Thursday, November 29

Super Size Me, Audrey

Desde que tengo este trabajo no tengo tiempo para nada. Tampoco es que hayan cambiado mucho las cosas porque antes lo tenía y no hacía nada con él, así que estoy igual pero con la sensación de que los días son más cortos.

Por las mañanas salgo más o menos a la misma hora para ir a trabajar, pero ahora tardo la mitad de tiempo y voy andando. En el descanso de dos horas que nos dan para comer voy al gimnasio a entrenar durante una hora y media, y como quiera que tardo 10 minutos en ir y 10 en volver, me he tenido que pasar a la dieta del astronauta, que no son sino los polvos aquellos que hace más de dos años en un alarde de ingenio bauticé como protocomida, haciendo un juego de palabras entre proto- y proteína. Sea como fuere, no hay otra alimentación tan sana que pueda ser preparada, ingerida y digerida en menos tiempo.

Por otra parte, como los tickets restaurant que nos dan en el trabajo para ayuda a la comida no los cogen en la tienda de musculocas (¡Viva el Músculo! se llama, no digo más), al final los voy quemando en el Hespen & Suárez de Barceló y en el Deli de Monte Esquinza, donde suelo comprar la cena que nunca tengo ganas de preparar cuando llego a casa.

Aparte de la leche de soja biológica Bjorg y las galletas de jengibre de McVities, que caen casi cada vez que paso, ahora en invierno me he aficionado a las sopas y cremas de Audrey Baxter, una mujer escocesa que está gorda como un tonel y que es millonaria como la quiniela. Ellas son las Baxters y han venido a salvarme del frío y del hambre.

Super Size Me, Audrey

En realidad no deberían engordar tanto: la sopa de tomate con albahaca no tiene más de un 2% de grasa, y la de cebolla no llega al 1%, pero es que viendo cómo está la mujer, solo hay dos posibilidades: o es una tragacaldos, o tiene un problema con sus hormonas, que le impiden pasear y hacer deporte. Además, todo el mundo sabe que las cosas que vienen en bote engordan mogollón. Igual que todos saben que María Escario está casada con la vicepresidenta, que la princesa Leonor es sorda, y que al cantante de Communards le sacaron medio litro de semen del estómago.

Yo, por si acaso, he empezado a escribir en un diario todos los cambios físicos que voy sintiendo y le he pedido a un amigo que me grabe con la webcam, por si puedo sacar tajada de todo esto.

Monday, November 19

Como en casa en ningún sitio

Ya han pasado casi 6 meses desde que me trasladé al centro para vivir con Berlín. Durante el verano, mis padres estaban en la sierra y como no era la primera vez que me quedaba en Madrid para trabajar, ni siquiera me echaron de menos. Fue a la vuelta cuando empecé a notar que encontrarse mi habitación vacía y ordenada cada día, la misma habitación que solía tener 3 o 4 pares de zapatos por el suelo, las sillas llenas de pantalones y camisas, y la mesa llena de papeles, no les hacía especialmente felices.

Yo soy el pequeño de 4 hermanos, 3 años menor que los siguientes, y siempre pensé que sería el último en marcharme de casa y que esto sería un trago poco agradable para mis padres, que no han celebrado, ni siquiera por disimulo, la marcha de ninguno de mis otros hermanos. Egoístamente me alegro de que aún quede otro hermano en casa porque finalmente no me ha tocado a mí servirles ese trago.

Por mucho que la convivencia con mis padres se hubiera limitado a compartir la cena los días que no tenía fútbol, que no eran más de 3 a la semana, y a que me dijesen a la una de la mañana que me acostase de una vez, tenerme allí era una vía de escape tanto para mi madre, como para mi padre. Saber que yo estaba allí para escucharles les daba a ellos tanta paz como a mí nervios.

