

Y es que, por si alguien se decide a hacer esta prueba conmigo, solo le pido que me avise antes de que me desmaye... suelo olvidarme de respirar.

Tuesday, July 6

adiós Brasil

Hoy es un día triste para mi. Acabo de dejar pasar uno de los trenes más rápidos y lujosos que van a parar en mi andén a lo largo de mi vida.La oportunidad de ir a trabajar a Brasil era realmente tentadora, pero he pensado que no era mi momento.


En un caso como este, la gente se hace una lista de pros y contras y la valora. Yo decidí no hacerla porque siempre he sido malo dando factores de ponderación y finalmente me habría decidido sencillamente por la lista que fuese más larga. Además, siempre puedes hacer trampa desglosando los criterios, como hacen en el Un, Dos, Tres... "Por 25 pesetas objetos de madera de 4 patas" - "Mesa, silla para el jardín, silla para la cocina, silla para la terraza, silla para poner los pies mientras ves la tele, silla para golpear en la espalda durante una discusión..." "tolón-tolón-tolón..." "No vale la silla para la discusión, ya que para cuando estás enfadado la mejor silla es la de acero corrugado".

A pesar de no hacer lista sí he tenido en cuenta en los pros la experiencia de aprender un idioma nuevo, mil facetas profesionales, revalorizar mi currículum y mi nómina, conocer gente nueva y su cultura... y ver partidos de voley playa en directo. En los contras solo 1: el miedo. Miedo por ir totalmente solo y a la aventura, miedo por haberme llegado excesivamente pronto y haberme pillado sin preparación, miedo a no tener oídos que escuchen mi angustia cuando lo necesite, miedo a que los silencios me ahoguen, y miedo a que la chapuza que parece ser, lo sea.

Estoy triste porque este tren se va y no volverá. Su destino era la ciudad de Campinas. Un "pueblo" universitario de algo más de un millón de habitantes, con un clima privilegiado y a 93 km de Sao Paulo y 437 km de Río. Por lo que me ha contado un amigo, la gente es amable, la comida es buena y un destino de los más recomendables dentro de Brasil.

Hoy he dado la espalda a un giro en mi vida. Hoy he dado la espalda a un mejor futuro profesional, a una experiencia de enriquecimiento personal enorme y a una oportunidad de crecimiento única.

Hoy quiero que mi sobrino de dos años me de un abrazo y me recuerde por qué en septiembre seguiré aquí.

Monday, July 5

deporte

Me considero una persona bastante deportista. Me gusta escuchar el carrusel los domingos, ver los partidos de la Champions con mis amigos, ver partidos de voley playa femenino,... Y también, de vez en cuando, me gusta imitar a mis ídolos: ponerme ciego de comida como Ronaldo, agarrarme una buena castaña como... Ronaldo, o ver los partidos cómodamente sentado como.... vaya, qué casualidad, también como Ronaldo. ¡Pero es que este tío encima también hace cosas en las que es inimitable! ¿Acaso alguien no se ha quedado con la boca abierta tras ver su última chica?

Desde pequeño aprendí que los domingos es el día del deporte por excelencia. Me levanto por la mañana y me voy al gimnasio a castigarme por haberme acostado tarde el día anterior. Eso si consigo levantarme a tiempo de tomarme los cereales en mi tazón de leche, que me recuerda más una bañera que un recipiente para el desayuno, y a hacer una ligera digestión y salir corriendo a entrenar. Sin embargo, por el número de lesiones que he tenido y aún estoy sufriendo, cada vez estoy más convencido que el deporte hay que dejárselo a los profesionales.

Así que me pongo manos a ello. Llego a casa, me tumbo en el sofá y enciendo La 2, el canal cultural por excelencia. Allí me encuentro la final del mundial de badminton en Nueva Delhi, la prueba internacional de cross de Fuenlabrada, el concurso de halterofilia celebrado en el Schwartzenneger Arena, el open de golf del desierto del Gobi, y las pruebas de vela del Atazar,... ¡e incluso fútbol! Aunque sea la liga de ascenso de 2ª B.

