Monday, May 28

Premio desierto

Cuando se juega un partido de baloncesto, unos ganan y otros pierden. Cuando se corre una carrera, hay uno que gana y los demás que no. Cuando se juega una pocha, uno gana y los demás le pagan. Cuando hay un combate de boxeo uno levanta los brazos y el otro besa la lona.

Siempre, en cualquier evento en el que haya una competición, existe un vencedor y un vencido. En cualquiera menos en las elecciones autonómicas, claro.

Este año volvemos a asistir al bochornoso espectáculo en el que en el que se comparan peras con manzanas para poder decir que el género de uno es el mejor. Unos brincan en el balcón de Génova y otros descorchan botellas de champán en Ferraz.

Un estudio de los que realizan las ociosas universidades británicas podría afirmar que los políticos post-elecciones autonómicas son los seres vivos más optimistas del planeta. Quizás incluso por delante de Bono y Bob Geldof.

Ayer acompañé a Berlín a votar al colegio del 2 de mayo y me llamó la atención que hubiese menos policía que por las noches. Poco a poco la convivencia en el barrio va disminuyendo a la vez que se vuelve más sana. La alternativa está siendo un ocio más propio del barrio de Salamanca que aunque tiene menos glamour bohemio, tampoco me desagrada.

No sé qué votó, pero seguramente que lo hizo en blanco, como yo. No me gusta la política. Tampoco me gusta la ley electoral. Meritocracia es una palabra que me suena mejor que muchas otras que la riman.

En fin, ahora que hemos decidido quién queremos que nos gobierne, en Madrid nos volverán a levantar los suelos. En épocas de lluvias brotarán centenares de parquímetros. Lucharemos de nuevo contra París por ser olímpicos. Y Sabina nos dedicará otra canción, ésta a dúo con Ismael Serrano.

Ahora es cuando hay que preguntar si hay algún lugar en el que el asilo está subvencionado.

Wednesday, May 23

Alicante

Estoy en el aeropuerto de Alicante y quiero aclarar que no es cierto que no haya tenido tiempo de escribir, es que me ha dado muchísima pereza. Pero por fin la he vencido. Ahora, mientras espero que llegue el avión con un retraso no superior al anunciado, y me permita llegar al partido que tengo que jugar a las 23:00. Otra vez, he tenido que traerme de paseo las botas y el equipo de fútbol porque al llegar no tendré tiempo de pasar por casa.

Hoy he tenido una reunión con unos holandeses que son la mar de simpáticos. Creo que han venido más por el sol que por negocios, pero hoy les ha caído una buena chupa de agua. Hay que ver cómo llovía en el puerto deportivo mientras me comía unas habitas con chipirones y un arroz a banda que estaban para repetir diez veces.

Al final de la comida nos han servido una mistela y unos rollitos que son típicos de aquí y que también estaban como para que se me hubiesen caído los empastes del gusto. Eso sí, desconfiad de los alicantinos y en general de la gente que llame rollitos a las rosquillas.

Acabo de caer en que he dicho holandeses por decir, porque en el grupo había un holandés, una finlandesa, una noruega, una sueca y un danés. Sí, lo sé, me dais dos minutos y os monto un chiste con ellos. Por cierto, cómo estaba la sueca, ¡qué ojazos y qué tipín tan de atleta de salto de altura me llevaba!

Bueno, pues hemos invitado a los holandeses a ver unos cultivos de tomate (aquí no solo se hace turrón) y teníais que haberles visto comiéndose los cherries. A manos y carrillos llenos. Estoy seguro de que si se los hubiese encontrado el agricultor les había echado algún producto químico de los que usan para controlar las plagas.

Me he dado cuenta también de lo diferente que es el turismo de Alicante al de Madrid. Aquí se lleva el turismo moreno, (moreno de piel, no moreno de José Luis, aunque un poco también). Tipos y tipas muy pellejudos por la cantidad de horas de más que han pasado bajo el sol. En Madrid, sin embargo, el turista es más del tipo “¡Qué culta soooooy! ¡Cuántos museos veeeeeeeo!” "¿Por dónde salen los famosos?"

Siguiendo con el aeropuerto, para llegar al arco de seguridad he tenido que atravesar una fila de unos 80 escoceses que volaban a Edimburgo. Bonita ciudad. Edimburgo. He distinguido en la fila al menos 6 cirrosis, 14 melanomas, y 75 casos de obesidad mórbida.

Después pasar por seguridad he visto que aún no nos habían asignado puerta de embarque, y ha sido cuando he abierto el portátil y me he puesto a escribir esto.