Ahora, cuando voy a verles, lo primero que hago es ir a mi dormitorio a dejar el abrigo como siempre he hecho, y comprobar que aún no hay nada que haya cambiado de sitio. Abro el armario, meto la cabeza entre la ropa que no me he podido traer, y la huelo para invadirme de recuerdos y naftalina. También miro con guasa cómo mi colección de discos va poco a poco siendo reemplazada por Il Divo, Francisco y Gloria Stefan.

Mi madre me cuenta que ya no deja la mesa del desayuno preparada por las noches porque yo ya no estoy y mi hermano sale corriendo de casa por las mañanas. Me dice que ahora tampoco se levanta para hacer el zumo, y que me lleve mi taza para que siga desayunando como en casa.

Al buen rato digo que me tengo que ir porque me esperan 5 camisas y varios trajes para que los planche y veo que los ojillos se ponen tristes. En palabras de mi madre, lo que tenía que haber hecho era llevarme allí las camisas arrugadas porque me las habría llevado planchadas, y como a esto no le encuentro sentido, cojo, agarro, y me llevo 3 kiwis, un queso, y un tupper de arroz con leche.

Me encanta la sensación de que las visitas a los padres son las únicas en las que puedo quedarme dormido después de comer sin tener que dar ninguna explicación, y en las que además siempre acabo llevándome comida en algún tupper.

Me despiden en la puerta con dos besos. Bajo a la calle en el mismo ascensor que me llevó al colegio, la Universidad y al trabajo durante tanto tiempo que ya podría haber aprendido a dar los buenos días, y salgo a la calle. Me abrigo bien porque en Madrid ya hace frío y pongo rumbo al Metro.

Al minuto de paseo un presentimiento me hace volver la mirada y encontrarme en la ventana del cuarto piso las siluetas de mis padres asomados para ver cómo me marcho. Les digo adiós con el brazo en el que no llevo la bolsa de comida y pienso cuándo volveré a por más.

Sunday, November 11

¿Por qué no te callas?

Demasiada presión. A una persona de la edad del Rey habría que protegerla más de los elementos que le exponen a un trastorno bipolar. No debe ser muy saludable para el equilibrio mental ver un día a centenares de personas quemando fotos tuyas y de tu mujer, y dos días más tarde ver cómo otros centenares de personas no paran de besarlas. Es como si nosotros tuviéramos un hijo al que al coger una mierda del suelo le diéramos una tollina o un beso según tuviéramos apoyado el pie izquierdo o el derecho. Lo más probable es que con el paso del tiempo ese niño acabara en las noticias porque se le encontraran restos humanos guardados en bolsas en el congelador.

El Rey de España es un hombre que tiene casi 70 años, e insisto en que a esa edad a la gente habría que dejarla descansar tranquila y no tocarle mucho los huevos. Sin embargo en la Casa Real están empeñados en sacar de paseo al monarca no se sabe si para que le dé el aire y active su circulación, o para que siga ganándose día a día el respeto de unos y el odio de los demás. Le veo durmiéndose en los actos oficiales y me recuerda la victoria póstuma del Cid: "Sus servidores le embalsaman, le arreglan el rostro, le peinan los cabellos y la barba[...] Lo colocan en su silla [...] Una tabla sostiene su cuerpo por las espaldas, otra por el pecho, manteniéndole recto sobre la silla". Solo él sabe lo coñazo que tiene que ser estar todos los días de entrega de premios y de inauguraciones.

Cuando además llega uno a una edad en una determinada posición, pierde la paciencia y la necesidad de guardar las formas. La prueba es que ése dedo poligonero que señala a Chávez y le dice "Tú, tú" lo hemos visto anteriormente en Cela, Umbral y en Fernando Fernán Gómez.

Encuentro tan absolutamente fuera de lugar este "¿Por qué no te callas?" del Rey a Chávez que me vuelve loco. Me produce las misma simpatía por el personaje oír al Rey decir esto, que ver a la Pantoja decir "¡Dientes!" y a la Britney calva atacando a los fotógrafos con un paraguas.

Lo que está claro es que esta va a ser la frase del mes, que no me pierdo El Jueves de esta semana, y que el Rey no está ya para aguantar que le toquen los cojones.