También tienen cabida deportes más populares. Hoy, por ejemplo, ha sido un día especialmente motivante en este sentido, aunque por la mañana he visto una prueba ciclista que no recuerdo dónde se celebraba, ni me ha gustado nada. Creo que ha sido porque cuando la retransmisión se hace antes de comer, no produce ese beneficioso efecto siesta que nueve de cada diez médicos de cabecera recomiendan para sustituir los ansiolíticos en verano.

Después, dos horas y pico de fórmula 1. La carrera, celebrada en Francia, nos ha dejado a Fernando Alonso por primera vez en este año en el podio, en segunda posición. Mi hermano y yo estábamos esperando el momento en que se saliese de pista por avería en la dirección, o le reventase una rueda, o se le estropease el cambio. Todo ello ya había ocurrido este año y temíamos que sucediese de nuevo, pero parece que la mala suerte de Alonso sí tiene límites, no como la desgracia de Carlos Sainz. Ya me gustaría que me presentasen al gafe que le echó mal de ojo, le iba a enseñar yo una foto de mi ex, a ver qué podía hacer con ella.

Después, he tenido que simultanear la final del torneo de Wimbledon, donde Federer ha ganado a Roddick en 4 sets, (¿cuántas generaciones de ingleses pasarán sin dar un tenista capaza de ganar su torneo?), con las motos, que se corrían en Río (últimamente estoy sintiendo cierta simpatía por Brasil, ya contaré por qué).

Sete Gibernau se ha caído (estoy seguro de que ha sido porque mi hermano y yo estábamos confiados en que no lo iba a hacer y porque Carlos Sainz estaba “presente”), Pedrosa ha quedado segundo en su carrera de 250 y se ha puesto líder del mundial y Héctor Barberá ha ganado en 125 cc.

Estaba siendo un domingo positivo en líneas generales, hasta que mi hermano ha caído en coma después de dar tantas vueltas con la cámara subjetiva, primero con los coches y luego con las motos. Estaba con los ojos muy abiertos, sin parpadear y hacía ruiditos de motor con la garganta. Cuando he conseguido sacarle del trance, sus primeras palabras han sido: “¡Pon la final de la Eurocopa, por Dios!”

Creo que somos un caso perdido. Estábamos los dos cenando preguntándonos qué había para la semana que viene y cuándo empezaban las olimpiadas.

Friday, July 2

Sushi

Acabo de descubrir la comida japonesa. Tenía mis prejuicios porque había oído todo tipo de mitos y leyendas: pescado venenoso crudo, verduras alienígenas hervidas, sandías del tamaño de tomates cherry... Incluso viendo a los luchadores de sumo, había hecho mis cálculos de que, para alcanzar ese volumen, debían haberse comido a un japonés adulto y tres adolescentes, que están mucho más tiernos. Hoy he comprobado que mis cálculos eran correctos. Una comida tan baja en calorías es imposible que haga personas gordas. Más bien al contrario.

Me gustó mucho la comida, pero aún debo adaptarme en un par de cosas. Por ejemplo, los palillos. De una dificultad similar a montar en un monociclo, está comer con palillos y conseguir llevarte la comida a la boca sin que pase primero por la mesa y la camisa, y acabes frustrado cogiéndola con los dedos.

Otra parte de comer comida japonesa que supone un reto para mi es aprenderme el nombre de lo que como. Si tardé años en aprender lo que son los penne, tagliatelle, spaghetti, fettucine, gnocchis, al pesto, a la carbonara, a la parmesana, etc. cuánto más me va a costar aprender lo que comen los japoneses. Eso sin contar la cantidad de veces que he ido a un italiano y me he pedido un plato de pasta y uno de antipasti pensando que así la suma total de calorías que comía era 0.

No recuerdo muy bien qué es lo que comimos, pero sí que D. me iba contando el nombre, el origen animal, vegetal o mineral de lo que me metía en la boca y me daba un par de consejos: “Ten cuidado con el wasabi, que si te pasas te pica hasta el ojete”. “El jengibre sabe a colonia, pero a mi me gusta”. “Acábate de una puñetera vez la sopa miso con el tofu y vamos a darle caña al sushi”.

La experiencia fue totalemente positiva. Comida sana, rica y además no resultó cara. Seguro que repito.