30 minutos después, me acabo de levantar para ver si ya habían puesto la puerta de embarque en las pantallas y aún no hay noticia cuando faltan 20 minutos para que “salga” el vuelo. Mira que me jode. Me he gastado 120 euros más para salir media hora antes y ahora me retrasan el vuelo. Y esta vez no es Iberia, sino Spanair. Eso sí, en el mostrador de facturación me han avisado mediante circular que hoy esta compañía no puede cumplir su compromiso de puntualidad porque han desviado los vuelos a la entrada sur de Barajas.

Eso está bien, mientras avises, puedes cagarte en el contrato, que no pasa nada. Veamos unos ejemplos:

- “Hola, vengo a alquilar un coche”
- “Aquí tiene las llaves del Fiat Stilo que hay en la puerta. Firme aquí”.
- “Le aviso de que pienso estrellarlo contra la garita del guardia del parking y que le voy a rajar la tapicería, oiga, que a mí me gusta mucho de hacer acuchillamientos como con los parqués.”
- “Ah, bueno, mientras avise…”


- “Buenos días señor director. Mire, es que resulta que tengo una hipoteca con ustedes pero este mes me lo he gastado todo en putas y en cervezas y no les voy a poder pagar y tal.”
- “Ah, bueno, mientras avise…”

No todo es tan "Qué va, qué va, qué va... Yo leo a Kierkegaard" en la vida. Está bien avisar cuando no cumples un compromiso. Pedir disculpas está aún mejor. Pero eso no debe eximir de las responsabilidades contraídas. Por cierto, Dwalks, perdona por lo de este fin de semana. Te debo una.



Acabo de oír que retrasan el vuelo una hora. Voy a pedir la hoja de reclamaciones y después me voy a robar unos perfumes al Diuty Fri.

Wednesday, May 9

Puntualización

Esta tarde he acompañado a Berlín a ver unas tiendas de telefonía porque a su móvil le ha llegado la hora y necesitamos otro de una generación neonueva, que lave más blanco y que sea rojo.

Después de muchos años con Movistar, Berlín ha conseguido acumular unos 25.000 puntos, pero si quiere el móvil aún más barato tiene que firmar un contrato de permanencia de 18 meses más. Como eso nos ha parecido una tomadura de pelo con tufillo a cadena perpetua, nos hemos ido a las tiendas de Orange y Vodafone que hay al lado.

En cierta forma no deja de resultarme paradójico el caso de las operadoras de telefonía móvil porque conceden mayores bonificaciones a la traición que a la lealtad. 30 monedas de plata son tentadoras, pero ¿os imagináis lo que hubiera ocurrido si le hubiesen ofrecido a Judas una Blackberry? Seguramente se habría pasado la vida enviando mails a los romanos para chivarse por dónde andaban el Pedro y el Juan…

Esto de los puntos ha hecho que me colateralmente me plantee cómo los programas de fidelización de clientes nos han invadido en todos los ámbitos. Este es mi día cualquiera:

Me levanto por la mañana, y después de prepararme el café, recorto el punto que viene en el cartón de la leche y que junto a otros 5 enviados a un apartado de correos, me va a permitir entrar en el sorteo de un coche. Otro tanto me sucede con los cereales, solo que en esta ocasión el regalo es un monopatín con un dibujo de un tigre a rayas o una rana con gorra.

Compro el periódico y recorto el cupón 14/80 para el GPS, el del DVD portátil, y el del chándal de la selección. Siempre acabo con tantos cupones que no sé si contarle al kiosquero el chiste de que parezco un ciego de la ONCE o el de que soy un niño de la posguerra con la cartilla de racionamiento.

Cojo el metro para ir a trabajar y me encuentro con el billete de 10 viajes para el que viaja mucho, el abono transporte para el que viaja muchísimo, y el billete sencillo para el turista y el que ha olvidado la cartera en casa.

Para compensar, en el trabajo mi jefe practica un tipo de fidelización inversa: cuanto menos salgo de la oficina, más le suena mi cara, y cuanto más le suena mi cara, más marrones me coloca, lo que hace que cada vez tenga más ganas de salir de la oficina.

Salgo a comer al Fresco o al Subway y sello una tarjeta por la que uno de cada seis almuerzos me sale gratis. O voy a comer el menú casero a la casa de comidas, y si es el segundo día consecutivo que asomo el pescuezo por allí, el camarero me pone un chupito de pacharán y una sonrisa.

Por la tarde salgo a hacer la compra. Si se trata de cultura uso la tarjeta de la FNAC, si se trata de viandas la del Carrefour, si se trata de caldos la del VIPS.

