Esta semana la he pasado entera en Madrid y he aprovechado para hacer todas las cosas de las que siempre me acuerdo cuando estoy fuera. He hecho el gandul junto a Berlín, he jugado al fútbol, he ido a ver a mi familia y he salido con los amigos. Lo que es un rearme mental.
Desde que ya no tengo hora de entrada ni debo trabajar en traje, voy probando los límites horarios en los que puedo mantener la eficiencia, y los distintos vestuarios que me permitan vestir cómodo, acorde al entorno, y no parecerme a las gemelas Olsen. En este sentido ahora estoy experimentando con la fusión de mis zapatillas brasileñas con el traje de banquero de Serrano, y mi abrigo largo de corredor de bolsa londinense con una gorra yankee. Cuando a esto (o a una variante con vaqueros chungos y camiseta de moderno) le sumo una barba de tres o cuatro días, el iPod con una selección musical correcta, y mucha actitud, me parece estar caminando por Nueva York rodeado de gente que hace de extra en las películas de Woody Allen.
En cuanto al manejo de horarios, durante este último mes he estado yendo al gimnasio antes de trabajar, y como sigue sin gustarme madrugar al final acabo en la oficina a las 11:00. Trabajo muy bien a partir de entonces, pero he decidido levantarme un poco antes para no empezar más tarde de las diez menos cuarto, que sino al final tengo la sensación de no estar haciendo las cosas al 100%.
El jueves celebramos en un bar-restaurante canario de la Cava Baja el cumpleaños de Dwalks, y antes de volvernos cada uno a nuestra casa, celebramos un poquito también el de Kurt. Las ganas que tenía de ver a todo el grupo junto (Agr, CF, Seiai, Elza, Dwalks, Berlín y Kurt) y lo rico que estaba todo lo que pedimos en el bar, me hicieron olvidar lo altivo que estuvo el camarero con nosotros durante toda la cena. Decía Dwalks que el trato había sido mejor las otras veces que había ido él, así que decidimos perdonarle a Caco Senante que se convirtiese en Risto Mejide por esa noche, el muy cretino.
Claro, que nosotros tampoco empezamos fetén porque a Dwalks le íbamos a regalar una cosa estupenda que le iba a gustar mucho, y como se la quedaron más tiempo de lo esperado en una isla muy lejana y llena de gente inútil, tuvimos que comprarle un juego placebo para calmar su ansia de regalos, pero que me temo que no va a entender jamás.
Ayer nuevamente vine a Alemania. Aprovechando que de lunes a miércoles debo rendir cuentas, he venido a visitar a Frankfurt a mi sobrino alemán que no tiene aún dos meses de vida y ya come codillo con chucrú y bebe vino caliente con canela.
Y ya que estaba aquí, esta mañana he ido por encargo a la BMW a recoger un coche de ministro con mucho brillo y cartera nueva, y he disfrutado de ver cómo de organizados son en esta casa. El taller parecía más un laboratorio de ingenieros de probeta y gafas al aire que el garaje hasta arriba de grasa y calendarios de mujeres llenas de tetas al uso en España. Había incluso una sala de espera (¿?) con un catering con fruta fresca cortada en dados y camareros con modales.
Me quedo en Frankfurt hasta el lunes, cuando me iré bien prontito por la mañana a otra ciudad alemana que esta vez no tiene nombre de salchicha. Hasta entonces sigo estudiando para convertirme en un hombre de provecho y muriéndome de rabia por no poder ir al concierto de Micah P. de esta semana en Madrid.