Desde Septiembre no he parado de viajar. Londres, Nueva Zelanda (Auckland, Rotorua, etc.), Dusseldorf, Colonia, Amsterdam, La Haya y Rotterdam se cuentan entre mis visitas de estos dos últimos meses que me permiten afirmar que:
a) Me gustaría vivir en Nueva Zelanda.
b) No me gustaría vivir en Holanda.
c) Odio la prepotencia en forma de personal que trabaja en Barajas, especialmente de los que dirigen las colas de los taxis en la T4 vestidos con un chaleco fosforito que por lo visto le hace sentir a uno que es Naomi Campbell.
También he viajado por España, no mucho, pero lo suficiente para odiar también a la gente que trabaja en la cafetería de la estación de Atocha a primera hora de la mañana.
Será que con tanto viajar me he hecho a comer a las 12:30, cenar a las 18:00 y a sorprenderme por la falta de educación y los malos modales. No, oiga, no se atiende al que más chilla sino al que lleva más tiempo esperando. ¿No educa usted así a su hijo? Pues empiece a hacerlo antes de que él se quede afónico y usted sordo.
De aquí a que termine el año seguiré viajando. Dos semanas a Buenos Aires, Alemania, Holanda, Bélgica... y entretanto tratando de organizar cenas con los amigos. Esta semana habrá cena de los jueves con Elza, Kurt y Dwalks. Cuánto bueno.
Las semanas que no viajo me dedico a hacer home working, que mola infinito más que el tele-trabajo, que suena a tele-tienda, a trabajo que te ayuda a adelgazar sin esfuerzo o que te pica los informes en cuadraditos con cuchillas que nunca se gastan. Concepto demasiado Paolo Basile.
Los primeros días de homeworking cuesta ser productivo, pero eso es algo que las empresas conocen y por eso se inventaron Skype y las videoconferencias. Qué gran invento el Skype, por cierto. Los primeros días que lo tuve estuve enseñando mi despacho a Dwalks con la webcam, luego me enseñó él el suyo, y después ya nos aburrimos y empezamos a hacer tele-teatrillos (ahora sí pega el tele-) con lo que teníamos a mano, recordando los tiempos en los que trabajábamos juntos.
Uno de los momentos estelares fue éste en el que el muñeco de nieve le pedía perdón al microbio de la úlcera. Me encanta especialmente la actitud de este último y el sentimiento en la expresión del primero.