Ya he terminado de preparar mi agenda para lo que queda de año y la conclusión es que me voy a mover más que galleta en boca de vieja. La semana pasada empecé un grupo de 8 semanas consecutivas en las que voy a estar fuera, y de aquí al 31 de Diciembre únicamente voy a parar por casa 3 semanas. Diría que "afortunadamente" casi todos los fines de semana voy a pasarlos en España, pero esto no lo decidiré hasta saber si estar sábados poniendo lavadoras y domingos planchando me compensa.
La semana pasada estuve en Portugal, unos días en Óbidos, un pueblo a 80 km hacia el norte de Lisboa, y otros días en el mismo Lisboa.
Portugal me gusta porque está cerca, porque es bonito, porque la gente es amable y porque se come bien. De hecho es el país en el que mejor he comido, mejor incluso que en muchas zonas de España. Desde el lunes que llegué hasta el viernes no probé nada de carne y todo el pescado que comí estaba para no dejar ni las raspas, aunque me daba miedo pedir según que platos porque me parece que en bastantes ocasiones abusan de la nata y del perejil. Hay mucho perejil en Portugal.
Óbidos es un pueblo muy turístico. Tiene una muralla que rodea todo el pueblo y un pequeño castillo.
También tiene unas cuantas redes de Wifi desprotegidas desde las que envié un par de fotos con el teléfono para dar envidia, que a mí me da mucho gusto eso de hacer creer que mi trabajo está muy bien aunque luego la realidad sea muy distinta. Porque una cosa es darte una vuelta por el pueblo según llegas con el coche y antes de ir a cenar, que sí, que está muy bien, y otra muy distinta es lo que tuve que pasar el día siguiente:
Al día siguiente fui a Lisboa y visité el Bairro Alto y Chiado, que son lo más. Lo único que me dio un poco de pereza fue que el 90% de los que andábamos por allí éramos turistas y aquello parecía más Eurodisney que Lisboa con sus mimos y sus carteristas. Nada que un buen bacalao no haya solucionado.
Esta semana estoy en Frankfurt, que afortunadamente para mí es como decir que estoy en casa porque mi hermana vive aquí con su familia y he aprovechado para ocuparles la habitación de invitados, comerles las salchichas de la nevera y beberme sus cervezas, que es lo mínimo que puedo hacer por ellos para no parecer grosero ante su germana hospitalidad. Este aspecto es algo que cuido mucho cuando voy de invitado a cualquier sitio, tenedlo en cuenta y sabed apreciarlo.
Entretanto voy a ver qué delicatessen encuentro en la despensa, que de bien nacidos es ser agradecido y la cortesía la llevo por bandera.