Después de darme gratis uno de cada cinco masajes en el gimnasio, ceno en casa y relamo la tapa del yogur para que con 29 más me envíen un cuento para mis sobrinos, y la de las natillas para que me den unos cromos de fútbol.

Me acuesto.

Intento dormir, pero no paro de dar vueltas a que si comprase el periódico en el VIPS, en 6 años podría cenar gratis; a que tengo que viajar más con Iberia y alquilar más coches en EUROPCAR; y a que únicamente debo parar a repostar en las gasolineras REPSOL porque también me dan puntos para algo que no sé qué es después de 3 años de tener la tarjeta.

Pienso que también debería abrirme una cuenta en la Caixa porque me hacen mucha gracia los puntos Estrella y para algo tienen que servir, pero lo descarto rápido porque me veo gastándome un panojal para conseguir un juego de toallas con una estrella de mar azul, una batidora, y un boli linterna.

Me duermo.

Wednesday, May 2

Fragmentos

Después de 5 días sin hilar dos ideas como celebración del puente del Día del Trabajo y del de la Comunidad de Madrid, algo que me apetece poco es teorizar, así que haré un breve repaso de lo que ha sido el tránsito jueves-jueves.

Brutal fue el concierto de los Scissor Sisters el jueves en La Riviera. A las 18:30 no tenía entrada, pero CF me consiguió una a última hora. Y gratis. No paré de reír y de bailar junto a Dwalks, Kurt y su hermana. Sin duda este ha sido el mejor concierto al que he ido en los dos últimos años, y sin duda Jake Shears el mayor espectáculo.

Desconcertante es mi cambio de imagen. El viernes fui a la oficina con los pelos que se me quedaron después del concierto y generé no menos de 12 comentarios, la mayoría aprobadores, pese a que las posibilidades de mi pelo son las mismas que las del de un Geyperman.

Triste ha sido enterarme de que mi sobrino mayor es celíaco. Pensaba que esta enfermedad no podía manifestarse después del nacimiento, pero así es. Al parecer no se le pueden retirar los alimentos con gluten hasta que se le haga la prueba definitiva para que los resultados no salgan falseados, algo especialmente duro para sus padres que tienen que “envenenar” conscientemente a su hijo, a quien ya están hartos de ver vomitar, enfermar, y entristecerse.

Reconfortante fue mi paseo de ayer con unos amigos por Cercedilla. Estuve caminando entre los pinos cubiertos de nieve mientras desde las hojas nos caían los pegotes del deshielo. Después de un fin de semana absolutamente vacío me hizo sentir que el tiempo volvía a servir para algo. Ya de vuelta en Madrid, acabamos tumbados al sol en el césped de mi escuela. Recuerdos.

Mayor me hace sentir lo que ha pasado estos días en el Dos de Mayo. Esta mañana, como cada día, Berlín y yo hemos comprado El Mundo y El País, y me ha embobado ver cómo incluso en esta noticia el enfoque es tan distante. Según El Mundo la policía cargó contra los botelloneros después de que alguno de ellos agrediese a una compañera que iba a detenerle por beber en la calle. Los policías entraron al Dos de Mayo para arrestar al agresor y fueron recibidos a pedradas y botellazos, hicieron uso de la fuerza y se desencadenó lo que ha salido en los telediarios.

Según El País, los policías hicieron cargas indiscriminadas contra todo el que paseaba por el barrio de Malasaña. Estaban los chavales bebiendo sus botellas en silencio sentados en los bancos de piedra de la plaza, celebrando las fiestas del Dos de Mayo, cuando la policía entró a molestarles porra en mano y ensañándose especialmente con los que pasaban por allí. A todo el que decía “Yo no he hecho nada, señor guardia”, porrazo. Ni los grises.

Como vecino puedo decir que el lunes, volviendo a casa a las 4 de la mañana después de tomar unas copas con Dwalks y Elza, tuve que atravesar un grupo de unos 50 policías y no me llevé ningún porrazo, aunque estoy seguro de que si hubiese visto bronca y hubiese sido tan estúpido de querer pasar por el medio me habría llevado tantos palos como pedradas.

Pienso que a estas cosas van siempre agitadores profesionales con sus sudaderas con capuchas. Arman follón, salen corriendo y el que se lleva los palos es el que está en el lugar inadecuado en el momento menos oportuno.

Lo más espectacular de todo es la capacidad de cicatrización del barrio. Esta mañana, nada más levantarnos, hemos ido a comprobar el estado del coche de Berlín y no he visto ni un contenedor quemado, ni un escaparate roto, ni vidrios en el suelo.

Ninguna son las ganas que tengo de madrugar mañana para ir a trabajar.